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No le quedó más remedio a Pablo López Blanco (Valladolid, 1923) que renunciar, cuando la covid apretaba y mostraba su peor cara, a echar la partida de cartas en el bar de debajo de su casa, en el barrio del Hospital, en las inmediaciones del Clínico. También se resignó, hace no mucho, a dejar de leer la prensa, una de sus «grandes aficiones», por los achaques de la edad. Que un siglo de vida dan para mucho y a Pablo, que solo tiene «un poco fastidiada la rodilla», le empezó a fallar la vista, lo suficiente como para tener que dejar de ojear el periódico.
Asumir todo lo anterior le «costó», pero lo que no está dispuesto a dejar este vallisoletano, que el pasado 30 de diciembre cumplió cien años, es esa copa de vino diaria que «le da la vida». Ni hablar. Vive en un segundo piso, solo (sus hijos y nietos están muy pendientes de él, además de contar con asistencia diaria), sin ascensor, y tomarse un tinto, ya sea en casa o con los parroquianos del bar que le vio durante tantos años echar una partida al mus, es su «alegría». «De cabeza está muy bien, está estupendo», explica el mayor de sus cuatro hijos, también llamado Pablo, justo antes de espetar un «nos tumba a todos».
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Porque mientras esté «bien», Pablo quiere seguir exprimiendo la vida. Y si es junto a su familia, más. Lo saben sus hijos, que ese mismo sábado le dieron a su padre, camionero de profesión durante décadas, el «mejor regalo posible»: reunirse todos para celebrar juntos su cumpleaños. Cuatro generaciones -tiene cuatro hijos, ocho nietos y bisnietos- reunidas en torno a una mesa para brindar por él. «Está muy contento; siempre ha procurado hacerlo en sábado o domingo para que pudiera ir cuanta más gente, mejor, y mira por dónde que este año cayó en sábado y fuimos todos», cuenta su primogénito, que precisamente viajó desde Canarias, donde reside, para disfrutar de una fecha -y cifra- tan especial junto a él.
Para este centenario, su familia es, desde siempre, lo más importante. Enviudó hace sesenta años y «bregó de narices» por sacar adelante a sus cuatro hijos. «No ha tenido más parejas, solo se ha dedicado a trabajar para llevar el pan a casa, que encima eran otros tiempos. Lo ha dado todo por nosotros, nos sacó adelante como pudo el hombre», cuenta, al tiempo que afirma que «tuvo ayuda de las dos abuelas, porque sino él solo, con el trabajo y cuatro hijos, no hubiera podido».
De hecho, Pablo López Blanco fue uno de los veintiocho vecinos de Valladolid nacidos en 1923 a los que el Ayuntamiento rindió homenaje, hace apenas dos meses, en octubre, con motivo del Día de los Mayores. «Estaba muy emocionado y orgulloso; decía que para él era un honor no solo ser uno de los más longevos de Valladolid, sino también que el Ayuntamiento de su ciudad le rindiera un homenaje», explica su hijo. No le gustan los protagonismos, pero ese día este centenario estaba especialmente «contento». Aunque no habrá nada que le dé más alegría que reunir a toda su familia.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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