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Una ofrenda mexicana para hablar con los seres queridos que murieron«Ya les he dicho a mis dos hijas que cuando yo muera, cuando ya no esté, tienen que ponerme la ofrenda en casa», dice Mitzin Trápaga, natural de México, con veinte años de estancia en Valladolid, y una tradición que, dos décadas después, se mantiene intacta en su hogar. En el pasillo de casa, todos los meses de noviembre, instala la ofrenda, un altarcito de santos, velas, frutas, comida y muñecos con el que se recuerda a los seres queridos que se marcharon para de vez en cuando volver.
«España es muy fatalista. La gente sufre cuando se muere un familiar y el recuerdo en Los Santos aquí se hace desde ese dolor, con la visita a los cementerios. Pero el recordatorio también puede ser alegre», cuenta Eduardo Reyes, presidente de la Asociación de Mexicanos en Castilla y León. Un grupo de vallisoletanos con raíces en aquel país ha instalado durante esta semana una de estas ofrendas alegres en la Casa de Zorrilla.
Puede visitarse hasta el sábado (de 10:00 a14:00 y de 17:00 a 20:00) y el domingo por la mañana. Este jueves, a las 21:15 horas, habrá una velada especial con el tenor Rodolfo Murga y la bailarina Liliana Rodríguez, quien actuará vestida de Catrina, uno de los personajes más internacionales de esta popular tradición mexicana que ahora vive su réplica en Valladolid.
Un caminito de velas, que termina de colocar Alejandro Villamediana, marca el sendero hacia este pequeño retablo de recuerdos que conforma la ofrenda. «Es una forma de evocar a los seres queridos que ya no están con nosotros. Normalmente son amigos y familiares, pero hay personas que también lo hacen como homenaje a aquellos que admiraban, un cantante, un deportista, un escritor».
En este caso de Valladolid, la memoria es para literatos vinculados con la ciudad, desde Miguel de Cervantes a Francisco de Quevedo, de Narciso Alonso Cortés a Rosa Chacel. Y además, Francisco Umbral, Miguel Delibes, José María Luelmo, José Manuel de la Huerga, Francisco Pino o Jorge Guillén. También Ángela Hernandez, con su entregada labor a la Casa Zorrilla. Y el propio autor del Tenorio. «La vinculación de Zorrilla con México es muy estrecha, porque vivió allí once años y medio, fue director del Teatro Nacional y un poema suyo, 'Las golondrinas', se ha convertido en una famosa canción popular», explica Reyes.
Las fotos de todos ellos ocupan el purgatorio, un lugar central en la instalación, que se divide en tres estratos. El nivel superior es el cielo, donde las familias suelen poner imágenes de los santos a los que la persona fallecida tenía más devoción. En México, es habitual la encomienda a San Judas Tadeo, San Charbel (un santo de origen libanés), la Virgen de Guadalupe, San Juan Diego o San Martín de Porres, el primer santo peruano, muy popular en México y, como San Pedro Regalado, con el poder de la bilocación. El purgatorio ,la franja intermedia del altarcito, es el lugar reservado para las fotografías de los fallecidos que se quiere recordar. Y en la parte terrenal se colocan la comida y los objetos preferidos del finado. Es una forma de evocarlo y de invocarlo, de establecer una conexión con el más allá para que su recuerdo permanezca vivo en el más acá.
En este altar que puede visitarse en la Casa Zorrilla (el montaje suele hacerse los días 1 y 2 de noviembre), se han colocado varios símbolos mexicanos. Está la típica muñeca de cartón con la que tradicionalmente se ha jugado en los hogares de México. También la muñeca Lerele, típica del país, y otra de los indios tarahumara, comunidad nativa del norte del territorio. Está una figura de xoloitzcuintle, un perro de raza prehispánica (sin pelo) al que se atribuye el rol de guía del alma hacia el más allá.
Y calaveras, muchas calaveras, convertidas por el cine y la cultura popular en el gran emblema del Día de los Muertos en México. Y siempre en torno a dos figuras, el Catrín (él) y la Catrina (ella). «Son unas imágenes que nacieron a finales del siglo XIX en la prensa, de la mano del caricaturista José Guadalupe Posada», cuenta Reyes. Eran dibujos de unos esqueletos vestidos de punta en blanco, con todo lujo de ropas y vestimentas.
«En el fondo, se trataba de una crítica a aquellas personas que quieren figurar lo que no son». Renegar del origen y de las propias raíces. Porque, al final, por mucho dinero que tengas, por mucho que quieras aparentar, el destino siempre será el mismo: la muerte. Fue años después, en 1947, en su mural 'Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central', cuando el artista Diego Rivera pintó a estos personajes de cuerpo entero, con la lujosa y colorida indumentaria que ha llegado hasta nuestros días. «Color, sí, porque es muy importante.
En México, el color de la muerte no es el negro, sino el morado y el naranja». Por eso, muchas de las flores habituales en estas ofrendas tienen estas tonalidades. Como la cempazuchitl, una flor anaranjada que en esta época del año tiñe miles de hectáreas en México y que aqui en Valladolid halla su reflejo en flores de papel.
El colorido de la ofrenda de la Casa Zorrilla sigue con banderines o con un bordado de animales y figuras imaginarias hecho en Tenango, localidad mexicana dedicada de forma mayoritaria a esta labor. Hay también tradicionales colchones indígenas de caña, que en ocasiones incluso se ha empleado de mortaja, y el pan de muerto (con sus evocaciones a los huesos y, en el centro, una calavera).
«Y siempre se pone un espejo, para que las ánimas se acicalen. Vienen de un lugar muy lejano y han de ponerse guapas para la celebración», indica Trápaga, quien recuerda que es habitual en la ofrenda poner la comida típica del fallecido. «Se deja ahí durante unos días y cuando se retira y se prueba, está insípida. Está la creencia de que el fallecido lo ha comido y lo ha dejado sin sabor», cuentan, para recordar que todo ello se instala con velas e incienso, que indican el camino para que vivos y muertos se reencuentren en esta tradición mexicana que esta semana revive en Valladolid.
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