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David Calle, en su tienda de tatuajes El Guaje. L. N.

De obrero de la construcción a «obrero del tatuaje»

David Calle Velasco, alias 'El Guaje', abrió en junio de 2018 su propio local en el barrio vallisoletano de Parquesol

Laura Negro

Valladolid

Domingo, 24 de febrero 2019, 13:01

Por sus venas corre sangre y tinta. A partes iguales. Más que artista, David Calle –'El Guaje'– se considera un obrero del tatuaje, que madruga cada mañana para dibujar. «Soy un currante. Primero uso la tinta del boli y luego la de tatuar. Hago lo que me gusta y cada día aprendo cosas nuevas», afirma. Un rato de conversación con él es una lección de vida y de humildad, y lo mejor es que todo lo cuenta con una sonrisa. El Guaje lleva años peleando por hacer lo que más le gusta, dibujar sobre la piel. Hace unos meses montó su estudio, en Parquesol, tras el cual hay una larga historia.

Siempre demostró tener buenas cualidades artísticas y empezó a estudiar bellas artes. Lo dejó en segundo curso por pura rebeldía y porque quería trabajar. Se fue al ejército, donde permaneció siete años. La afición por el dibujo siempre le ha acompañado. Ya entonces apuntaba maneras como diseñador gráfico e ilustrador, y ni por asomo pensaba dedicarse a tatuar. «En aquella época no había casi demanda. Había solo un par de estudios en Valladolid, los cuales merecen todo el respeto del mundo», cuenta. Le gustaba la disciplina del ejército, pero un mal destino truncó su carrera y decidió dejarlo para empezar a trabajar en el sector de la construcción, que estaba en pleno auge. Se hizo alicatador y vivió de ello durante doce años, algunos como autónomo. Durante ese tiempo también hizo sus pinitos como diseñador de camisetas.

De cerca

  • Emprendedor: David Calle Velasco (44).- Tatuador

  • Inicio de la actividad: Junio de 2018.

  • Contacto: C/Profesor Adolfo Miaja de la Muela, 18 bis.- 47014 Valladolid – Tef.: 670 79 48 60

Su apodo se lo debe a las raíces asturianas de su mujer. Visitaba a menudo Avilés, donde conoció a un paisano tatuador, Carlos 'El Feo', al que empezó a visitar con asiduidad. «Me encantaba verle trabajar. Él se portó siempre muy bien conmigo y gracias a él aprendí este oficio. En Valladolid también me apoyó mucho Nacho, 'Mr. Curras'. Antes los tatuadores se tatuaban entre ellos para practicar. Ahora, el que empieza en esto tiene posibilidad de hacer cursos de tatuaje y enseguida puede vivir de ello. Ellos no han vivido las épocas tan complicadas como las que hemos pasado nosotros», relata.

Para él fue emocionante empuñar por primera vez una máquina de tatuar. Su zumbido le enganchó tanto, que no la ha vuelto a soltar. Empezó en 2004 tatuando orejas de cerdo. Lo hizo cientos de veces antes de pasar a la piel humana. A la suya. Se tatuó una cruz en su propio muslo. Cuenta que el resultado fue desastroso, pero a partir de ahí, todo fue mejorar. «Esa cruz fue la madre de mis tatuajes. Tenía que probar y no quería cometer un error en otro. Autotatuarte es complicado, porque pierdes pulso y te haces daño a ti mismo. Me hice un segundo tatuaje y luego ya empecé a grabar en la piel de mis amigos, en los más valientes. En el primer tatuaje que hice a otra persona pasé muchos nervios. Fue un trabajo muy pequeño, que me quedó bastante bien», reconoce.

La importancia de dibujar bien

Para El Guaje, lo primordial de este oficio es el dibujo. «Si no dibujas bien, nunca tatuarás bien. Es necesario saber hacer degradados, contrastes, iluminaciones… y para ello, hay que tener base. Esto es un aprendizaje continuo. Antes los tatuadores estaban mal vistos. Ahora en cambio 'molan' y todo el mundo muestra interés por la profesión. Es un sector en auge y afortunadamente la gente ahora nos valora mucho más. Esperemos que no sea una moda pasajera», apunta.

David, animado por su mujer, dejó la construcción para vivir del tatuaje. Empezó trabajando en diferentes cabinas de peluquerías y estéticas de Valladolid, combinando contratos con periodos de alta como autónomo. Así estuvo siete años hasta que decidió dar el salto y montar su propio estudio. «Había llegado mi momento. El cuerpo me pedía emprender. Tenía un gran volumen de trabajo y el boca a boca funcionaba bien, pero en una cabina de ocho metros cuadrados, era imposible dar un buen servicio y una buena imagen ante los clientes. Estoy satisfecho con la decisión y nunca me olvidaré de todo el bagaje que tengo detrás», asume.

Un tatuador de sentimientos

Encontró un local idóneo en Parquesol, muy luminoso, y en una plaza interior, para dar privacidad a sus clientes. Dada su experiencia, él mismo se hizo cargo de la reforma. Hizo una gran inversión y no pudo solicitar ninguna subvención. «Fui a Ventanilla Única a informarme de todos los requisitos para llevar a cabo la actividad. Eran muchos, pero es normal, porque estamos trabajando con personas. Para mí, la higiene, la limpieza y la seguridad son lo más importante», indica.

El Guaje es un tatuador de sentimientos. Domina todas las técnicas y estilos, sobre todo el realista. Para él, los mejores grabados en la piel son aquellos que esconden un recuerdo, un amor, una pena o un reto. «En este oficio cada vez se tira más de Photoshop, pero yo sigo dibujando, con mi boli, como he hecho toda la vida. El cliente trae una idea y yo la plasmo en papel. Todo es personalizado. Muchos se tatúan por estética y moda, pero un tatuaje es algo más y debe significar algo para el que lo lleva. Yo me niego a ser un vendedor de tatuajes y a que mi estudio se convierta en una cadena de tatuar. Soy de la vieja escuela y no quiero perder eso. Son muchos los que vienen a tatuarse símbolos de infinito, que está muy bien, pero la mayoría de mis clientes buscan algo más, eso es lo que yo les doy», dice mientras muestra algunos de sus últimos trabajos. «Me gusta que los clientes vivan la experiencia, me cuenten cosas y yo me pongo en su situación y en su dolor. Yo he llorado mucho con ellos, ya que empatizo con sus historias. Mi relación ellos, se basa en la confianza», dice.

Usa las redes sociales para darse a conocer, pero no le gusta abusar de ellas. «No busco el 'me gusta» en Instagram, lo que busco es el 'me gusta' en la cara del cliente», concluye.

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