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Deborah Russilly, madre de tres hijos, divorciada, en un parque del barrio de Parquesol. Ramon Gómez
Coronavirus en Valladolid: «Nunca imaginé tener que vivir con 416 euros al mes»

«Nunca imaginé tener que vivir con 416 euros al mes»

Deborah Russilly montó su propio herbolario, tuvo varios empleos y ahora, sin trabajo y con tres hijos, encara el día a día «con optimismo pero también con miedo»

Jesús Bombín

Valladolid

Domingo, 10 de mayo 2020, 08:04

Francesa de Toulouse, Deborah Russilly lleva residiendo en Valladolid casi 26 de sus 47 años. Llegó con una beca Leonardo Da Vinci para estudiar durante tres meses, se sintió a gusto y se quedó para siempre, con su título de diplomada en Turismo. Aquí se casó, nacieron sus hijos, se divorció, ha tenido varios empleos y negocio propio en un herbolario con una persona contratada hasta que un revés vital se llevó la estabilidad por delante. Una vida que ha conocido épocas más gratas y que ahora encara sin trabajo, con tres hijos que viven una semana con ella y otra con su exmarido.

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En marzo no pudo abonar el alquiler del piso que ocupa en Parquesol y está recibiendo ayuda Cáritas, aunque no le abandona la desazón de cómo afrontar el día a día.

El perfil vital de Deborah Russilly es uno de tantos miles que pueblan las estadísticas de expulsados del mercado laboral. La naturalidad con la que cuenta su situación se impone a la tentación derrotista. «Vine a España porque no estaba contenta con mi vida en Francia y quería descubrir cosas; hice prácticas en el hotel El Nogal y allí trabajé durante nueve años, luego en un restaurante y volví de nuevo al hotel. Tuve mi primera hija y estudié por mi cuenta medicina alternativa y naturopatía», cuenta echando la vista atrás.

Un curso para mujeres emprendedoras en la Cámara de Comercio fue el trampolín para instalarse como autónoma con su propio negocio, un herbolario en el barrio de Parquesol. «Tenía mi clientela, me formé en una metodología para trabajar las emociones, en 'coaching', todo iba muy bien hasta que llegó el divorcio y cambió toda mi vida. Tuve que cerrar el negocio porque acepté una mala custodia y cuando tienes hijos no puedes modificar una sentencia si no es porque hay un problema de salud o un cambio laboral, así que dejé el herbolario para poder mejorar la custodia compartida».

De aquello hace ya tres años durante los que ha vivido experiencias laborales en el ámbito del marketing y como teleoperadora. «Fue un salto al vacío, dejar una cierta seguridad económica para trabajar en un clima de precariedad laboral en el que el contrato más largo que tuve fue de ocho semanas, con mucha presión; yo venía del herbolario, de un ambiente de calma, a la selva donde parecía que los compañeros están enfadados».

Su siguiente destino fue una tienda de productos ecológicos donde aguantó unos meses con el nivel salarial «de una chica de veinte años». «De los 1.500 euros mensuales que ingresaba en mi herbolario pasé a los 980 de la empresa de marketin y a los 722 en la tienda, cuando me habían prometido 900». A esta ocupación le sucedieron otras como promotora de ventas de marcas de cosmética en centros comerciales de la ciudad. «Estaban bien pagadas, pero eran campañas temporales, así que ahora estoy sin trabajo y no he vuelto a encontrarlo. En algunos de los que me proponen exigen turnos imposibles y eso con tres hijos es complicado. Me he tenido que mentalizar para no sentirme víctima ni culpable».

Hace año y medio Deborah recurrió a Cáritas para que le echaran una mano y ahora ha vuelto a llamar a sus puertas. «Me atreví a hacerlo hace unos días», admite. «Esto te enseña también a ser humilde. Cuando has tenido algo y ahora estás sin nada y con familia te sientes con las manos atadas. Ayer contesté a seis entrevistas. Lo que depende de mí lo hago, no estoy parada, y cuido de mis hijos ahora que todos estamos siendo maestros en casa».

Con 22 años cotizados a la Seguridad Social, sus únicos ingresos en la actualidad son 416 euros del Servicio Público de Empleo Estatal. «Nunca imaginé tener que vivir con esa cantidad», confiesa quien espera «con fe» un vuelco a la actual situación. «Mi mayor miedo –concluye– es no reinsertarme en la vida laboral. Pero estoy convencida de que todo mejorará si cada ciudadano pone de su parte».

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