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Recorrido nocturno por las zonas de ambiente de la capital vallisoletana. Carlos Espeso

Una noche de fiesta en Valladolid con el foco puesto en los jóvenes: «Si lo coge uno, caemos todos»

Un recorrido por las zonas de ambiente desvela que las mascarillas escasean conforme avanza la madrugada y aumenta el consumo de alcohol

Eva Esteban

Valladolid

Sábado, 3 de julio 2021, 19:56

«Me voy ya», avisa una joven de no más de veinte años a su grupo frente a uno de los bares de La Antigua. «Pero Sofía, ¿dónde vas tan pronto? Si son las doce y es verano», le replica una amiga, sorprendida, mientras le ... posa un brazo sobre sus hombros para tratar de frenar su 'huida'. Intento fallido. Es noche de viernes –2 de julio– en una de las zonas más efervescentes de Valladolid para disfrutar de un rato de terraceo y buen ambiente. Raro es el fin de semana que no entra en ebullición. Los chavales lo saben. «Venimos aquí porque es donde más ambiente hay», coinciden entre sorbo y sorbo varios jóvenes.

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Hay corrillos y pequeñas aglomeraciones a los pies de la iglesia. Abundan los cachis de plástico, los cigarrillos y los abrazos. Las mascarillas escasean. Brillan por su ausencia. Algunos, los que menos, la llevan puesta. Otros, al menos, a la vista. Recogida en la barbilla, en la muñeca o el antebrazo. «Y se formó La Gozadera», corean los «parceros» (que significa 'amigo' en español de Colombia), como reza uno de los versos de la popular canción, mientras bailan y se divierten, sucumbidos por el ritmo que emerge de uno de los altavoces inalámbricos que la clientela lleva consigo allá donde van, para escuchar en todo momento la música que gusten. Todo, sin mascarilla y con la distancia de seguridad justa.

«Vamos chavales, que os quiero», se sincera un chico mientras apura las últimas caladas a su cigarro y besuquea a quienes le acompañan en una nueva madrugada de juerga. «Cuando nos relacionamos con otro grupo nos ponemos la mascarilla, pero nosotros estamos siempre juntos, somos como un grupo burbuja. Si lo coge uno, caemos todos», dice Guillermo, sobre su «grupete», seis colegas de entre 18 y 22 años. «Yo creo que sí que está justificado que se nos señale a los jóvenes, pero claro que ninguno queremos contagiarnos y llevarlo a casa», admite.

Las frases

«No tengo autoridad, no puedo pegarme con 200 personas cada día para que cumplan la norma»

Raúl García, La Esquina, en La Antigua

«Se intenta hacer bien pero es difícil porque la gente tampoco ayuda; vienen en manada y es complicado»

José Luis Vázquez, Café Castán, en Cantarranas

«Parece que no hemos aprendido nada; es un jaleo estar encima de los clientes para que se pongan la mascarilla»

Diego Losada, La Central, Plaza de la Universidad

El ambiente del segundo viernes de verano en Valladolid bascula entre la euforia y el temor a un hipotético contagio. Saben jóvenes y hosteleros que el foco de la crítica apunta hacia ellos. Que todas las miradas están centradas en el ocio nocturno.

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Los dos brotes vinculados a la hostelería con ocho contagiados confirmados el viernes por la Delegación Territorial de la Junta en la provincia y el 'megabrote' por un viaje de estudios en Mallorca –que en Castilla y León suma 45 positivos y 124 contactos estrechos, de los que cinco y siete, respectivamente, son de Valladolid, según los últimos datos facilitados por Sanidad, a fecha del 2 de julio– les ha puesto más aún en el ojo del huracán.

Han convertido a la noche en uno de los principales focos de expansión del coronavirus. La realidad que rodea a los hosteleros no les es ajena. No quieren ni oír hablar de nuevas restricciones, «injustas» a su juicio. «Es una pena lo que está pasando, y todavía habrá alguno que dormirá tranquilo», lamenta Raúl García, propietario de La Esquina y Esto es Hollywood, mientras prepara un bourbon-cola y dos cuencos de palomitas. Uno de los tantos que ha servido esa tarde-noche.

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Defiende tanto su trabajo como el de resto de negocios de la zona. Hacen lo que pueden. Conforme avanza la noche y crece la ingesta de alcohol, más complicado es controlar a su público objetivo:los jóvenes, por lo general de entre 18 y 25 años. «Es difícil, lo intentamos, pero no tenemos ni pistola, ni placa. No me puedo pegar con 200 personas cada día, intento por todos los medios que se respeten las medidas», sentencia.

Calor toda la madruga

Un recorrido nocturno por los lugares de ocio más frecuentados por los jóvenes en la capital vallisoletana ofrece algunas pistas sobre cómo es ahora salir de fiesta: muchos pierden el miedo al virus conforme avanza la noche y aumenta el nivel de alcohol en sangre. Relajan las normas cuando están con su círculo –no usan mascarilla, comparten bebida y cigarros–. Es la una de la madrugada y la zona de la Catedral luce a medio gas. Hay mesas libres en sus terrazas, una imagen que contrasta con la de los últimos días, cuando encontrar hueco para tomarse una copa se antojaba misión imposible. La capital respira verano. Se palpa en el ambiente, más flojo de lo habitual, con las terrazas a medio gas y el interior de los locales, semivacío. Solo las discotecas son la excepción. Hace bueno. El termómetro roza los 23 grados durante buena parte de la noche, aunque algunos son precavidos y tiran de rebequita y jerséis anudados al cuello. Por si acaso.

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En la Plaza de la Universidad, misma historia. De hecho, algunos negocios comienzan a apilar sus sillas y mesas antes de la hora límite de las terrazas, las dos de la madrugada. Diego Losada, de La Central, es contundente: «Parece que no hemos aprendido nada», se lamenta, al tiempo que intenta responder al porqué la juventud no agota los tragos al aire libre: «Evacúan pronto para irse a las discotecas, en las terrazas no están hasta tan tarde», sospecha el hostelero. Califica de «jaleo» el estar continuamente «encima de los clientes» para que se coloquen la mascarilla. «No somos policías, nuestro trabajo es servir», subraya.

Es la una y media de la mañana. A escasos metros, en Cantarranas, el ambiente es bastante más animado, aunque tampoco pasa desapercibida la 'operación salida'. En la Plaza de Cantarranillas no hay una mesa libre. Hay personal de seguridad prácticamente en la puerta de cada negocio para vigilar el cumplimiento de las normas. «Se intenta hacer bien, es difícil porque la gente tampoco ayuda, vienen en manadas y es complicado», afirma José Luis Vázquez, del café Castán.

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Al otro lado, en Macías Picavea, una veintena de jóvenes –muchos engalanados, ataviados con traje de gala, a modo de graduación improvisada– se agolpa frente a una sala de copas. Juntos, pero no revueltos, y la mayoría sin mascarilla. La teoría es que van a fumar, pero en la práctica hablan, cantan y algunos incluso se abrazan. Un furgón de la Policía Nacional, que se pasea varias veces por la zona, al igual que la Municipal, acalla por un momento el alboroto de ambos lados de la calzada. El encargado de Black Pearl defiende el trabajo que hacen: «Cumplimos con la distancia entre mesas, hay gel en barras, entradas e incrementamos el personal para controlar el uso de mascarillas, pero pedimos colaboración y responsabilidad, ya es gente mayor de edad y no somos niñeros de nadie», asevera.

Son los jóvenes quienes están en el epicentro de todas las críticas, pero un paseo por otras zonas de marcha, como Poniente o Coca, revela que también hay 'mayores', de entre treinta y cincuenta años, aproximadamente, a los que por momentos se les olvida el protector facial. «La gente está descontrolada, la policía está continuamente pasando, pero en el momento en el que se van, otra vez a la barbilla», cuenta Sara Pérez, camarera del café bar Tuba, en Martí y Monsó, quien apela al «respeto sobre todo por los camareros». A las dos, cuando las terrazas se vacían, se apaga la ciudad. Los bares continúan abiertos, pero solo unos pocos clientes optan por el interior. Cuando el ocio autorizado concluye, comienza el clandestino. En pisos particulares. Aunque muchos, los más jóvenes, trasladan su juerga a las discotecas. Hasta que echen el pestillo.

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