
Insiste Beatriz Salamanca, pediatra en el Hospital Río Hortega de Valladolid, en que lo básico, siempre, para evitar una intoxicación de niños con lejía o cualquier otro desinfectante es la precaución. Hace suya la máxima de que es mucho mejor prevenir que curar. Esto es, mantener los productos de limpieza -o cualquier otro que pueda ser tóxico- lejos del alcance de los menores y, sobre todo, conservarlos en el envase original.
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Nada de trasvases domésticos a otros recipientes, de pasar el detergente de su compacta y resistente garrafa a una botellita de plástico porque eso, dice, también implica un riesgo. De hecho, remarca que esta acción, a priori inofensiva, está «detrás de la mayoría de los accidentes» que se registran con estos productos. «La mayoría de las intoxicaciones accidentales se podrían evitar si los productos no se encuentran a disposición del niño, que no los puedan coger. El problema viene cuando se ha cambiado el producto del envase original a otro que no es el apropiado para tener el producto en cuestión», señala esta profesional, al tiempo que destaca que los envases originales «suelen tener tapones de seguridad para que si el niño llega a cogerlo, no lo toque». Además, llevan incorporados un etiquetado específico acompañado del teléfono de toxicología, para consultar en caso de accidente.
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En este sentido, subraya Beatriz Salamanca que «es muy difícil» que se produzca una intoxicación de carácter grave tras la ingesta de un producto tóxico doméstico. El motivo, explica, no es otro que por la cantidad de lejía o cáustico que concentran. «Los detergentes que utilizamos no son especialmente tóxicos. La lejía como tal solo se utiliza en sitios industriales, naves... También puede haber cáusticos importantes o disolventes en los productos de piscina, pero en la mayoria de detergentes la cantidad de lejía que contienen es mínima», explica.
Por lo general, las consecuencias de beber lejía o detergente por accidente serán a corto plazo y de carácter leve, como dolor de estómago o un estado nauseoso. Para ello, la recomendación es dieta blanda durante los siguientes días.
En todo caso, si ocurriera un hecho similar, si sospecha que su hijo ha ingerido algún líquido tóxico, hay dos cosas que bajo ningún concepto debe hacer: hacerles vomitar o beber agua. «Se tiende a querer que beban agua para que 'pase' o a hacerles vomitar, pero es un error. Si ha ingerido algo tóxico, hacerles vomitar es hacer pasar ese líquido dos veces, por lo que no debe hacerse», afirma esta pediatra, mientras dice que tampoco se debe beber ningún líquido. «No debe beber nada; los detergentes tienden a generar espuma, por lo que si bebe agua, puede producirse esa espuma y es mucho peor; con la leche hay controversia, pero es mejor no darles nada», añade.
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No obstante, es de vital importancia contactar con el Instituto de Toxicología o acudir a un centro de salud para informar de lo sucedido, preferentemente en la primera hora desde que se ha producido el accidente. En caso de tener dudas, de desconocer si realmente ha ingerido o no algún producto tóxico, Beatriz Salamanca recomienda «olerles a boca». «La mayoría de las veces se encuentran a los niños con el producto entre las manos, pero si se tiene sospecha lo primero que hay que hacer es olerles la boca. Si aún así se tiene dudas, hay que lavarles bien las manos y cambiarles la ropa. En caso de que siga oliendo a algún producto tóxico, llevarles al médico», argumenta. Por último, matiza que es «importante retirarle la ropa y lavar los ojos con agua o suero si se ha tocado los ojos tras tener contacto con lejía u otro producto».
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