Marina y Daniel Abellón Delgado toman el desayuno antes de ir a la escuela. Ramón Gómez

Nervios por reencontrarse con los amigos

El Norte acompaña a una familia de Valladolid en el primer día de clase con las medidas de seguridad por el coronavirus

Eva Esteban

Valladolid

Miércoles, 9 de septiembre 2020

Son las ocho de la mañana, pero Marina, de nueve años, lleva despierta desde «mucho antes». Los «nervios» por la vuelta al cole «más rara y deseada que recordamos», reconocen sus padres, Mario Abellón y Sara Delgado, le robó el sueño la noche ... anterior. «He dormido poco esta noche, estaba muy nerviosa; tengo muchas ganas de volver a ver a mis amigos después de seis meses», confiesa la pequeña, que este año cursa cuarto de Primaria en el colegio Santa Teresa de Jesús de Valladolid, mientras da un sorbo al vaso de leche.

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Daniel, de diez años, el tercero de cuatro hermanos, representa todo lo contrario. Toma el desayuno a regañadientes, entre bostezos y señales que reflejan que aún no está del todo despierto. Él, que este año estudiará sexto de Primaria, también tiene «ganas» de volver a clase. Además de por ver a sus compañeros, con quienes ha coincidido en varias ocasiones este verano, por reencontrarse con sus profesores. «En casa es peor, muy aburrido. Tengo los juguetes al lado mientras hago los deberes y me dan ganas de jugar, no me concentraba nada», comenta el menor.

«Venga, rápido, daos prisa»

«Venga, rápido, daos prisa que no llegamos;solo falta que entréis tarde a clase el primer día», espeta la madre para que los niños se apresuren. Son las ocho y cuarto. Es hora de ponerse el uniforme de la escuela. Falda de cuadros, jersey verde oscuro y calcetines hasta la rodilla en el caso de Marina; pantalón beige y jersey marrón oscuro en el de Daniel. Ambos se visten con la ayuda de sus progenitores. Tienen la mochila con ruedas preparada en el recibidor de su casa, en La Rondilla, desde el lunes. Pero esta vez, por ser el primer día, llevarán una más pequeña, colgada a la espalda. Tan solo con un cuaderno, el estuche, un bocadillo de salchichón para almorzar y, solapado al cursor de la cremallera, un pequeño envase de gel hidroalcohólico.

«Daniel péinate; Marina, la mascarilla. Vámonos ya que con tanto protocolo es mejor llegar un poco antes», incide Mario, el padre, mientras abre la puerta del domicilio familiar.

Ramón Gómez

«Pero, papá. ¿También tenemos que estar en el cole con la mascarilla?», se cuestionan los menores. «Sí, hijos. Esas que os ha hecho mamá, como son a medida, seguro que no os molestan», responde el progenitor ante la mirada cómplice de los niños. Llegan a la calle Felipe II de la capital, donde está ubicado el centro escolar, minutos antes de las nueve menos cuarto de la mañana. La entrada es escalonada: Marina a las 08:45 horas y Daniel, diez minutos más tarde.

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Del mismo modo se efectúa la salida. la niña a las 14:20 horas y su hermano, nuevamente diez minutos después. Así estaba previsto, pero el fin de la jornada lectiva se demora –son las dos y media y aún siguen en clase– inquieta a Sara Delgado, que acude a recogerles. «A ver si la veo, porque además el profe de Marina es nuevo y al separarles tiene otros compañeros...», apostilla.

«Ya sale, ya sale», anticipa la madre, quien estira los brazos para recibir a su hija con un abrazo. «Qué guay, mamá. Ha estado fenomenal el día. Lo mejor ha sido volver a ver a mis amigos, aunque el recreo ha sido un poco aburrido», sostiene Marina, al tiempo que señala hacia la puerta, donde aguarda su hermano. «Para ser el primer día no ha estado mal; no tenemos deberes hasta la semana que viene, así que mola», indica Daniel. Lo «peor» del primer día, coinciden, es «aguantar tantas horas con la mascarilla puesta». «Pues va a ser así todo el curso;preparaos», les advierte su madre.

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