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Laura Negro
Valladolid
Lunes, 27 de abril 2020, 07:24
Decía Einstein que «quien supera la crisis se supera a sí mismo sin quedar superado», y que «es en la crisis donde aflora lo mejor de cada uno, porque sin crisis todo viento es caricia». Natividad Garrote Martín (42) es un buen ejemplo que confirma que tenía razón. La crisis sanitaria del coronavirus ha logrado sacar lo mejor de esta vallisoletana. Ella trata a diario con aquellos que son más vulnerables frente a la pandemia. Con aquellos para los que la recomendación «Quédate en casa» carece de sentido, porque no tienen un hogar en el que quedarse. Natividad es, desde hace un año, ayudante de cocina en Servicios de Comidas y Actividades Sociales SL (SCAS), empresa adjudicataria del contrato del servicio de comidas del comedor social de Valladolid, ubicado en la calle Arzobispo José Delicado de Huerta del Rey.
Desde el pasado 18 de marzo, cuando el Centro Integrado de Servicios a la Dependencia del barrio de La Victoria unificó en sus instalaciones ese comedor social y el albergue municipal, Natividad se traslada a trabajar allí. Toda su vida laboral la ha pasado en el sector de la hostelería, tanto de cara al público, como en office. «No se me caen los anillos por nada», dice. Empezó a trabajar con solo 16 años y presume de que solo ha estado en paro dos veces por un corto periodo de tiempo.
A Natividad su trabajo y la pandemia de coronavirus le han aportado grandes enseñanzas personales y una palabra búlgara que ya no olvidará: 'Detelinke', que significa trébol. Es el nombre que uno de los usuarios más antiguos del comedor social ha puesto al león de peluche que ella le ha regalado. Un pequeño detalle que ha llenado de felicidad a esa persona. «Ver su cara de alegría cuando se lo entregué me llenó por completo. Esa mirada de agradecimiento no se paga con nada. Cuando este usuario entró en el centro para pernoctar tras la declaración del estado de alarma, deshizo la maleta y llenó su cama de peluches. Me enteré de que le gustaban y quise darle una pequeña sorpresa», dice.
«Para estas personas el confinamiento ha supuesto un gran cambio en sus vidas. Se pasaban el día en la calle y ahora muchos se sienten encerrados y se les hace difícil tener que amoldarse a un horario. Creo que mi pequeño detalle ha servido para hacérselo todo un poco más llevadero a esta persona. Ese día desayunó abrazado al león de peluche. Muchos de ellos están a falta de cariño y estos pequeños gestos lo significan todo. El comedor social es el lugar perfecto para conocer la humanidad de la gente», sentencia.
La de Natividad es ahora una profesión de riesgo, centrada en el servicio a los demás. Un riesgo que ella teme trasladar a su propia familia. Algo que le «aterra». El coronavirus, además de cambiar su ubicación laboral, ha trastocado también la forma de desempeñarlo. «Habitualmente estaba a jornada partida, dando las comidas y cenas a los usuarios. Ahora, mi jornada ha cambiado de forma radical. Estoy de mañana y hay veces que me toca doblar turno», explica. Su primera tarea es el desayuno. «También preparo las bolsas de comidas y cenas para aquellos usuarios que no son internos y que se la llevan a sus casas», prosigue. Una vez que acaba el turno de comidas, Natividad, junto con sus compañeros, recoge la vajilla y lo deja todo listo para la hora de la cena. «Las medidas de higiene y limpieza siempre son fundamentales, pero ahora las estamos extremando. Disponemos de todas las protecciones necesarias. En ese sentido estamos bien cubiertos, gracias a Cruz Roja. Además, hacemos especial hincapié en la desinfección de los baños, las mesas y los suelos para mantener el coronavirus a raya», continúa.
Natividad Garrote
Dice que el suyo no es un trabajo duro, aunque aclara que «es difícil». «Desde el punto de vista práctico es un trabajo sencillo; en cambio, es muy complicado si se tiene en cuenta el aspecto psicológico. Requiere de muchísima paciencia y una gran mano izquierda. Los usuarios me cuentan sus historias, que son terribles, y yo siempre empatizo con ellos y me pongo en su piel. Eso al principio me hacía sufrir mucho. Siempre me traía a casa los problemas de los demás. Pero ahora he aprendido a diferenciar lo que es trabajo de lo que no. De no hacerlo así, no sería capaz de seguir adelante. Ahora me sé poner en mi sitio. Sigo siendo amable y servicial pero sin profundizar demasiado, porque si no estaría perdida», confiesa.
A diario Natividad, mientras sirve el café o las tostadas del desayuno, tiene que lidiar con historias y situaciones muy duras y, en muchos casos, agravadas por la pandemia. «Veo nervios entre los compañeros. Hay mucho miedo al contagio. Allí hay 65 usuarios viviendo y pernoctando y preparamos cada día 120 comidas y cenas. Los primeros días tenía más miedo. Ahora estoy más tranquila. En condiciones normales servíamos uno a uno por las mesas, pero ahora son ellos los que pasan con la bandeja, para que nosotros no tengamos que echar más paseos. Eso si, les obligamos a mantener la distancia de seguridad, aunque muchos todavía son reacios. Yo creo que muchas de estas personas no son muy conscientes de la importancia de cumplir con las distancias. Su forma de ver la vida es diferente. A veces el idioma es una barrera para comunicarnos. He conseguido que algunos que no hablaban ni una sola palabra en castellano, me pidan el desayuno», afirma contenta.
Natividad Garrote
Su trabajo le hace sentirse realizada y se considera muy bien tratada por los perceptores de este servicio gratuito municipal. «Son muy agradecidos», dice. «Este trabajo me ha hecho ver la vida de otra manera. Ahora soy menos egoísta, no juzgo a la gente y valoro más lo que tengo. Ahora doy importancia a las cosas que realmente la tienen y soy más consciente del valor de las personas», asegura esta joven. Su trabajo, y especialmente esta crisis sanitaria, le han aportado una gran experiencia personal, mayor constancia, más implicación y más solidaridad.
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