Secciones
Servicios
Destacamos
Vuelve a sonar una canción de los Beatles entre el bullicio de prisas, risas y paseos, de compras y parejas del brazo, de jubilados lentos, de chavalería acelerada que atraviesa –con su adolescencia llena de móviles y amigos– esta calle Santiago que es de nuevo hormiguero (con mascarillas y distancia de seguridad) a estas alturas de la desescalada.
Se escucha 'Let it be', luego 'Hallelujah', en este concierto vespertino que regala Rodri, flautista que este viernes, después del confinamiento, del estado de alarma, de obtener los permisos municipales pertinentes, pisa de nuevo adoquín para recuperar, junto con su perrita Ginger, una estampa cotidiana de la principal arteria de la ciudad. Llega con su mochila negra, un altavoz para acompañarse, y un repertorio de clásicos (desde Il Divo a Metálica) que le pone banda sonora a la rutina pucelana. «Antes del coronavirus, me gustaba venir todos los días en los que tenía descanso. Y los domingos, siempre que podía», asegura Rodrigo Rodal (Cangas de Morrazo, 1967), quien ha hallado a pie de calle el mejor local de ensayo, el escenario más multitudinario para mostrar su pasión.
«La música siempre ha formado parte de mi vida. Mi padre, Juan, nos inculcó a todos mis hermanos el amor por ella. En mi casa se escuchaba a todas horas. Nos animó a que estudiáramos, a que nos formáramos. Mi hermano Juan Carlos tocaba el bajo en un grupo. Mi hermana hizo piano. Yo me decidí por la flauta. Cogía el barco varios días a la semana para ir al conservatorio desde Cangas hasta Vigo. A las clases de solfeo, de armonía, de instrumento. Y luego, otra vez el viaje de vuelta a casa, para echar una mano a mi padre en la tienda». Tenían un comercio de alimentación famoso en la ría. Supermercado Juanito, del que más tarde Rodri se puso al frente.
«Al nacer mis hijas, cuando tuve más responsabilidades en el trabajo, la música quedó en un segundo plano. Yo tocaba en la banda Belas Artes, en el pueblo. Teníamos actuación todos los fines de semana. De junio a septiembre, casi a diario, porque nos llamaban de las parroquias, las romerías, muchísimas fiestas populares que hay en Galicia, para que tocáramos. Y no podía mantener ese ritmo, con el trabajo, la familia». El comercio o el concierto. «Así que lo dejé. He estado más de 25 años sin tocar, con la flauta abandonada. Al principio no lo echaba de menos. De vez en cuando algún amigo me pedía alguna colaboración para un concierto en un bar. Pero nada más». Hasta que...
«Tuvimos que cerrar la tienda. La competencia es muy dura en el sector y no nos quedó más remedio. Eché el currículo en todas las empresas de distribución. No tenían nada en Galicia, pero me propusieron venir a Valladolid hasta que hubiera un puesto allí. Para nosotros, Ana mi pareja y yo, era un paso complicado. Con 51 años. Con dos hijas, de 27 y 23. Pero nos decidimos». Hace casi dos años, hicieron la maleta para venir a orillas del Pisuerga. «Dejé de ser autónono y sufridor. Allí abría las tienda todos los días del año. Todos, menos el 1 de enero y el 25 de diciembre. Ahora tengo días libres. Mis días libres».
Y la música entró de nuevo en su vida. Cuenta que cuando prepararon el equipaje, durante todo el jaleo de la mudanza, vio en su funda la flauta travesera que tantas horas le acompañó en su juventud. Y decidió que formara parte de la valija.Traérsela a tierras castellanas y aquí tocar de nuevo,«hacer lo que realmente me gusta», recuperar poco a poco la destreza que se dejó por el camino después de tantos años con el pentagrama lleno de silencios. «Ahora, siempre que el tiempo me lo permite, ensayo. Al principio, lo hacía en casa, en La Rondilla, pero me di cuenta de que a lo mejor molestaba a los vecinos». Así que pensó que podía llevar ese entrenamiento a la calle, ensayar como si la sucesión de piezas fueran un concierto, construir un repertorio «de clásicos, conocidos por todos», que animara a los viandantes que pasan por la calle Santiago a detenerse y escuchar. O a pasar de largo con un colchón musical de fondo.
El permiso municipal le permite tocar su flauta en la calle Santiago, en el entorno de los cruces con Zúñiga y Santa María. Allí se le podía encontrar muchos días, con su perra Ginger –y su correa morada– en torno a su tobillo izquierdo. Allí, tantas tardes antes de que el coronavirus nos recluyera en casa y nos hiciera salir poco a poco de ellas después. Este viernes, casi cuatro meses después, Rodri ha vuelto.
La caniche canela, a sus tres años («de pequeña era muy pelirroja»), se ha convertido –con su planta de peluche recién estrenado– casi en una estrella de la calle Santiago. Su simpatía atrae cientos de miradas. Ladra casi al compás de la música. Se pone de pie cuando Rodri le ofrece una galletita, como si bailara al son de la música. «No sé qué tiene, que todo el mundo la adora. Mis hijas me dicen: '¿Te has dado cuenta, papá, de que en Valladolid casi todos se paran para decirle algo?' Le conoce el vendedor de cupones, la vienen a saludar las trabajadoras de algunas tiendas, también de oficinas de la zona», dice Rodri, quien resalta la comprensión y cariño de vecinos y trabajadores del entorno. «La persona que pasea y pasa unos minutos por la calle Santiago lo puede agradecer más, pero el que tiene la música debajo de casa todo el rato a lo mejor se cansa. Son muy comprensivos. Y si molesto, intento cambiarme de sitio. Un vecino me dijo que su hijo estaba enfermo, siempre en casa, y que si podía moverme unos metros. Y claro que sí», explica, al tiempo que agradece «todas las muestras de cariño. Cada vez que alguien se para y te dice:'Qué bien tocas', pues sienta bien».
Su intención es regresar a Galicia –tiene el traslado pendiente– y, una vez allí, reingresar en la banda que dejó de joven.«Cuando estaba allí, veía que muchas personas se reenganchaban al grupo ya con 60 años, jubilados, cuando tenían más tiempo. Se compraban a lo mejor un clarinete nuevo y volvían a tocar. Yo quiero hacer eso también». Mientras tanto, suena de nuevo su música en la calle Santiago, entre el fragor cotidiano, entre paseos y compras, con la distancia de seguridad pertinente, los acordes de Rodri y los ladridos cómplices de Ginger.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Jon Garay y Gonzalo de las Heras
Equipo de Pantallas, Oskar Belategui, Borja Crespo, Rosa Palo, Iker Cortés | Madrid, Boquerini, Carlos G. Fernández, Mikel Labastida y Leticia Aróstegui
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.