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Un eterno abrazo se dieron Nadiya y Mikhaylo en territorio polaco. Hace escasos minutos que se habían visto en su país, Ucrania, pero Nadiya, acompañada de sus hijos y del perro, lo hizo a pie a través del corredor organizado por ONGs, asociaciones y voluntarios. Mikhaylo, por su parte, entró en Medyka sin acompañante y por carretera. Esta familia de cuatro miembros se separaron diez minutos, tiempo suficiente para echarse de menos. En Polonia se dieron abrazos y besos, mientras su perro bebía un litro de agua a la par que ladraba de felicidad.
Habían conseguido lo más difícil, recorrer la distancia entre su pueblo, cercano de Kiev, y el municipio polaco de Medyka. Les había llevado seis horas, pero había merecido la pena.
Con un perfecto español, empezaron a relatar su historia. Cansada, hastiada y apenada, Nadiya estaba al borde de la lágrima al contar que había dejado a sus padres atrás, en un país en guerra. Un conflicto que no entiende en pleno siglo XXI y del que pide que se acabe cuanto antes. «Pido al mundo paz. Esto es una locura, que se pare ya», lamenta la ucraniana mientras continúa por la acera de la solidaridad recalcando que «es una verdadera locura».
Su pueblo y su casa siguen intactas, pero esta familia ucraniana se aleja de la guerra en busca de un nuevo futuro. No querían que así sucediese, pero no han tenido otra alternativa. Y esa oportunidad la quieren encontrar en Ibiza. Ya residieron años atrás en las Islas Baleares, de ahí el perfecto castellano, pero en este viaje no hay motivos laborales ni turísticos. «No quiero pensar en lo largo que se nos va a hacer el trayecto. Viajamos con dos niños y un animal y está muy lejos…puff», afirma resignada Nadiya, a la par que sonríe a su familia.
En Ibiza alquilarán una vivienda con los ahorros de los últimos años y volverán a buscar trabajo hasta que un día, más pronto que tarde, no vuelvan a escuchar bombas en su país y puedan regresar.
El caso de la familia de Nadiya y Mikhaylo es de los pocos que tendrán final en España. Son escasos, según apuntan desde la propia frontera, los que optan por empezar de cero en la península ibérica. El largo trayecto, alrededor de 3.000 kilómetros, y el idioma complican las centenares iniciativas solidarias desde España. A eso se suma que son muchos los refugiados que solo piensan en volver y que confían en que la guerra se acabe lo antes posible para intentar recuperar su vida, así que optan por quedarse en Polonia a salvo de las bombas, pero sin pasado y futuro incierto.
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