Fernando Gutiérrez Baños. Catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Valladolid
Jueves, 18 de mayo 2023, 19:46
El pasado domingo nos sobresaltaba la noticia que no queríamos recibir: Francisco Javier de la Plaza Santiago nos había abandonado para siempre a los ochenta y cuatro años de edad. Catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Valladolid, en la que fue desde ... 1982 Director de la Cátedra de Historia y Estética de la Cinematografía y desde 1988 Director del Departamento de Historia del Arte (en ambos casos hasta su jubilación en 2008), su trayectoria académica ha dejado una huella indeleble en la Universidad, en la ciudad y, muy especialmente, en todos los que lo conocimos.
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Estas líneas no pretenden ser una valoración crítica y erudita de su trayectoria: quien esté interesado en ella puede encontrarla en el libro-homenaje que le dedicó su Departamento con ocasión de su jubilación (Estudios de Historia del Arte. Homenaje al Profesor De la Plaza Santiago, Valladolid, Universidad, 2009), aunque en él, obviamente, no se recojan sus últimos años de actividad. Estas líneas pretenden ser una evocación del carácter y del talante de un hombre sin duda extraordinario al que quien esto escribe trató durante treinta años (por desgracia, solo durante treinta años).
El profesor De la Plaza Santiago encarnaba un tipo de intelectual cada vez más difícil de encontrar: un absoluto experto en sus distintos campos de especialización (como el arte de la Edad Moderna, el arte contemporáneo o el cine) que, sin embargo, tenía una visión multidisciplinar o interdisciplinar de las cosas mucho antes de que estos calificativos se pusieran de moda, a menudo de forma vacua, en la jerga académica. Es más: los calificativos multidisciplinar o interdisciplinar le resultaban, en realidad, estrechos, pues su visión del mundo del arte y de la cultura (en general, su visión del mundo) era una visión holística.
Contribuyeron a ello de manera decisiva su formación inicial por la rama de ciencias y sus estudios abortados de ingeniería, así como su relación constante con los compañeros de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura y con no pocos artistas del panorama local y regional. En un mundo en el que cada vez se primaba más la especialización, el profesor De la Plaza Santiago era capaz de transitar partiendo de un plano de una película de Welles hasta llegar a una pintura de Piero della Francesca pasando por la obra de Piet Mondrian o, por qué no, por la más superficial de las circunstancias cotidianas.
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Y lo hacía con absoluta naturalidad, sin violentar el discurso y sin someter a sus interlocutores a un ejercicio arduo de intelección que estuviese solo al alcance de unos pocos elegidos. Por eso sus clases en las décadas de 1980 y de 1990, tras su reincorporación a la Universidad de Valladolid desde la Universidad de Murcia, eran un fenómeno que congregaba a numerosos estudiantes de la más variada procedencia, que a menudo ni siquiera estaban matriculados en las asignaturas que impartía.
De la misma manera que para el profesor De la Plaza Santiago no había barreras de contenido, aunque su punto de partida y de referencia fuese siempre la Historia del Arte, tampoco había barreras de escala: lo local le interesaba tanto como lo universal y, como en el caso anterior, era capaz de vincular realidades aparentemente muy distantes sin forzar sus argumentos. Sin duda fue por ello por lo que fue tan apreciado por las instituciones locales y regionales, que recurrieron a menudo a sus servicios para jurados y comisiones de todo tipo. Para el público más amplio quedan como recuerdo de su actividad la dirección, junto a Simón Marchán Fiz, de la Historia del Arte de Castilla y León publicada en la década de 1990 por Ámbito Ediciones y la participación en el proyecto expositivo Las Edades del Hombre, en el que fue coordinador general del comité de selección de piezas de la exposición inicial (Valladolid, 1988-89) y asesor en numerosas ediciones posteriores.
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Así era el mundo indivisible de Paco Plaza. Un mundo en el que todos nos sentíamos cómodos aprendiendo a cada paso algo nuevo de la mano de su bonhomía y de su personalidad entrañable, de su voz siempre suave y calmada, de su sensibilidad exquisita, siempre perspicaz e inteligente y en absoluto afectada. Un mundo, además, que no estaba hecho de monólogos, sino de diálogos, en el que disfrutaba tanto transmitiendo sus vivencias e inquietudes como escuchando las de los demás. Un mundo que, por desgracia, hemos perdido para siempre.
Toda muerte nos recuerda el carácter frágil y finito de nuestra existencia. En el caso del profesor De la Plaza Santiago esa fragilidad se presenta de manera aún más acuciante y descarnada, pues, aunque nos queden sus libros, sus artículos, sus contribuciones en publicaciones de todo tipo... nada podrá igualar la experiencia única que fueron sus clases, sus conferencias o, para quienes tuvimos el privilegio de tratarlo, la conversación íntima con él, tanto si era sobre temas elevados o banales. In ictu oculi...
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