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«Si alguien se había enfadado conmigo por algún motivo, en cuanto me veía con Diego y se enteraba de que yo era amigo suyo, todo se olvidaba y ya no había pasado nada». No ha habido espacio suficiente en el tanatorio para abarcar a ... las decenas de personas, que ampliamente pueden haber superado el centenar, que se han acercado a despedir a Diego García Jubete, Diego Valares en su trabajo de DJ, fallecido el pasado jueves a los 33 años, atropellado mientras corría en las inmediaciones de su casa. El músico vallisoletano había cumplido su sueño de pinchar en los acontecimientos más relevantes de todo el país y, sobre todo, era especialista en trabajar en celebraciones. Sobre todo en bodas, en las que su talento alcanzaba su máxima expresión contagiando felicidad en el día más feliz de la vida de los novios.
Toda una generación de vecinos de Valladolid nacidos a finales de los 80 y principios de los 90 pasaron a abrazar a José Luis y Begoña, los padres de Diego; a Fátima, su hermana; y a Natalia, su novia, «el amor de su vida», con quien tenía grandes planes. Uno de ellos ya lo habían materializado: la empresa 'GO Valares' en la que, tras apenas unos años de recorrido, no daban abasto. Cincuenta actuaciones en bodas tenían ya contratadas para los próximos meses. «Mucha gente ponía fecha a su enlace en función de las noches que Diego tenía disponibles», relata Juan Manuel Picazo, amigo suyo desde la infancia.
Siempre con una sonrisa en los labios, siempre de buen humor, bondadoso por naturaleza y currante como pocos. Cuando tantas personas coinciden en los calificativos que siguen dedicando a Diego Valares, el tópico de tan triste momento tiene que ser verdad. «Estaba en lo más alto de su carrera, después de quince años de dedicarse a lo que era su pasión, la música. Ha pinchado en fiestas que han salido en el ¡Hola!, en las bodas más prémium, ha sido DJ residente en el complejo de Abadía Retuerta, le contrataron en Vietnam...». cuentan sus amigos.
Y, a la vez que iba dejando huella por donde pasaba, tenía los pies en el suelo. «Ibas con él por el centro de Valladolid y parecía que estabas acompañado a un Rolling Stone», asegura Juanma. «Sabía que el mundo de la noche y la fiesta no dura para siempre y, a pesar de lo bien que le iba, nunca dejó su trabajo en la empresa inmobiliaria», comenta Martín.
Además de quienes se han acercado a darle su último adiós, las redes sociales hervían ayer con mensajes de dolor por su muerte, tan trágica como prematura. De la infinidad de empresas para las que había trabajado, de todos los DJ que le conocían, de personas que, simplemente, «habían tenido la suerte de conocerle», como dice Juanma, con quien pasó un año en Australia poco después de terminar la carrera. «Teníamos un conocido allí, aquí habíamos pasado un mal trago y, oficialmente, nos fuimos a aprender inglés. Trabajamos de todo y lo que resultó ser fue una aventura».
Las huellas de Diego pasan por su colegio querido, el San Francisco de Asís; las comparten quienes le conocieron cuando jugaba al fútbol en las categorías juveniles del Real Valladolid primero y la UD Sur después; los amigos de los tiempos en que empezaba a pinchar en el Charlot, hace quince años; los compañeros de la Facultad de Ciencias del Trabajo de Palencia, donde estudió Relaciones Laborales; todos los que alguna vez disfrutaron de su talento. «Todos le adoraban y la primera, su hermana Fátima, su fan más incondicional». Nunca le faltó a Diego tampoco el apoyo de sus padres. De Begoña era «el ojito derecho», cuenta Natalia. Innumerables noches se pasaba José Luis hasta las tantas, «ayudándole a encontrar contenidos en Internet, buscando hasta debajo de las piedras lo que él no encontraba», cuenta Martín.
A medias con Natalia había levantado la empresa de organización de eventos GO! Valares. Juntos habían invertido en equipos de sonido, de iluminación, de efectos especiales, siempre cuidando la escenografía para destacar en una actividad en la que la imagen y la estética son tan importantes como la música. «Era un trabajador incansable. Era ya prácticamente imposible para los amigos quedar con él en fin de semana, de tantos compromisos como tenía», cuentan sus compañeros a la puerta del tanatorio.
«Estaba orgullosísimo de todo lo que habíamos conseguido y teníamos todo tipo de planes», explica Natalia incapaz de contener la emoción. «Él sí que era el amor de mi vida», confiesa.
Diego, «de las Delicias de toda la vida», acababa de comprarse un piso en el barrio Hospital. Estos días estaba de reformas. El jueves, acompañó a su hermana a firmar un contrato de arras porque también ella va a comprar vivienda. Después se vistió ropa de deporte y, como todos los días, poco después de las nueve de la noche, salió a correr junto al Esgueva. Fue arrollado por una furgoneta en el Paseo del Cauce, en una zona con limitación del tráfico a 30 kilómetros por hora. El impacto lanzó el cuerpo de Diego, que falleció por un fuerte traumatismo al golpearse la cabeza con la acera.
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