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«El gran sueño de mi vida era convertirme en médico para salvar a los niños de África», desvela Alicia Vacas (Valladolid, 1972), fascinada de ... joven por aquellos testimonios de los misioneros que, de vez en cuando, visitaban los colegios donde estudió (Virgen Niña, el Carmen), las parroquias de Delicias donde de pequeña iba a misa. «Después, a todos nos pasa, los sueños se van topando con la realidad, que nos lleva por otros derroteros. Así que, al final, ni soy médico ni salvo niños en África. Pero la vida me ha reservado sorpresas estupendas». La última, el lunes pasado, cuando recibió el Premio Internacional a las Mujeres Coraje, un galardón que, desde hace trece años, entrega el Gobierno de EEUU, a través de su Departamento de Estado, esta vez con un acto telemático presidido por la primera dama, Jill Biden.
Porque Alicia, en realidad, es más, mucho más de lo que dice que nunca a llegó a ser. Es enfermera y misionera. Es coordinadora de las hermanas combonianas de Oriente Medio. Es la voz de cuarenta religiosas de nueve comunidades en Israel-Palestina, Jordania, Emiratos Árabes, Turquía, Sri Lanka. Es compañía para las mujeres refugiadas que huyen de las guerras de Sudán del Sur y Eritrea. Es embajadora de Manos Unidas. Es sanitaria en la clínica de Médicos por los Derechos Humanos. Es, según el premio recogido hace una semana, una de las trece mujeres más valientes del mundo. Porque «si la valentía es el amor en acción», Alicia se reconoce ahí, aunque asegura que el galardón es «una sorpresa, cuando hay tantas mujeres coraje a mi alrededor».
«Las primeras, las de mi comunidad, mi congregación. Cualquiera de ellas tiene una vida tan arriesgada, tan interesante o tan bonita como la mía. Así que supongo que este es un reconocimiento simbólico, para destacar a una entre muchas, entre tantas religiosas que trabajan en Oriente Medio, en África, en otros países, en situaciones tan difíciles y tan escondidas». Pero, además, el coraje de «tantas mujeres que me he ido encontrando en la vida:las beduinas, refugiadas... Cuántas mujeres, con resiliencia, determinación, que sacan adelante situaciones increíbles:hijos, familia, opresión, ocupación. ¿Y el premio me lo dan a mí? Me parece increíble».
La labor humanitaria que encabeza Alicia llamó la atención del Departamento de Estado de EEUU a través de su embajada en la Santa Sede. Conocieron a Alicia el año pasado, a principios de marzo, cuando el coronavirus empezaba a causar estragos en Italia y la vallisoletana no dudó en llenar dos maletas con material sanitario (batas, mascarillas...) cedido por el hospital San José de Jerusalén y viajar, desde Israel hasta Italia, para atender a las hermanas de su congregación en Bérgamo (Italia), «una comunidad envejecida», con 55 religiosas. «Durante los primeros días de marzo, empezaron a llegarnos noticias de que nuestras hermanas se estaban muriendo. Fallecieron diez hermanas directamente por el coronavirus y otras cinco por las secuelas que les dejó. La situación era caótica. Así que, algunas hermanas enfermeras más jóvenes nos ofrecimos para ir a sostener la comunidad. Eran los primeros días de pandemia, con tanto miedo y confusión. No había protección, mascarillas ni oxígeno, no se sabía cuál era el protocolo de asistencia. Fue complicado. Pero había que hacerlo».
«Yo también tenía a mi padre en aquel tiempo en una residencia de ancianos. Estaba aislado y mis hermanos no podían verlo. Para mí, cuidar de otras personas era casi casi como cuidar de mi padre». Después de tres meses, cuando la situación se normalizó –ella pudo esquivar el contagio–, Alicia regresó a su trabajo cotidiano en Oriente Medio.
«Mi casa debería ser Amán, es mi comunidad, pero la frontera de Jordania estaba (y sigue) cerrada, así que el primer país al que pude volver fue Israel. Vine a Jerusalén y desde entonces, no he podido moverme de nuestra casa en el Monte de los Olivos». Pero sigue al tanto de los proyectos que las hermanas combonianas desempeñan en aquellos países, más necesarios que nunca en estos tiempos de covid «en los que se acentúan y destapan nuevos factores de pobreza».
A los 18 años, después de terminar COU, dejó Valladolid para completar su formación religiosa en Italia. Estudió Enfermería en Gijón. «Y de ahí, mi comunidad me envió al mundo árabe». Pasó sus primeros años como misionera en Egipto, en atención sanitaria en clínicas rurales y de los barrios más pobres de El Cairo. En 2007 se trasladó a Israel-Palestina.
«Hay bolsas de pobreza y una situación crónica de inmigración. Trabajamos con los beduinos palestinos en los territorios ocupados o con refugiados iraquíes y sirios, de los que se ocupan nuestra hermanas en Jordania. Los más vulnerables entre los vulnerables son las mujeres africanas, víctimas de abuso y violencia, que buscan asilo y no obtienen el reconocimiento de refugiadas. Ellas sí que son valientes. Ellas son mujeres coraje. Hay cerca de 20.000 sudaneses del sur y 40.000 eritreos que, entre 2007 y 2013, llegaron a Israel por el desierto del Sinaí escapando de los conflictos armados y del hambre. Esta vía del desierto del Sinaí se convirtió muy pronto en un infierno de tortura y extorsiones, donde muchos migrantes perdieron la vida. Los que llegaron a Israel se encontraron con políticas de rechazo y discriminación que les deniegan el reconocimiento de refugiados y les condenan a la marginación».
«En 2013 Israel, construyó un muro en la parte meridional y bloqueó eficazmente la entrada de los prófugos, aplicando políticas muy duras, como el retorno en caliente, devolverles al desierto, el internamiento en cárceles o en centros de detención. En los años siguientes se ha producido la deportación de casi la totalidad de los sudaneses del sur. Muchas de las mujeres que habían llegado a Israel consiguieron reasentarse en otros países, porque tenían estudios, familia... donde consiguieron estatus de refugiados. Pero las más frágiles quedaron atrás, en los barrios marginales del sur de Tel Aviv. Mujeres solas, casi siempre con niños a los que defienden como leonas, a veces enfermas o rotas por todo lo vivido. Esas son las heroínas», dice Alicia, convencida de que es más importante«lo que puedes decir de la vida y del Evangelio con tus manos y con tu actitud que con las palabras o con tantas estructuras». «Lo relevante es el servicio directo, las obras de misericordia, la atención en sanidad y educación», defiende. Ypor todo eso ha recibido esta semana el reconocimiento de los EEUU como mujer coraje, como una de las mujeres más valientes del mundo.
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