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El enciclopédico Guillermo Pérez, director del Instituto de Estudios Europeos (IEE), cita a Salvador de Madariaga: «Cuando creamos que Cracovia, Budapest, Bucarest y Praga son tan Europa como Bruselas, Madrid, Berlín o Roma, es cuando habremos logrado el sueño de esa Europa ... unida en el que estamos todos comprometidos». Apenas unas horas antes, en el edificio Rector Tejerina de la Universidad de Valladolid, diplomáticos de los cuatro países aludidos coincidían en un pensamiento: «Sin conocer nuestras respectivas historias no podemos entender el presente y proyectar y planificar el futuro europeo», resumió David Elek, consejero de Asuntos Políticos de la Embajada de Hungría. «Que ustedes sigan comprendiendo algo más de nuestro pasado para seguir construyendo una Europa cada vez más organizada», abundó Grabriela Dancau, embajadora de Rumanía.
Sus intervenciones, y las 51 imágenes escogidas para la muestra fotográfica 'Bucarest - Praga - Varsovia', permiten vislumbrar la gran cantidad de matices que se ocultan bajo ese gris homogéneo con el que la Europa occidental parece recordar lo que existía más allá del muro de Berlín, bajo la influencia de la Unión Soviética (URSS) y el comunismo. El modo en que cada uno de esos países ha afrontado su particular transición recuerda en algo a la España que abordó la suya a mediados de los 70 y sin embargo las revela aún más complejas. Viven, señala Guillermo Pérez, «una triple transición. España hizo una transición en clave político-constitucional, y en estos países se da en esa clave, en la económica y en clave de regeneración de la sociedad civil, que estaba huérfana por el mandato del partido».
La memoria se se empeña en fijar la caída del Muro de Berlín como el gran momento. Sin embargo, explica el director del IEE, muchos de los grandes cambios comenzaron antes.
Polonia fue la adelantada. Su embajadora, la mediática Marzenna Adamczyk, recordaba en la inauguración de las jornadas que la economía polaca estaba «enferma». Y cuenta anécdotas que hoy, apenas 30 años después, suenan a ciencia ficción orwelliana, a 'Black Mirror' distópico pero sin tecnología. «Teníamos una inflación que sobrepasaba el 600%. Eso hoy en día es inimaginable en un país europeo, habría provocado una crisis tremenda en toda Europa. Entramos sin conocimientos básicos de las reglas económicas, ninguno de nosotros tenía una cuenta corriente en un banco. Había un solo banco y no teníamos permiso para tener una cuenta», contaba Adamczyk. El cambio económico, por tanto, resultó brutal, pero según la embajadora «eso fue más fácil que el otro cambio indispensable para la reforma profunda, el cambio de mentalidad». Lo ejemplificaba con hechos reales: «Polonia fue un país privilegiado en el marco comunista porque no teníamos toda la agricultura socializada. El primer gobierno democrático decidió cerrar las granjas estatales y ofrecer a los trabajadores los aperos y la tierra gratis. Cuál fue la sorpresa cuando resultó, tras la firma de ese decreto, que la gente no quería esa tierra y esos aperos, no quería responsabilidad. Quería que todo fuera como antes, que alguien cuidara de sus casas, del colegio de los niños... De la noche a la mañana nos encontramos ante una legión de parados, alrededor de dos millones de personas. Por no coger ese tren. Se crearon unos focos de pobreza tremendos».
guillermo pérez
Pero Polonia lidera los cambios, al fin. Guillermo Pérez explica que en los años 70 «el pueblo polaco da la espalda al partido, se crean comités de ayuda a los obreros, se impulsa el movimiento todavía clandestino sindical». Y sucede algo excepcional. «El nombramiento del cardenal arzobispo de Cracovia, Karol Wotjyla, Papa. La visita de Juan Pablo II a Varsovia en 1979, en palabras de Francisco Eguiagaray, galvanizó al pueblo polaco». En 1980 se crea Solidaridad, el sindicato. Para primeros de 1989, muchos meses antes de la caída del muro de Berlín, «Polonia había forzado al gobierno comunista a una mesa redonda para la negociación con una oposición capitaneada por Solidaridad».
La República Checa, en cambio, tenía una situación económica de partida muy distinta, como recordaba su embajador Ivan Jancarek. «Checoslovaquia -por entonces aún estaba unida- tenía una moneda fuerte durante el socialismo y tras la quiebra del régimen tuvimos inflación, pero no tanto; tuvimos paro, pero no tanto», señalaba. Checoslovaquia tuvo su primer gran movimiento en 1968, «la primavera de Praga», que para Guillermo Pérez tuvo mucha repercusión porque además «era el 68, coincidió con el mayo francés...». «Para entonces ya los soviéticos no eran siquiera capaces de aceptar ese intento de cambio mínimo que postulaba Checoslovaquia y el Pacto de Varsovia tuvo que invadir Checoslovaquia el 21 de agosto». Es más tarde cuando el país consigue librarse del gobierno socialista. «Con el grupo 77, capitaneado por Vaclav Havel, inspira la revolución de terciopelo que terminará por hacer claudicar al gobierno», recuerda Guillermo Pérez. El caso es que de aquella historia, de aquella potencia de la moneda checa, se llega a la situación actual en la que, como explicaba su embajador, no hay una gran querencia a sumarse al euro. «La población checa, gracias al trabajo para entrar en la UE y a pertenecer a ella, tiene una situación económica muy buena. Por eso el apoyo a la moneda común no es tan alto». Tienen que decidirse pronto, pero no se impondrá la medida desde el Gobierno, señaló Ivan Jancarek.
Hungría vivió «la primera apertura del Telón de Acero», según Pérez, que «se produce en la frontera de Hungría con Austria en mayo de 1989». De nuevo, meses antes de derribarse el muro.
Bulgaria vive a su vez otra situación diferente. «Fue siempre considerada como la decimosexta república soviética. La URSS estaba articulada en 15 repúblicas soberanas: Federación Rusa, Bielorrusia, Ucrania, Moldavia, países bálticos... Y por su vinculación con el régimen se decía que Bulgaria era la decimosexta. Los reformistas del partido toman las riendas, jubilan al dictador Todor Zhivkov y Bulgaria entra en esa situación».
Y llega el turno de Rumanía. Maria Floarea, del Instituto Cultural Rumano, presentó las imágenes que describen el momento del cambio. Un supermercado vacío en 1991. Unos niños vagabundos, aficionados a inhalar pegamento, con un perro, en 1992. La cola del pan en 1988. Floarea tenía «unos 8 años», dice, en esos momentos. «Pero recuerdo muy bien las colas infinitas para comprar el pan, la leche, comida. Las estanterías vacías, el frío. Y ese periodo de 1989, el miedo incluso de hablar. Aunque era pequeña, son recuerdos que aún tengo encerrados en mi memoria». Guillermo Pérez recuerda aquella revolución trágica y televisada hasta sus últimas consecuencias. «La represión furibunda del régimen de Ceaucescu en diciembre de 1989 ante los manifestantes de Transilvania, de Timisoara, que pedían apertura. El dictador convocó, para contrarrestar esos movimientos, una manifestación de adhesión en Bucarest a principios de diciembre y se volvió contraria a él. Hasta el punto de que el dictador y su mujer Elena tuvieron que huir en helicóptero. Fueron apresados el día de Navidad de 1989 y, ante los ojos de todos, ejecutados en directo en televisión. Y sale un ámbito reformista muy vinculado a la perestroika de Gorbachov».
Marzenna adamczyk, embajadora de polonia
Las fotografías son símbolos de una historia reciente diversa y lejana a pesar del escaso tiempo transcurrido. Documentos de calidad artística y de valor histórico que indican el camino que empezó en torno a 1989 y que hoy ha desembocado en una Europa cercana a lo que buscaban los 'padres' de la Unión Europea. «Schuman, Jean Monnet, De Gasperi y Adenauer dijeron 'comenzamos un proyecto y seguramente no veamos la unificación de Europa, pero ese proyecto no se podrá cerrar sin la incorporación de los países de Europa Centrooriental'».
Incorporados ya, el embajador checo jugó a vaticinar: «Para los próximos 30-40 años estoy convencido de que Europa va a sobrevivir y desarrollarse, porque tiene unos valores que otros países en el mundo quieren». Y Marzenna Adamczyk, la diplomática polaca, advirtió con una pregunta: «¿Cómo va a ser nuestra UE si el progreso tecnológico elimina lo básico, el progreso de la cultura y las relaciones humanas?».
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