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El pasado jueves dio el punto a sus últimos cuartos de lechazo Santos Samaniego. Tenía 74 años y seguía vigilando en los cuatro hornos del Mesón Don Pelayo que todo estuviera impecable para marcar diferencias y que el cliente saliera satisfecho de su local, uno ... de los templos del asado en Valladolid. Una hemorragia cerebral acabó finalmente este domingo con la vida de quien regentó hasta el final el restaurante enclavado en una ladera del cerro de San Cristóbal. A su mesas se han sentado miles de comensales convocados en bodas, bautizos, comuniones, comidas de empresa o reuniones de amigos. También no poca clientela fiel que buscaba «el toque personal» que conseguía en sus asados de lechal o cochinillo.
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Sus primeros pasos entre fogones tuvieron como escenario los comedores y cocinas de los restaurantes Mayte Commodore y José Luis, en Madrid. Una breve experiencia en Fasa Renault le trajo a Valladolid, donde finalmente se asentaría volcándose en la restauración, primero en el restaurante Los Chopos, y después, hacia 1982, en el Mesón Arandino, en las Delicias, con su mujer Isabel Peña, y su socio Joaquín San Miguel y su esposa Juli. Lo recuerda su hija Mila, que junto a su hermano Fernando ha estado hasta el último día trabajando junto a su padre en el negocio familiar. «En 1996 adquieren en propiedad el Mesón Don Pelayo con sus socios y lo hacen remontar, haciéndose cargo además del Ceño de Catón en el barrio de la Overuela, hasta que en el año 2000 la sociedad se divide y mis padres comienzan la andadura en solitario en el Don Pelayo».
Milagros Samaniego
Hija de Santos Samaniego
Inscrito en la Asociación Provincial de Hostelería como uno de sus socios más antiguos, el Don Pelayo suele ser visita obligada de visitantes y clientes de empresas asentadas en el polígono de San Cristóbal. Un escaparate gastronómico local a través de la industria que ha mantenido vivo Santos Samaniego hasta que el jueves comenzó a sentirse mal y fue ingresado en el Hospital Río Hortega, donde entró en coma. «Hemos donado sus órganos y dentro de la tristeza que sentimos nos llena de ilusión saber que vive a través de ellos en otras personas; la coordinadora del hospital nos ha dicho que con el trasplante de su hígado ya se ha salvado una vida», reseña su hija Mila.
Clientes del negocio le recuerdan como alguien «que siempre estaba allí; cuidaba mucho la calidad, que el comensal se sintiera como en casa: creaba en torno a una comida con lechazo un punto de humanidad del que en otros restaurantes se prescinde». Pocos saben que a su edad Santos Samaniego era karateca y viajaba cada quince días a Madrid a entrenar con nunchakus ayudado por un entrenador personal. «Pese a su edad, no estaba jubilado, estaba lleno de vida, era un tipo superenergético», asegura Mila, sin temor a compartir la receta del éxito del hombre ha asado miles de cuartos. «Un buen horno, en buenas condiciones porque el ladrillo refractario hay que cambiarlo cuando se deteriora, un buen lechazo churro de Castilla y León, una buena leña de encina, el sarmiento para dar el último golpe, y agua, sal y un poquito de manteca».
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