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La hermana Joaquina, durante la celebración por sus cien años en Angola. El Norte

Valladolid

La monja de La Rondilla que cumple cien años en Angola

La hermana Joaquina, con raíces familiares en Peñaflor de Hornija, celebra un siglo de vida junto a sus compañeras de congregación en África

Víctor Vela

Valladolid

Miércoles, 15 de noviembre 2023, 19:54

«Pues la verdad es que no se lo tomó muy bien»,dice la hermana Joaquina cuando recuerda aquel día de 1936 en el que le contó a su madre, Marcelina, que su futuro estaba ligado a la voluntad del Señor. Aquella conversación tuvo lugar, ... seguramente, en la casa familiar de La Rondilla-Santa Clara, después de un retiro espiritual con varias compañeras de la Compañía de María, el colegio en el que estudiaba la hermana Joaquina, como la conocen hoy en Angola.

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O Maura Gutiérrez Pelaz, como dice su DNI y como le bautizaron en la parroquia de San Pedro pocos días después de su nacimiento, el 22 de agosto de 1923.

La hermana Joaquina (Maurita le llamaban en casa), cumple este año un siglo de vida. Y lo han celebrado por todo lo alto en Angola, donde llegó como misionera en enero de 1961, después de veinte días de travesía en un lento barco de vela que partió desde Portugal.

La hermana Joaquina, junto a sus padres Melitón y Marcelina. El Norte

Allí, en África, sus compañeras de misión y aquellas personas con las que ha colaborado y a las que ha atendido, han organizado una fiesta de cumpleaños a «la abuela Joaquina».

Porque llegar a los cien es una proeza. Y más en Angola, un país en el que la esperanza de vida para las mujeres está en 64. Además, la hermana Joaquina «ha cogido todas las fiebres que existen en el diccionario, desde la palúdica a la tifoidea», bromea Artemio Arango, uno de sus sobrinos, quien desde España mantiene con ella el contacto familiar.

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Maura fue la sexta hija (de once) que tuvo el matrimonio formado por Melitón Gutiérrez (pastor primero, actor aficionado siempre) y Marcelina Pelaz, matrimonio con raíces en Peñaflor de Hornija. La pareja se mudó al poco de casarse a Valladolid, para montar un parador muy cerquita del Puente Mayor, donde se alojaban o comían los ganaderos que se acercaban a Valladolid desde los pueblos de alrededor, bien para vender los animales, bien para llevarlos al matadero.

Allí nació la primera hija de Melitón y Margarita, Teonila, pero la pareja muy pronto comprendió que aquel lugar tal vez no fuera el mejor para su familia. Se mudaron a una zona de huertas en el entorno del convento de Santa Teresa, entre las actuales calles de Góngora y Cardenal Torquemada.

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Allí hicieron nido y nacieron los otros hijos de la pareja. Solo sobrevivieron siete. Entre ellos, Maura. Y dos hermanas, Heraclia y Paulina, que, después de ella, también siguieron el camino religioso.

Maura, la hermana Joaquina. El Norte

De aquella época, Maura recuerda una infancia «sana, feliz y traviesa», con una pasión salvaje por subirse a los árboles para jugar. Cuenta que con nueve años ya le despertaba «mucha curiosidad» la vida de las hermanas que conoció en el colegio Compañía de María. Iba a catequesis en San Pedro y, a los trece años, participó en un retiro organizado por la parroquia, del que regresó a casa con ese deseo de consagrarse a una vida religiosa.

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Cuenta que, como era menor, no pudo ingresar en el convento, pero sí que pidió a sus padres (con la ayuda de un primo suyo, dominico) que escribieran a una misioneras establecidas en Perú, de cuya labor había oído hablar y en la que estaba muy interesada. Unas monjas aventureras que viajaban a los lugares más remotos del planeta para prestar ayuda a los demás. Fue así como entró en contacto con las hermanas Misioneras Dominicas del Rosario, una comunidad nacida en 1918, fundada por monseñor Ramón Zubieta y por la madre Ascensión Nicol, considerada como la primera mujer (no nativa) que se internó en la selva peruana.

Su ingreso en esta comunidad tuvo lugar el 27 de septiembre de 1939. Durante su periodo de formación, cuenta que tuvo «la suerte» de conocer y convivir con la madre fundadora, quien falleció apenas unos meses después, en 1940.

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La religiosa, durante un momento de la celebración en Angola. El Norte

La hermana Joaquina tuvo en Huesca uno de sus primeros destinos, donde permaneció desde 1943 hasta 1947, cuando hizo los votos perpetuos. Y allí ya tuvo claro que su futuro misionero pasaba por África, donde podría «volar alto» aunque eso supusiera estar tan lejos de su casa y de su familia como para que quizá nunca volviera a verlos. Porque, entonces, los viajes y las comunicaciones no eran tan sencillas como ahora. Antes, tuvo que atravesar unos largos años de formación en Portugal, donde atendió el seminario diocesano de Viseu o ejerció como catequista en Porto. Hasta que, por fin, llegó su oportunidad misionera más allá de la península.

1961 es el año

en el que Maura, la hermana Joaquina, llegó a Angola.

En 1961 llegó a Angola, donde fue acogida por las hermanas de San José de Cluny en Luanda. Cuatro años después, fue enviada a la misión de Cela-Waku-Kungo, el primer asentamiento de las Dominicas del Rosario en aquel país. Allí, atendió a los enfermos en un servicio hospitalario y visitó aldeas con una clara misión evangelizadora. Sin embargo, su estancia africana se truncó a mediados de la década de 1970, con los movimientos descolonizadores y de independencia del país. En 1975, debido a la inestabilidad política, las hermanas tuvieron que abandonar Angola y regresar a Portugal. Joaquina permaneció allí hasta 1980, fecha en la que falleció su padre.

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Después, cuando sus superioras le pidieron que regresara a Angola, no lo dudó. Hizo de nuevo las maletas con destino a Kalandula, misión que se convirtió en su hogar durante 40 años. Allí prestó especial atención a las niñas de un internado fememino. Enseñó las tareas del hogar a quienes se iban a casar y agricultura, corte y confección para que todas pudieran conseguir un empleo y ser autosuficientes. Fue catequista. Colaboró en las celebraciones dominicales. Atendió numerosos partos. Y se convirtió en una persona de confianza para «dialogar, como consejera».

Así lo recuerda la hermana María Jesús, una de sus compañeras de congregación. Ella, junto a la hermana Rita, explica que, durante su estancia en Angola, Joaquina ha tenido que hacer frente a la inestabilidad que en varias etapas ha vivido el país.

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«Ha habido momentos muy duros y difíciles, con enfrentamientos bélicos, raptos, amenazas, ataques en la vía pública, el secuestro de treinta de las internas a las que atendía». «Incluso, una vez, tuvo que atravesar en una frágil canoa las furiosas aguas del río Lucala después de que destrozaran el puente», recuerdan sus compañeras religiosas. Y ella, en ningún momento se planteó abandonar el país y regresar a España, a pesar de que sus amigos, su familia e incluso compañeras de la comunidad así se lo pedían. Joaquina, Maura, tan solo volvía a Lisboa o a Valladolid en situaciones muy contadas.

«Casi siempre, cuando no le quedaba más remedio. Había veces que llegaba con apenas 45 kilos de peso y aprovechaba en Europa para engordar un poco», cuenta su sobrino Artemio. Esos viajes servían además para organizar colectas y recogidas de ropa que luego enviaba a Angola empaquetadas en un contenedor. «Siempre cuenta que hay parte que se pierde por el camino, pero que aunque solo llegue solo un poquito, ya es suficiente, porque allí todo viene bien», añade Artemio.

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Ejemplo de determinación

«Para las que venimos detrás, la hermana Joaquina es un ejemplo de coraje, heroicidad, alegría, buena disposición, devoción y determinación», aseguran las hermanas Rita y María Jesús, que sienten absoluta admiración por «avo Quina», la abuela Joaquina. «Su nombre estará siempre ligado a nuestra historia personal y congregacional, escrita con la letra de la vida, firmada con lágrimas», leyeron sus compañeras durante la celebración del cumpleaños.

Y Maura, la hermana Joaquina, ofreció unas palabras. «A los jóvenes, les diría que vivan bien, que se casen por la Iglesia, que sean buenos y traten bien a sus padres», aseguró aquella niña que jugaba por las huertas de La Rondilla y, un siglo después, ha recibido un homenaje por su dedicación solidaria y religiosa en Angola.

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