Las hermanas del monasterio de la Inmaculada Concepción, en el claustro donde cultivan sus flores y plantas. Foto y vídeo: José C. Castillo

El monasterio de Valladolid que vende flores para afrontar los gastos del invierno

Las religiosas de la Inmaculada Concepción atienden un vergel para preparar ramos y coronas en fechas como Los Santos

Víctor Vela

Valladolid

Jueves, 26 de octubre 2023, 00:21

«Creo que mi flor preferida es la cala», dice la hermana Rita mientras pasea por este patio del monasterio de la Inmaculada Concepción, convertido ahora en jardín, en vergel, en paraíso lleno de flores salvavidas que huelen a nuevas oportunidades. ¿Por qué la cala? « ... Porque es blanca, y eso me habla de la pureza», dice la religiosa. Sus manos acarician hojas y pétalos. Sus zapatos se hunden en un suelo húmedo y casi embarrado por las últimas lluvias. Su afán durante estos días está puesto en la confección de coronas, de ramos, de centros de benditas flores que acompañarán a los deudos en su duelo por los seres perdidos.

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Porque ahora, cuando se acerca el Día de Todos los Santos, hay más trajín del habitual en este monasterio de las concepcionistas dominicas que, asentado en Valladolid desde 1518, tuvo que reinventarse, justo después de la pandemia, para poder sobrevivir.

«No tenemos trabajo, vivimos inspiradas en la pobreza, pero las facturas no dejan de llegar», dice la madre Nuria, superior del monasterio. «Este año, por ejemplo, no vamos a poder encender la calefacción. No nos llega para pagar los recibos del gas, que cada vez están más caros».

Las hermanas Witness, María, María y Rita, en el jardín del monasterio. José C. Castillo

¿Y entonces? ¿Cómo se van a calentar en sus celdas, en el comedor o la capilla de sus instalaciones en la calle Concepción? «Nos han donado dos estufas de leña, estamos pensando en instalar una caldera de pellets… y muchas personas nos están haciendo llegar madera». En una de las paredes del claustro se amontonan leños y palés, troncos partidos y tablas, a la espera de que el invierno apriete y haya que entrar en calor.

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«Y luego está la luz, los alimentos, cada vez más caros…».

El monasterio, perteneciente a una orden contemplativa, orante en la Iglesia, tuvo que buscar fuentes de ingresos para sus doce integrantes. Y pensaron en las flores. En ponerle color a la dificultad. Cultivarlas y luego venderlas. «Al principio fue complicado, porque era un mundo que desconocíamos». Había que estar pendientes de calendarios de siembra y recogida, al tanto de abonos y tratamientos, habilidosas con las tijeras de poda y los sacos de tierra.

«Hemos recibido la ayuda de profesionales que nos han dado charlas, que nos han explicado cómo sacar adelante el jardín», cuenta la madre Nuria, criada en La Rondilla y, desde hace diez años, después de cuarenta de vida religiosa y una larga estancia en Toledo, superior en Valladolid. Aquí, junto a sus hermanas, es vecina en el casco histórico de la capital. «Muy pocas personas intuyen que existe esta zona verde en pleno centro», entre San Miguel y Fabio Nelli.

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La hermana Elena, en el jardín del monasterio. José C. Castillo

Las religiosas disponen de dos espacios para cultivar sus flores. El primero es el antiguo huerto. En su día, generaciones anteriores tuvieron que abandonarlo porque no era fácil de atender. Las zanjas y regaderas dieron paso a unos caminos pavimentados que, en torno a una estatua del Sagrado Corazón, ahora sirven para conducir a las distintas zonas en las que han plantado calas y hortensias, freesias y crisantemos. Hay un espacio destinado a los rosales que hubo que completar con parras para evitar que el sol achicharrara las rosas.

«Hemos tenido que adaptarnos, porque hay flores que necesitan más luz que otras, que requieren un cuidado especial». Como el clavel. «Es una flor preciosa que necesita que estés muy pendiente de ella para que crezca». Hay en la jardinería, dicen, toda una enseñanza de vida. «Porque una flor por sí sola es hermosa, pero es en la variedad, cuando está junto a otras, cuando adquiere verdadero valor». «Porque en un ramo todas se complementan y son necesarias». «Porque cada una necesita un cuidado específico, a cada una lo suyo», explican, al tiempo que se muestran preocupadas por el cambio climático. «Ha llovido poco, las temperaturas tan altas en el verano tampoco son buenas. Todo eso afecta, claro».

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A la sombra de un ciprés

Además del antiguo huerto, han adaptado el claustro del monasterio, un espacio de oración, de retiro y silencio que ahora es, también, lugar de labor. Aquí hay macetas, plantas y mangueras a los pies del enorme ciprés que a principios del siglo pasado plantó María de los Ángeles Sorazu (1873-1921), figura clave en la congregación, escritora mística que cuenta con un museo en las instalaciones y que se halla inmersa en proceso de beatificación.

Sor Elena camina por este claustro donde hay plantados narcisos, tulipanes, magnolios, aloe vera. También plantas como tejo y tujha, «porque hay que poner verde a los ramos». Elena, antigua vecina de San Isidro, lleva tres años en el monasterio. «Ya había venido a grupos de oración y, cuando fallecieron mi madre y un hermano, empecé mi camino», cuenta mientras corta varias flores para preparar uno de los ramos de Los Santos.

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Ya han empezado a recoger encargos (en el teléfono 983 35 05 68). Y durante estos días seleccionarán las flores para preparar centros y coronas. En ello participarán las manos de todas las hermanas, ocho de ellas llegadas desde Tanzania. «Han contribuido a rejuvenecer la comunidad», cuenta la hermana Nuria. «Vienen con nuevos bríos, con ganas y con un gran respeto hacia nuestros mayores». Lo demuestran, cuenta, en su relación con sor Inmaculada (93 años) y sor María Rosa (92), las más veteranas del monasterio, «a quienes cuidan y escuchan con devoción».

La madre Nuria, en una de las habitaciones de la hospedería. José C. Castillo

Esta época de Los Santos es una de las fechas marcadas en el calendario floral de las concepcionistas dominicas, junto al día de la madre, el 14 de febrero o la Navidad, cuando preparan adornos navideños con flores secas o piñas. Y luego están los aniversarios, cumpleaños, bautizos, celebraciones familiares... También diseñan y elaboran marcapáginas. Y buscan otras vías de ingresos, por ejemplo, con una hospedería en la que, desde hace dos años, ofrecen alojamiento (a cambio de donaciones voluntarias) para quienes quieran emprender un retiro espiritual.

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Son cuatro habitaciones individuales, con baño y cocina compartida, y una capilla para la oración. «Es una gran opción para personas que necesitan parar en sus vidas y dedicarse un momento a ellas mismas, para meditar y reflexionar», cuenta la madre Nuria, quien explica que las hermanas les acompañan en la oración si ellos así lo demandan. Y eso, en pleno centro. En un espacio habitualmente saturado de ruido (muy cerquita de San Miguel) que queda al margen del bullicio de tráfico y bares.

Son nuevas vías para conseguir ingresos para una comunidad que necesita apoyos y continuar así su sendero de oración en Valladolid, ciudad en la que permanecen, de forma continuada, desde 1518.

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