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Tomás Alonso pone a punto el mecanismo del reloj de la catedral. Alberto Mingueza

El misterio de los tres minutos de desfase en el reloj de la catedral de Valladolid

El veterano mecanismo, instalado en 1911 y restaurado en 1995, se resiente con los cambios de temperatura y cada vez que las agujas se acercan a la hora en punto

Víctor Vela

Valladolid

Domingo, 21 de abril 2024, 00:01

«Esta es una joya de la que muy pocas ciudades pueden presumir», dice Tomás Alonso mientras abre la vitrina que custodia una maquinaria centenaria. Al otro lado de esta pecera de madera y cristal, de esta urna que en 1995 construyeron los carpinteros municipales, instalada a 50 metros de altura, en el tercer piso (259 escalones) de la torre de la catedral, hay un festival de ruedas y poleas, de péndulos y esferas, un laberinto de engranajes que garantiza el funcionamiento de uno de los relojes más consultados de Valladolid. «Casi todas las catedrtales y la mayor parte de los edificios públicos ya tienen relojes automatizados, así que contar con dos históricos en la ciudad, el del Ayuntamiento y este de la catedral, y que sigan funcionando es un lujo». Un lujo que, a veces, tiene su contrapartida.

El reloj de la catedral. Alberto Mingueza

El veterano reloj de la catedral, instalado en 1911 y restaurado en 1995, tiene sus achaques. La esfera de la plaza de la Universidad no funciona. El mecanismo se resiente con los cambios de temperatura. Si te fijas bien, verás que en ocasiones no coincide la hora que marca con lo que dice tu móvil o el reloj de pulsera. A veces hay un desfase que no va más allá de los tres minutos, pero que está ahí. ¿Por qué? Este es el misterio de los tres minutos del reloj de la catedral. Y Tomás Alonso, el relojero, la persona que lo cuida y pone a punto, tiene las claves para su resolución.

«Este es un reloj antiguo que ha sufrido mucho porque durante años estuvo abandonado», explica. Hubo más de dos décadas en las que nadie se preocupó por él en la ciudad. A principios de los años 70, ya no funcionaba. Pero no solo este, tampoco los de las iglesias de Santiago o de San Andrés. «¿No se tiene cuidado de echarlos a andar, están materialmente echados a perder, no hay relojeros que se ocupen de ellos?», se preguntaba Publio, cronista de El Norte de Castilla, el 31 de enero de 1975. Tuvieron que pasar veinte largos años para que por fin se tomaran medidas.

A finales de 1995, después de un concienzudo proyecto de restauración (3,5 millones de pesetas, 21.000 euros al cambio), el reloj de la catedral se reparó y volvió a marcar la hora exacta. «Está muy bien reconstruido, es un reloj bien conservado, a pesar de lo mal que lo ha pasado», dice Alonso. Esas más de dos décadas de abandono fueron un calvario para este mecanismo, desnudo en mitad de la torre, embadurnado por la palomina y corroído por el óxido. El mecanismo todavía se resiente de aquellos años de penurias y desgaste. Y eso, en parte, afecta a su funcionamiento actual.

Tres detalles de la maquinaria del reloj de la catedral. Alberto Mingueza
Imagen principal - Tres detalles de la maquinaria del reloj de la catedral.
Imagen secundaria 1 - Tres detalles de la maquinaria del reloj de la catedral.
Imagen secundaria 2 - Tres detalles de la maquinaria del reloj de la catedral.

Faltan algunos ejes, no fundamentales para su actividad, pero sí para su extrema precisión. La reductora de grasa hace que, si no se vigila, lo frene un poco. El péndulo se resiente con los cambios de temperatura, lo que implica que en invierno se adelante ligeramente y que en verano se atrase unos segundos. Esto no es algo extraordinario, los cambios de temperatura provocan dilataciones o contracciones en la longitud del péndulo, lo que impacta en su periodo de oscilación. Hay que vigilarlo. Pero, además, las agujas de las esferas tienen unos contrapesos que no están exactamente equilibrados. Para ello, habría que voltear las esferas (de 1,70 metros de diámetro) e intervenir en las agujas. Una labor complicada que, por el momento, no se ha pensado abordar. Así que, por ahora, hay que lidiar con esos contrapesos. Y esto es clave para esos tres minutos misteriosos.

Una de las cuatro esferas del reloj de la catedral. Alberto Mingueza

«Cuando la aguja remonta hacia la hora en punto, le cuesta trabajo. El peso hace que le suponga mucho esfuerzo escalar los últimos minutos y ahí es cuando se empieza a ver ese desfase», cuenta Tomás Alonso. Para compensar, ocurre lo contrario cuando la aguja está en los minutos de caída, en los que se acelera un poco. Así, cuando va camino de la media, se suele adelantar de forma mínima. Lo que le cuesta por un lado y lo que gana por otro sirve para que, al completar la hora, no haya desfase.

Tal vez, reconoce Alonso, si se optara por un reloj automático (por el que han apostado otras catedrales) la medición sería más precisa. El mecanismo actual se exhibiría en una sacristía y habría un nuevo mecanismo digitalizado en funcionamiento. «Pero para la ciudad tiene un valor extraordinario que este reloj todavía funcione. Es como tener un coche antiguo metido en un garaje o en circulación», explica Alonso echando mano de un símil que conoce, porque se dedica a la compra venta de vehículos históricos.

Su tarea como relojero es, dice, casi una afición. La heredó de su padre, Mariano Alonso, quien durante años se encargó del mantenimiento de los relojes del Ayuntamiento y la catedral. Mariano entró en 1968 a formar parte de la sociedad Vives y Herrero, que tenía en propiedad la relojería Salamanca, un clásico vallisoletano, abierto hasta hace siete años y en el que llegaron a trabajar hasta diez maestros relojeros. «Esta es una profesión en vías de extinción. Los relojes de cuarzo hace que ya casi no queden relojeros en Valladolid», lamenta. Ahora, Alonso busca cómo recuperar la esfera de la plaza de la Universidad, que hoy no funciona porque la construcción del ascensor turístico afectó a la estructura que comunica la maquinaria del reloj con la esfera. «Hemos tenido que pararlo para que no afecte al resto de las esferas, pero esperamos recuperarla en breve», cuenta el relojero.

Este de 1911 no es el reloj original que tuvo la catedral de Valladolid. El profesor Jorge Martínez Montero, de la Universidad de León, ha estudiado los orígenes, «encargos y travesías» de los relojes de las catedrales del norte peninsular. De Burgos a Astorga. De Oviedo a León. Y sí, también Valladolid.

Vieja esfera de madera, sustituida en 1995. Alberto Mingueza

Cuenta, después de citar a Ventura Pérez, que en el año 1780 se instaló un reloj en la seo vallisoletana. Recuerda que costó 27.750 reales, que la maquinaria llegó de Londres a través del puerto de Bilbao, que fue trasladada hasta Valladolid en cuatro cajones, que aquí tuvo que ser descargada por veinte hombres y que luego se subió, pieza por pieza, hasta la torre de la catedral. Tardaron dos meses en concluir el montaje, bajo la supervisión del relojero Miguel Herrarte. Ocho años después, el reloj empezó a dar problemas. Hubo que repararlo, volvió a ponerse en marcha de 1790 y funcionó sin mayores incidencias hasta el 31 de mayo de 1841. Aquel fue el día en el que se derrumbó la torre de la catedral. Y con ella, el reloj que allí había.

Cuando se levantó la nueva torre (la actual), se pensó desde un primer momento en contar con un nuevo reloj. Aunque aquel deseo tardó en materializarse. El reloj se compra en enero de 1910 a la empresa Lucien Terraillon y J. Petitjean, de la ciudad francesa de Morez de Jura. Cuesta 5.000 pesetas (30 euros). Explica Martínez Montero en su trabajo histórico que la relojería de Carmen García del Olmo se encargó de la instalación en 1911. A principios de los años 70, dejó de funcionar. Hasta 1995 no se restauró y reparó. Las viejas esferas de maderas se sustituyeron por unas de aluminio. Se retiraron el 26 de julio de 1995, todavía se conservan y pueden visitarse en las rutas guiadas por la torre de la catedral.

Colocación de la nueva esfera y, abajo a la derecha, antigua esfera de madera del reloj de la catedral. Gabril Villamil
Imagen principal - Colocación de la nueva esfera y, abajo a la derecha, antigua esfera de madera del reloj de la catedral.
Imagen secundaria 1 - Colocación de la nueva esfera y, abajo a la derecha, antigua esfera de madera del reloj de la catedral.
Imagen secundaria 2 - Colocación de la nueva esfera y, abajo a la derecha, antigua esfera de madera del reloj de la catedral.

Las labores de resurrección del reloj, hace 29 años, llevaron la firma de Ramiro Merino, profesor en la Facultad de Ciencias y relojero por tradición familiar, y de Juan Martín Domingo, quien entonces era alumno suyo. Aquel trabajo preciso y minucioso permite que, más de 113 años después, este reloj histórico siga funcionando. Aunque, eso sí, hace años que se independizó la sonería, con lo que las horas anunciadas por las campanas funcionan con un dispositivo automático, ajeno al mecanismo del reloj, «que hace que no se fatigue tanto». «La máquina tiene sus achaques, hay que estar pendiente de ella. Es un reloj delicado, pero supone un auténtico lujo contar con mecanismo así en la ciudad», remacha Alonso.

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