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Si hay algo que caracteriza a Mireia Muñoz Fernández, vallisoletana de 24 años, es su humildad extrema, su condición innata de alejarse del protagonismo y mantenerse en un segundo plano. Dice que lo suyo no es «ninguna gesta», que «ha influido el factor suerte», pero lo cierto es que esta joven ha completado unas oposiciones a maestra de Educación Infantil perfectas. Sin un solo pero.
No lo dice ella, ni quien escribe: lo rubricaron los miembros del tribunal encargados de evaluar sus pruebas (tema y supuesto práctico; lectura del tema y supuesto; y defensa de una programación y unidad didáctica), que consideraron que esta vecina del barrio de Las Delicias merecía la máxima calificación: un diez en la nota final. Solo Muñoz y dos opositores más obtuvieron la puntuación más alta en todo Castilla y León.
Ha pasado más de un mes desde que alcanzó su «sueño» y aún no termina de creérselo. «Fue una satisfacción tremenda, estoy todavía asimilándolo; no me creo que vaya a trabajar y que ya tenga mi plaza», reconoce, visiblemente emocionada, la joven, al tiempo que reitera su agradecimiento a su familia, pareja y amigos por el apoyo incondicional. «Han tenido mucha paciencia, ha sido un año difícil», añade.
No esconde su alegría absoluta. Ha logrado aquello que un día soñó una sonriente niña que, cuando era día de ir a la escuela, ya se levantaba contenta. «Es la alegría de mi vida, desde pequeña he soñado con ser maestra. Mi madre siempre me recuerda que, cuando iba a clase, iba feliz y contenta», rememora.
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Una felicidad que –matiza– se entremezcla con la «tristeza» de saber que hay compañeros que se han quedado a las puertas de tan ansiada plaza. «Es gente que vale mucho y son maestros como la copa de un pino, que se lo han preparado tanto o más que yo».
De hecho, comparte su historia precisamente para animar a los futuros maestros, tengan o no experiencia docente. Porque, dice, a su 'yo' del pasado le hubiera gustado saber que sí se podía. Que había opositores que no tenían experiencia previa en un aula –más allá de las prácticas de la carrera– y habían obtenido el puesto.
«Me gustaría que la gente que se presenta sin experiencia docente no vaya con el miedo de decir que no se puede, porque sí que se puede, y no necesariamente habiendo sacado un diez. Quiero animar a esa gente y que no piensen que es algo lejano, que se puede conseguir», argumenta Mireia Muñoz. «Me hubiera gustado que el año pasado, cuando estaba perdida, no sabía por donde cogerlo y me resultaba imposible sacar la plaza, alguien me dijera que le había pasado», continúa.
Un éxito que tiene aún más mérito –si cabe– al tratarse de la primera vez que se presentaba a la prueba. Desconocía a lo que se enfrentaba, más allá de valoraciones y orientaciones que pudieran haberle hecho sus preparadores y conocidos. «Iba muy nerviosa, era mi primera vez; siempre he tenido en cuenta que el proceso era muy subjetivo e influían muchos factores, pero salió todo perfecto», incide la joven, quien repite una y otra vez que, aunque se lo ha «currado mucho, hubo algo de suerte».
Precisamente por todos esos «factores» a los que se refiere, añadido a que no tenía experiencia previa en la enseñanza, le hicieron fijarse el objetivo de sacar un diez en el global para tener posibilidad de lograr una plaza. «Hay gente que tiene muchos puntos de experiencia y lleva muchísimos años preparándose. Sabía que gente que tuviera muchos puntos de mérito y sacaba un ocho, iba a estar por delante de mí, ese era mi miedo», admite, mientras opina que el único «secreto» es la combinación entre dedicación y fortuna.
En su caso, comenzó a preparar la prueba en julio del año pasado. Estaba rematando un máster y se puso a ello. Desde entonces, su año ha sido a caballo entre la biblioteca –donde iba mañana y tarde, y a mediodía trabajaba en un comedor escolar para pagarse la academia de preparación– y la localidad palentina de Venta de Baños, donde acudía dos veces al mes para que le orientaran y profundizar en determinadas cuestiones. «Me pasaba los días encerrada en la biblioteca. A nivel mental ha sido duro de gestionar; soy una persona muy crítica conmigo misma, estaba todo el día con la cabeza en la oposición, en cómo podía mejorar», revela.
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En apenas un mes comenzará un apasionante camino que hará parada en Peñafiel. «Me ha tocado en Peñafiel, me hubiera gustado más cerca de casa, pero demasiado que me ha tocado en la provincia de Valladolid, que había dieciocho plazas», afirma Muñoz, al tiempo que se muestra entusiasmada por impartir clase en un centro rural agrupado, donde «por lo general hay menos alumnos y la enseñanza es más personalizada» precisamente por esa menor ratio de alumnos por aula.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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