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Los baldosines de la calle Expósitos retumban (pum tupún tumpún tupún tumpún) al ritmo del reguetón que escupe un móvil con el altavoz desatado. Dos adolescentes –zapatillas blancas, riñonera, sin mascarilla, minishort– se paran en la esquina con San Ignacio y empiezan a bailotear. Detrás, ... unos chavales llevan bolsas de plástico que son promesa de botellón. Ocho y media de la tarde de una jornada aún con estado de alarma.
–¿Qué vamos, a la Plaza Mayor?
–No, no. Que estará petado. Tira para allá.
La cuadrilla dirige sus pasos hacia San Miguel. Por el camino –tan juntos, tan felices, tan sin mascarilla– se cruzan con una pareja de ancianos (él en silla de ruedas), dos familias que pasean juntas (boca y nariz escondida), una ciudad que se despide de la fase 1 con bullicio de terrazas, repunte de tráfico y una extraña sensación de normalidad (tanta gente a estas horas en la calle) que se quiebra, desvanece, ante demasiados detalles extraordinarios. Como las colas para entrar en el Zara de la calle Santiago. Como los paseos en zigzag para evitar acercarse mucho a quien viene de frente. Como esa distancia de más al esperar el semáforo.
Especiales coronavirus
Hay gestos sencillos que son un símbolo de que algo ha cambiado.Tres chicas saborean un helado sentadas en un banco de la plaza de Zorrilla. Alba. Laura. María. Chocolate. Cookies. Leche merengada. No se han preguntado unas a otras el quieres probar. No hay cuchara ajena que se hunda en la bola del otro cucurucho. Comen cada uno el suyo después de liberar su boca del bozal fpp2.
Valladolid estrena este lunes la fase dos con la esperanza de que no haya rebrotes y la advertencia sanitaria de que no hay que rebajar la precaución. Los bares ya pueden abrir su interior (con límite de aforo y sin sentarse aún en barra). Los centros comerciales recibirán a los primeros clientes que entran desde mediados marzo. Se permiten reuniones en grupo de hasta 15 personas. Continúa, eso sí, la recomendación de mantener dos metros de distancia física y la obligación de llevar nariz y boca protegida.
Ahora, el habitual repaso al salir de casa incluye un elemento más: llaves, cartera, móvil... mascarilla. Pero sacarla a la calle no es lo mismo que llevarla (bien) puesta. No es extraño verlas descansar en la barbilla, juguetear con ellas en la mano, mostrarlas colgadas del antebrazo como si fueran un bolso de lujo.
La cuadrilla del reguetón tenía razón. Hay mucha gente a estas horas en la Plaza Mayor. También dos coches de la Policía (uno de la Nacional, otro de la Municipal). Las terrazas, llenas de cervezas. Los bancos de piedra, ocupados por grupos de jóvenes. Muchos sin mascarilla. Algunos se abrazan al encontrarse. Se saludan chocando antebrazos, pero luego juntan cabezas para hacerse un selfi y se quitan la máscara para no estropear el retrato. O se asoman, hombro con hombro, para ver un vídeo, un mensaje en la pantalla del mismo móvil.
Hay jaleo de rutina en la calle Santiago. Un chaval escupe cuando atraviesa el paseo de peatones de Zorrilla camino de Recoletos. Dos ancianos están sentados en las esquinitas de un banco y detrás, casi espalda con espaldas, dos chicas juntas sin mascarilla. Hay niños que juegan al balón prisionero en el Campo Grande, que dan de comer con guantes a los cisnes, que juegan al pilla pilla con un trozo de tela en la boca, pero no pueden evitar el abrazo, el roce, la cercanía, mientras los padres charlan unos metros más allá.
Hay algo enfermizo en observar el comportamiento de los demás. Una mirada como de comisario frustrado. Espía inquisidor y cascarrabias. Buscar la infracción tiene también su punto de envidia y de nostalgia. Porque eso que ahora asusta (los besos de saludo, las manos que se chocan, la cercanía de los amigos, los obreros que salen de un tajo en Cardenal Torquemada tan juntos y sin protección) es lo que más se echa de menos en este paseo cotidiano.
La prudencia prefiere no reunir a los chavales en el instituto (con pupitres separados y distancia de seguridad), pero las calles son un perpetuo recreo. El Servicio de Parques y Jardines ha alertado esta semana de que han hallado a diario, todas las mañanas, restos de botellón en zonas verdes de Parquesol. La Policía Local recuerda que desde que se decretó el estado de alarma ha impuesto 4.600 multas. La mayoría, más del 90%, por saltarse las franjas horarias de paseo (desechadas desde hoy, aunque relajadas hace días con la apertura de bares y comercios). Pero, en general, subrayan desde el Ayuntamiento, la ciudadanía cumple.
Mascarillas. Colas para bancos y comercios. Más niños que nunca con bicis y patinetes (los columpios aún siguen cerrados). Merenderos vacíos en el parque Ribera de Castilla. Amigos con más distancia de la deseada entre las sillas de la terraza. La conciencia de que hay que cumplir con una extraña normalidad (porque el virus sigue ahí afuera) mientras se guarda la sonrisa al otro lado de la mascarilla.
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