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Mercedes Calleja, junto a su marido, José María Tomillo, en unas vacaciones. V. Tomillo

Y Mercedes volverá a coger la mano de José María para dormir

Mercedes Calleja fue pionera en encontrar su hueco laboral en un mundo de hombres como era el farmacéutico

Antonio Corbillón

Valladolid

Miércoles, 6 de mayo 2020, 07:30

Eligieron la misma edad para marcharse. Esa en la que la vida cumple sus bodas de platino. 75 años. También coincidieron en el mismo día del mes. El 12. A María de las Mercedes Calleja Iglesias se la llevó el coronavirus el 12 de abril. El día en que se cumplían 15 meses de la muerte de su marido, José María Tomillo.

Mercedes parecía estar superando el duro reto de la soledad después de casi 48 años de matrimonio. «La muerte de mi padre la hundió, pero estaba remontando. La familia nunca la dejábamos sola. Ahora soñaba con irse a su casita junto a la playa», recuerda Virginia, una de las dos hijas de la pareja.

Eran un matrimonio de platino que casi acariciaba sus bodas de oro. Virginia Tomillo rememora que su madre siempre le comentaba que «tu padre y yo dormimos siempre de la mano». Le cuesta contener la emoción al recordar la «hermosa historia de amor» de sus mayores, de la que ella y su hermana, Susana, residente en Holanda, se sienten llamadas a defender y que no se pierda. Mercedes es otro nombre propio, con rostro y vivencias. Lejos de la impersonalidad de las estadísticas.

Más allá del día a día sin José María, ella estaba sana como una roca. Apenas las dos pastillitas habituales y diarias de una persona de su edad para controlar algún parámetro sanguíneo. «Días antes de caer enferma –explica Virginia– la acompañé a hacerse un electrocardiograma y la médica le dijo que tenía un corazón en perfecto estado».

Y no era sólo el músculo lo que le funcionaba bien. Su 'corazón', en sentido figurado, también bombeó coraje, fuerza y ayuda a su alrededor. En su entorno recuerdan los logros de esta pionera en la lucha por su propio estatus laboral en tiempos en los que lo normal era que se supeditara al rol que la ortodoxia social y las costumbres tenían destinadas a las mujeres.

De familia vallisoletana (de la capital de toda la vida), era la menor de sus hermanos pero se sacó el carné de conducir con 20 años en aquel 1965 en el que casi no había vehículos por las calles ni mucho menos féminas al volante. Fue su marido el que se metió en el mundo de la representación comercial de un conocido laboratorio farmacéutico.

Con el tiempo, Mercedes, a la que «no se le ponía nada por delante», tomó el relevo e incluso ayudó a mejorar los resultados. Recibió ofertas para trabajar en otras empresas pero ella, paso a paso, amplió la cartera. Llevaba los clientes de gran parte de la Meseta (Valladolid y otras tres provincias de la región). En el sector la recuerdan de ruta en ruta defendiendo su cartera. Ni la crianza de dos hijas limitaron un trabajo en el que –destacan en su familia– fue casi una pionera ya que por entonces «no había mujeres en el mundo de la farmacia. Era un sector vedado para ellas».

Homenaje inusual

Cuando le llegó la jubilación hace una década, en su negocio se organizó una inusual despedida en la que participaron hasta directivos de la firma. «Todavía se acuerdan de su legado», explica orgullosa su hija. Con el jubileo llegaron otras responsabilidades, como el cuidado de su hermana enferma, de la que se ocupó «sin escatimar un segundo».

La enfermedad y muerte de José María en el arranque del pasado 2019 no la sacó de su independencia, ganada a lo largo de una vida, ni de su casa.

Pero lo que no derrotó una existencia de «esfuerzo y mucha lucha» lo ha completado la llegada de la covid-19. Un jueves de finales de marzo, Mercedes se encontró mal y notó un fuerte dolor de espalda. El ingreso hospitalario llegó cinco días después.

Fueron tres semanas de lucha en los momentos más altos de la curva de contagios, que casi dejaba fuera de la UCI a personas de su edad. En su entorno saben que ya es tarde para especular sobre si se podría haber hecho algo más con un ingreso previo en Cuidados Intensivos.

Incluso hubo un momento en que pareció remontar. «Me llamó, me dijo que estaba mejor y que esperaba el alta». Pero el impredecible virus no le dio esa oportunidad. Al menos, a su hija Virginia le queda el consuelo de que pudo estar con ella una hora antes de su fallecimiento.

Estaba consciente, tras su respirador. «Se echó a llorar, me dijo que había dejado todo escrito en un papel. Siempre fue una mujer con la cabeza muy bien amueblada». La crueldad de este tiempo obligó también a esta familia («somos creyentes») a conformarse con un breve responso de despedida en el cementerio de Las Contiendas. «Mis padres se cogerán otra vez de la mano, allá donde estén», espera Virginia.

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