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Víctor Vela, Rodrigo Jiménez, Alberto Mingueza y Francisco González
Valladolid
Lunes, 17 de marzo 2025, 08:29
Los hay famosos como los de la escalera de la facultad de Derecho, la fachada del Lope de Vega o el zaguán del Palacio de Pimentel. Reconocibles como los letreros de la estación Campo Grande y el hotel Imperial. Privados como los que decoran portales de Menéndez Pelayo o la calle Santiago. Y otros inesperados, que salen al encuentro del paseante que camina por Panaderos, López Gómez o la calle Estación. Hay azulejos artísticos, decorativos, detallistas o monumentales repartidos por varios puntos de la ciudad y que ahora, por fin, están perfectamente localizados, catalogados y analizados en un libro que los reúne.
Ignacio Guerra, doctor en Historia, grado en Técnicas Escultóricas y especialista en Cerámica, acaba de publicar (en Domvs Pucelae) un minucioso estudio en el que ha trabajado durante los últimos siete años. Se titula 'Azulejos historicistas y modernistas. Cerámica aplicada a la arquitectura civil de Valladolid'.
Y ahí, Guerra recoge los ejemplos de azulejería que decoran diversos edificios de la capital construidos entre finales del siglo XIX y los años cuarenta del siglo XX. Cuenta el autor que hay manifestaciones artísticas muy interesantes en iglesias y conventos (como en Santa Clara o Santa Isabel de Hungría), pero su interés se ha centrado en los edificios civiles, tanto de administraciones públicas como de propietarios privados.
«Valladolid vivió desde mediados del siglo XIX una transformación muy importante asociada a la llegada del ferrocarril». Se forjó una nueva clase social vinculada con el trabajo fabril (en talleres, hornos o empresas textiles), la ciudad acogió a un número importante de nuevos vecinos (lo que motivó la construcción de más viviendas en un nuevo ensanche urbanístico) y surgió una potente burguesía que demandó edificios de mejor calidad arquitectónica y decorativa. Algunos, los dedicaban íntegramente al alquiler. Y los azulejos se convirtieron en uno de esos elementos para dar realce a una construcción.
Fueron aquellos unos años de eclosión en la azulejería. «Los edificios administrativos hacían encargos exclusivos en fábricas de Talavera de la Reina, pero en las viviendas privadas se optó por la producción en serie. Cada fábrica de azulejos llegó a producir más de treinta millones de unidades al año», cuenta Guerra, quien ha identificado el origen de los ejemplos catalogados en Valladolid. Además de Talavera, hay piezas procedentes de fábricas sevillanas (especialmente, la de la familia Mensaque), Valencia (de donde procedían sobre todo piezas lisas, para baños y cocinas) e incluso Bélgica.
Y no es sencillo atribuir la cuna. «En muchos casos, al ser una producción en serie, no están firmados. Los que venían de Levante, por ejemplo, de Manises, no tenían cuña por la parte de atrás, por lo que para su identificación ha habido que recurrir a catálogos y modelos». Y la cosa se complica porque «las fábricas se copiaban modelos, con pequeñas diferencias de colores y moldes». Eso sí, aunque en muchos casos se trata de ejemplos de «reproducción industrial», la inspiración se tomaba de los mejores ejemplos de arte en azulejos. Así, los historicistas recogen ecos «de los mejores alfares islámicos, mudéjares o renacentistas de la península».
El trabajo de Guerra está organizado por las fábricas de origen de los azulejos (sevillanas, valencianas, belgas, castellanas…). Pero, al mismo tiempo, se puede establecer una ruta, un paseo por la ciudad para disfrutar de algunos de los ejemplos recogidos en el libro.
Así, esta visita podría comenzar en el Campo Grande, donde hay varios ejemplos de azulejería. En la pajarera pueden verse motivos de rosas y pavos reales en unas piezas de 20x20 centímetros que probablemente llegaron de Manises (Valencia).
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No hay que pasar por alto un pequeño estanque azulejado, situado a mano izquierda de la entrada por el Paseo Central. Su estado de conservación es malo.
También está la antigua biblioteca al aire libre, diseñada por el arquitecto municipal Emilio Baeza Eguiluz en 1922. Consta de trece paneles que suman 219 azulejos de repetición. El problema es que la mayoría (194) son copias, colocadas para reemplazar las piezas deterioradas. Si el visitante se fija, puede ver varias figuras de animales en el interior de marcos lobulados (como águilas de dos cabezas, un mono caminando sobre dos patas y un dragón).
Conviene fijarse en la parte baja de los pilares, donde hay ocho olambrillas (azulejos decorativos) con imágenes de mujeres, caballeros o el retrato de Quevedo. En el portal frontal inferior hay también un azulejo con la efigie de Cervantes.
Por cierto, que la principal criatura de Cervantes ilustra varios azulejos pucelanos. Hay una escena del Quijote en el portal del número 59 de la calle Panaderos, puede verse otra en el portal del número 21 de San Luis y varios ejemplos más están en el portal López Gómez, 20 y 22, con la escena de los molinos de viento e incluso, el arranque de la novela: «En un lugar de la Mancha…».
Al lado del Campo Grande, puede visitarse el bloque de Perú, 1, con muestras de azulejos tanto en la fachada como en el portal.
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Y muy cerca está también el edificio de viviendas de la calle Gamazo 19 (construido en 1925). En este portal puede verse la decoración de flor de color amarillo, sobre fondo azul.
Después de asomarse a la entrada de la Academia de Caballería, hay que acercarse (por María de Molina) hasta la fachada del Lope de Vega.
«Se puede decir sin temor a exagerar que es uno de los mejores trabajos realizados en la fábrica San José, de Talavera de la Reina», cuenta Guerra, quien subraya que «su entramado iconográfico es complejo, con evidentes referencias a la música y la literatura». Así, pueden verse liras, trombones y ángeles músicos. «En este edificio hay una curiosidad, ya que hay varios desconchones tal vez producidos por disparos durante las primeras horas del levantamiento de la Guerra Civil».
De vuelta a la calle Santiago, se puede pasar por el portal del número 20, decorado con azulejos belgas, de 1910. Son paneles donde predomina el color verde y blanco, con amapolas silvestres en la cenefa.
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En los números 14-16 y 18 de la calle Santa María puede disfrutarse de uno de los mejores murales callejeros elaborados con este elemento decorativo. La fachada está formada por 1.136 azulejos (en piezas laterales o encima de los balcones). Destaca el gran panel vertical, con 656, cuya decoración remite a motivos habituales en la antigua Roma (como vasijas, pájaros, cuernos de la abundancia, guirnaldas o quimeras). La procedencia de estos azulejos es de la fábrica sevillana Benasque, Rodríguez y Cía (en un encargo de 1927-1928).
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En el portal de Menéndez Pelayo, 2 puede verse un modelo elaborado por Casa González, de Sevilla, incluido en su catálogo de 1920 y que tomó como referencia los azulejos que decoran los bancos situados a la entrada de los baños de María de Padilla, en los Reales Alcázares de Sevilla. «Significativa e inconfundible es la cenefa, con dos pájaros que se giran para mirarse».
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La ruta sigue por la Plaza Mayor. Allí, en el patio, con la firma de Luis Soria, pueden verse los azulejos que testimonian el fin de las obras de la Casa Consistorial, en el verano de 1908. En la calle del Peso, están los azulejos valencianos que conforman el rótulo del hotel Imperial.
Para continuar el paseo, damos un salto hasta la plaza de España. Allí, el colegio García Quintana ofrece uno de los tesoros de Valladolid. La azulejería era habitual en los zócalos de varios colegios construidos en la época (como el Ponce de León, Miguel de Cervantes o Isabel la Católica,cuya decoración evoca el Salón de Embajadores de la Alhambra). Aquí, en el García Quintana, la entrada al colegio está profusamente decorada con motivos arquitectónicos, vasijas, frutas, mascarones… Y también los retratos de diez escritores (entre ellos, Calderón de la Barca, Bécquer, Espronceda, Fray Luis de León o Juan Donoso Cortés).
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El camino prosigue por López Gómez, una calle gris en apariencia, pero muy rica para esta ruta. En el numero 1, el escudo de Valladolid corona los azulejos (de la fábrica Leopoldo Mora, de Manises) donde reza 'Casa de socorro'. En total, la fachada cuenta con 238 azulejos, incluidos los de la cornisa y los montantes ciegos de las ventanas. Los del escudo costaron 300 pesetas.
Unos metros más allá, en el número 12, hay azulejos de modelo neomudéjar sobre los balcones.
Y en el número 18, repartidos por la fachada, pueden descubrirse 24 azulejos llegados de la fábrica Manufactures Céramiques d'Hemixem (Bélgica). Son piezas elaboradas hace casi un siglo con varios ejemplos de flores.
Seguimos por López Gómez. Una vez pasado el edificio de los números 20 y 22 con alusiones a 'El Quijote', en el número 24 hay un hermoso ejemplo de azulejo belga, de los años 20 del siglo pasado, con una secuencia de pájaros que se encuentran entre los ejemplos más queridos por el autor de este trabajo.
Muy cerquita, en la calle Regalado, números 7 y 9, hay azulejos de la serie modernista procedentes de la fábrica segoviana de Daniel Zuloaga. Pueden verse en la parte superior de los balcones, con gama de azules cobaltos y verdes turquesa (colores característicos de la obra de Zuloaga) y con imágenes de cisnes. Y el número 2 de la plaza del Salvador hay también azulejos que se extienden a lo largo de las pilastras de yesería.
Al llegar a la plaza de la Universidad, hay que ingresar en el edificio histórico para fijarse en la escalera y el piso principal, donde se aprecian (decoradas en azul) escenas de temas marineros, monterías, galantes y, de nuevo El Quijote.
«Los azulejos se eligieron y colocaron conforme a las recomendaciones marcadas por Constantino Candeira en un proyecto fechado en mayo de 1943. Las escenas más elaboradas se reservaron a la zona de la escalera imperial. Su precio ascendió a 335 pesetas el metro cuadrado, una cantidad considerable para la época», cuenta Guerra en su trabajo. Los azulejos salieron de la fábrica de Nuestra Señora del Prado, de Talavera de la Reina. Y de allí proceden también los que se usaron para el vecino cartel de la farmacia Villanueva (en el número 8 de esta misma plaza de la Universidad) o los empleados para la placa de la capilla universitaria de la Palacio de Santa Cruz.
Por allí, por el edificio rectoral, sigue la ruta. La fábrica del Carmen, de Talavera de la Reina, trabajó (1940-1941) en el programa iconográfico concebido por la propia universidad para honrar a sus mecenas y promotores en el Palacio de Santa Cruz. Así, pueden verse los escudos de Valladolid, los Mendoza o la Cruz de Jerusalén. Predomina el color azul sobre fondo amarillo, con sombras en naranja «amplias y bien perfiladas». Guerra cuenta en el libro el pago de estos trabajos y también cómo se emplearon óxidos para conseguir los distintos colores (por ejemplo, arena, calcina de polomo, estaño y antimonio para el amarillo).
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Pero además de este azulejo de Talavera, el palacio de Santa Cruz muestra un zócalo («sobrio, monocolor») con piezas procedentes de la fábrica sevillana de Antonio Vadillo Plata.
Camino de vuelta hacia Pimentel, merece la pena detenerse en la fachada de la calle Angustias, 3, con un zócalo de esferas gallonadas y flores que empiezan a abrirse. Y calle arriba, en la esquina con Torrecilla, hay de nuevo paneles de azulejos con motivos art decó.
Tal vez el zaguán del Palacio de Pimentel sea la obra de azulejería más conocida de la ciudad. A ella le dedicó Guerra un trabajo anterior. Las piezas (de 15x15 centímetros) proceden, como los del edificio histórico de la Universidad, de la fábrica Nuestra Señora del Prado, de Talavera de la Reina y el encargo se hizo en 1939. La primera tanda de azulejos llegó en septiembre de ese año, la segunda, en marzo de 1940. Sus trece escenas están relacionadas con la vida de Felipe II y con sucesos vinculados a Valladolid (como la llegada de Teresa de Jesús, el incendio de 1561 o la entrada de la reliquia de San Benito).
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Aquí terminamos este pequeño recorrido, pero el libro incluye muchas más fachadas y portales. Por ejemplo, en Torrecilla 17 y 19, Estación 15 y 35, Asunción 8, Vega, 11, Mantería 32, el paseo de Zorrilla 23 y 42, el edificio de Correos. Estos y muchos otros ejemplos están catalogados y fotografiados en el libro de Ignacio Guerra, profesor en la Escuela de Artes de Zamora. El autor recuerda además en su trabajo que en Valladolid había varios negocios donde se vendían azulejos decorativos. Los más importantes eran Valladolid Moderno, unos grandes almacenes de porcelana, loza, cristal y artículos regalos con sede en la calle Santiago (número 35) y en Santa María (números 1 y 34). O el comercio Manuel Vaquero (en los portales de Fuente Dorada).
Además, «la ciudad tenía un número aceptable de almacenes de construcción y venta de azulejos de carácter más menos artístico», como La Esperanza, Vicente Calabaza o el almacén de Gregorio Soler Cerdeño.
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