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Llegó el lunes 28 de mayo y el viernes 1 de junio comenzó a trabajar en sus consultas de Sacyl de Mojados y Portillo. Juan Antonio Fernández Arellano (La Unión de Campos, Valladolid, 1958) es reservista voluntario del Ejército de Tierra, y durante dos meses ... y medio ha estado en el buque de Investigación Oceanográfica Hespérides, que se ha desplazado a la Antártida y a las costas de Brasil.
–¿Desde cuándo es médico reservista de las Fuerzas Armadas?
–Desde el año 2006. Me apunté por medio de una compañera que tenía un familia militar, y me pareció una forma interesante de conocer mejor el Ejército por dentro y aportar lo que sé como sanitario.
–¿Realizó el servicio militar?
–Sí, lo hice en 1984 como soldado en el Regimiento de Artillería 26, cuyo cuartel estaba en la carretera de Madrid, hoy abandonado.
–¿Había participado antes en otras misiones militares?
–El año pasado estuve tres meses en otro buque, que participó en la operación Atalanta en una misión contra la piratería en el cuerno de África, en aguas de Somalia, islas Seychelles, Madagascar o Tanzania.
–¿Y le surgió esta de la Antártida?
–Así es. Es conocido que faltan médicos en Defensa, y periódicamente me remiten información sobre misiones en las que se precisa personal sanitario. Como ya me conocen, me lo propusieron y decidí ir.
–¿Con qué retos se enfrenta un médico en un buque de guerra?
–El principal es atender las urgencias puesto que estando en alta mar tienes pocas posibilidades de evacuar hasta un hospital. En un barco puedes caerte con el movimiento, o sufrir una patología que es preciso atender de inmediato. Son frecuentes las afecciones de garganta, o gastroenteritis, a las que hay que dar respuesta. Hay que tener todo el material a punto para si alguien necesita asistencia. El médico y el enfermero en un buque de la Armada están las 24 horas en situación de urgencias. Nosotros, con disponibilidad total para atender a 60 personas.
–¿Cuál fue su misión?
–El Hespérides se encargó de recoger a los científicos y llevarles a las bases españolas en la Antártida, que son la Juan Carlos I y Gabriel de Castilla. La primera está en la isla de Livingston, y la segunda en la isla Decepción. En este caso tuvimos que recoger todo el material científico y a unas 30 personas para llevarles hasta el puerto argentino de Ushuaia. Dejamos cerradas las bases porque vamos de cara al invierno, y ya no se volverán a abrir por la temperatura hasta noviembre, cuando comenzará otra nueva misión.
–También han estado en la costa de Brasil.
–Sí, allí dejamos a otro grupo de científicos de ese país en las ciudades de Natal y Fortaleza. Los 25 españoles que han trabajado en la Antártida analizan los organismos del plancton o la evolución de las mareas. También recogieron el cadáver de un pingüino para analizar las causas del fallecimiento, porque según estos resultados, dicen, que los cambios que allí ocurran hay muchas posibilidades de que se reflejen en todo el planeta. Para los científicos, la Antártida es un campo de experimentación del futuro. En ese continente, además de las dos bases españolas, hay de otros países.
–¿Y qué impresión personal sacó al llegar allí?
–Es otro mundo en el que aseguran los que repiten que cada vez queda menos hielo. Es impresionante ver desde el barco los leones marinos o los pingüinos, a los que has visto en documentales. El barco Hespérides fondea a una cierta distancia, y con lanchas nos teníamos que desplazar para llevar material y personas.
–¿Cómo se ha regulado su ausencia laboral en Sacyl para poder ir hasta allí?
–Mediante la situación de servicios especiales que se contempla en la Administración. En cuanto al sueldo, te deja de pagar la sanidad regional y es el Ejército el que se encarga de abonarte la nómina, en la que se contemplan complementos en función de la peligrosidad de la misión en el exterior. Se mantiene también la antigüedad y cuando regresas te vuelven a dar de alta en el servicio en el que trabajas.
–¿Qué les diría a aquellos que quisieran seguir sus pasos?
–Ser reservista es un medio para conocer el Ejército por dentro perfectamente. La vida en un buque está muy programada, y aunque el espacio es reducido, cada uno se encarga de un cometido. Nosotros pasábamos consulta por la mañana, comíamos con el resto y estábamos de guardia. En mi caso he sido un médico de la calle que ha compartido con estos profesionales su trabajo. Los militares valoran este hecho y al reservista se le acoge. Es una simbiosis que beneficia a todos.
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