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Hace dos años y medio, el grupo de investigación de Ángel Gato y José María Fernández –hoy decano de Medicina en la Universidad de Valladolid– se enfrentaba al adiós de un becario al que no había forma de renovar. Un médico de laboratorio, una especie rara, explican, que podía permitirles avanzar en una investigación sobre fecundación in vitro que buscaba mejorar el porcentaje de éxito en la implantación del embrión. Sin ayudante no había investigación. Imposible. Y no había financiación para tener ese ayudante. Hasta que apareció en escena, en una merienda entre amigos, un constructor al que José María Fernández le contó sus penas. Luis Prieto, fundador de Priasa, le dijo entonces que no se preocupara, que el dinero lo ponía él.
Y hasta hoy.
Cuatro pagos puntuales a razón de uno al semestre y sin visos de dejar de colaborar. Un mecenazgo sin contraprestación, porque aquello de la nueva ley de mecenazgo, esa tantas veces anunciada, sigue sin concretarse en tinta y papel del BOE. Porque, por ejemplo, en la normativa sobre mecenazgo de 2003 se estipula que tendrán incentivos fiscales las donaciones realizadas a «las universidades públicas y los colegios mayores adscritos a ellas». Sin embargo, no se articula ningún mecanismo para que una donación concreta se pueda destinar, como en este caso, a contratar personal de laboratorio. Eso obligó a la Universidad de Valladolid a darle muchas vueltas a la burocracia hasta que encontró el modo de arreglarlo.
Luis Prieto, en realidad, lo que hizo fue dar solución al problema de un amigo. Hasta tal punto fue personal su decisión de aportar dinero que casi ni se ha preocupado de saber qué resultado ha dado la investigación que se inició entonces. «Seguimiento no hemos hecho mucho. Ahora iban a hacer un informe sobre estos dos años, de lo que se ha conseguido con esta investigación y cómo está la situación», explica el cofundador de Priasa.A su lado está Lucrecia Prieto, una de sus hijas –tiene también a Beatriz y a Nicolás–, que es la que dirige ahora la empresa familiar,Priasa, una constructora ubicada en Tordesillas.
De la donación que han hecho ni siquiera les ha interesado mucho el asunto de las posibles desgravaciones o incentivos fiscales. «Si hay algo, nosotros no lo sabemos», confiesa Lucrecia. «Tampoco hemos buscado.Hacemos esta aportación porque consideramos que es devolver un poco a la sociedad en la medida de lo posible», añade. «Es una pena que no se utilice esta fórmula. Creo que esto tendría mucho tirón para animar a montón de empresarios que estarían dispuestos a colaborar en investigar.Porque al fin y al cabo es algo que luego nos va bien a todos», considera Lucrecia. «Ni se conoce. Es algo raro», insiste.Y es que ellos tuvieron que asesorarse a conciencia con la Fundación General de la Universidad de Valladolid para poder articular un modo de realizar la aportación económica y asegurarse de que iba destinada al objetivo principal, que en este caso era dotar una beca para poder contratar personal para el laboratorio. «Es inusual y no hay un procedimiento establecido», explica la CEO de esta empresa familiar.
La Universidad de Valladolid, en todo caso, tampoco ha podido explotar esta vía. No ha habido más contacto, de hecho, que el que mantienen por correo electrónico con la encargada de gestionar sus aportaciones y la personal que tienen con José María Fernández, decano de Medicina. Curioso que la UVA, como institución, no haya dado un paso más para intentar tejer nuevas redes y llegar a otros empresarios.«Para poder hacer más amplio esto, llegar a más gente», sugiere Lucrecia. Al fin y al cabo, forman parte de la asociación de Empresa Familiar, tienen conexiones con otros empresarios y pueden contar de primera mano su experiencia como mecenas de un grupo de investigación de la universidad.
«En la otra reunión que tuvimos le dije al rector [Daniel Miguel] que mucha gente no sabía esto, que había que darle más visibilidad a la necesidad que tiene la investigación de recibir ciertas ayudas, porque realmente no se pide nunca nada», cuenta Luis. Y tercia su hija:«Esto está hecho entre amigos, en realidad.Nosotros lo hemos hecho por amistad, no porque haya llegado a nuestros oídos que las investigaciones que se están haciendo en la universidad no tienen recursos, o que necesitan ciertas aportaciones.Porque estoy segura de que si eso lo protocolizaran un poco habría mucha gente que podría patrocinar y colaborar», afirma.
«Tú ahora piensas 'voy a hacer una donación'. ¿Y adónde voy?», pregunta Luis.«Les animaría a que lo den a conocer a la sociedad, que nadie lo sabe», invita Lucrecia.
La ayuda de este mecenas permitió contratar a Francisco Lamus Molina, médico colombiano, con unas consecuencias muy relevantes. Para empezar, ha permitido que el grupo de investigación siga con otra de sus líneas activas y se incorpore a otra más tras la petición del traumatólogo Aurelio Vega. Pero es que además concluyó su tesis doctoral, ha publicado artículos científicos relevantes y está en proceso de acreditarse para convertirse en profesor ayudante doctor. Es decir, que será un nuevo docente en una facultad que precisa de una renovación urgente.
«Francisco es la persona que mantiene el laboratorio activo, en el sentido de que mantiene las técnicas y los procesos y luego facilita las valoraciones, así que es una persona fundamental», explica Ángel Gato, coordinador del grupo investigador.
Tenía la maleta hecha, dicen sus compañeros. Listo para volver a casa. Adiós, España. «Vine en 2011 a hacer el máster en Investigación Biomédica, luego seguí con el doctorado y desarrollé mi tesis doctoral en el laboratorio en el que estamos, embriología experimental». Y todo eso, al fin, para volver a casa porque aquí no había beca que lo contratara.
La maleta en la puerta. Llamando al ascensor.
«Y coincidió la terminación de mi tesis con este proyecto, que se estaba gestando. Me presenté y aquí estoy», dice Francisco Lamus Molina, colombiano, 37 años, licenciado en Medicina en Bogotá. Un médico, y en eso hacen hincapié todos, enamorado del laboratorio. Y en su caso contra corriente. «Hice mi carrera allá, soy médico, pero siempre me gustó la investigación. Esa fue mi motivación para venir. Primero vine a explorar y por eso hice el máster en Investigación Biomédica. Me sentí adaptado, me gustó y continué con el doctorado. Me aparté un poco de la clínica, de la medicina asistencial, que es el camino más común para las personas que estudian medicina. Este trabajo normalmente lo hacen los biólogos, bioquímicos, pero los médicos tienden a coger el camino de la clínica, de las quirúrgicas. Es un camino que tiene más certezas, menos incertidumbres. Este es más tortuoso, pero al que le gusta, se le mete», explica.
Los tiempos de la investigación son raros. Si el experimento dura doce horas, hoy no comes, o no duermes, o pasas la noche en el laboratorio. Pero si el ratón está convaleciente, tienes que esperar. «Aquí se investigan otras cosas. Y eso me ha permitido trabajar en proyectos diferentes y ahora estoy con las otras líneas que teníamos e incluso estamos colaborando con otros proyectos en los que está involucrada mucha gente del hospital, de otros grupos...».
Está encantado de haber aterrizado «en un entorno académico donde se hace investigación y docencia». «En investigación hemos podido relacionarnos con otros grupos y he aprendido cosas nuevas, he explorado nuevos territorios. Y en docencia, he podido meterme, que me gusta bastante», dice. Tanto, que ha iniciado la acreditación para convertirse en profesor ayudante doctor en una facultad que necesita con urgencia acometer su relevo generacional.
Que le guste la docencia, dicen sus mentores, ha sido una derivada imprevista y una grata sorpresa. Aunque lo del laboratorio, asegura, es una pasión. «Me gusta bastante, es un requisito imprescindible. Si no, se convierte en un padecimiento». Y explica las cualidades que debe tener un fanático del laboratorio: «Hay que tener paciencia, gran tolerancia a la frustración, porque muchas cosas salen mal... El experimento perfecto no existe, y cuando sale perfecto es sospechoso. Algo hice mal o ¿por qué salió tan bien? Es un desafío intelectual de problemas, de barreras que hay que superar y hay que pensar cómo solventarlas».
Empezar en su país con una formación muy orientada a lo asistencial le supuso partir con desventaja. «Empecé esto más tarde y se me hizo más duro, más difícil. Pero lo logré. Conseguí hacer lo que realmente quería».
Y añade, mucho más directamente: «Haber podido trabajar con él significa que hemos podido seguir con tres líneas de investigación. Si no, no nos hubiésemos metido en lo del cartílago, por falta de tiempo, y lo de la implantación de embriones habría ido mucho más lento. Su soporte es clave para la actividad de un grupo de investigación que trabaja, como es usual, en varias líneas de investigación», apunta Gato.
En el proyecto para el que le ficharon han tenido que desarrollar una técnica nueva «y validarla, lo que resulta muy complejo». La investigación tiene sus tiempos. Y pone un ejemplo llamativo: «Estamos en una parte avanzada, que es hacer una serie de implantes de embriones en vivo y para eso necesitamos ratones con vasectomía, para que cubran a las hembras, desencadenen los ciclos hormonales para que implanten pero sin embriones, para que podamos implantar embriones externos. Pero claro, para tener un ratón con vasectomía hay que operarle, que se recupere, que no quede ningún espermatozoide en su vía seminal... En eso se te van tres o cuatro semanas».
Y así todo.
La investigación en regeneración del cartílago de la articulación, liderada por el traumatólogo AurelioVega, pidió la colaboración del grupo de Ángel Gato. Dijeron que sí porque el contrato de Francisco Lamus les permitía tener el tiempo necesario. Y siguieron a buen ritmo con la neurogénesis, su línea principal, por el mismo motivo. Tres líneas vivas gracias a un donante. Pura medicina, al fin y al cabo.
Regeneración neuronal «En la cabeza de un embrión de ratón, el cerebro es una especie de tubo y dentro tiene líquido. Si coges un fragmento de cerebro embrionario y lo cultivas fuera, si tiene este líquido se desarrolla normalmente. Si le pones otro medio, se detiene la replicación de las células y la formación de neuronas. En el cerebro, en ratones, hay dos zonas donde se sabe que hay poblaciones de células madre. Y muchos grupos trabajan a nivel mundial en tipificar esas células y ver qué capacidad tendrían de regenerar tejido dañado por la edad, demencia, alzhéimer o un ictus. Se sabe que de aquí salen células madre para intentar repararlo. El problema es que hay que activarlo para que se produzcan más células madre. Queremos aplicar estos factores embrionarios intensos que salen del líquido del cerebro a un cerebro adulto. Ponemos unas microesferas de látex de 50 ó 100 micras de diámetro que se impregnan en ese líquido y se implantan en la línea en la que están las células madre. Los factores embrionarios son capaces de activar en un cerebro adulto la neurogénesis». PARTICIPAN: GIR de Ángel Gato (Departamento de Anatomía y Radiología), David Bueno (U. de Barcelona), Teresa Caprile (U. de Concepción,Chile), Mary Desmond (Villanova. EE.UU), Carlos Villaescusa (Instituto Karolinska).
Regeneración del cartílago de la articulación Quieren desarrollar un método para regenerar cartílago en base a un soporte, un polímero desarrollado por Bioforge. De momento va muy bien, con buenos resultados. Hemos hecho unas propuestas de valoración, vemos cuánto cartílago se ha desarrollado en las las rodillas y qué características tiene, si tiene celularidad o no, si se ha desarrollado, si las células madre han funcionado...». PARTICIPAN: Bioforge, Sala Blanca del Instituto de Biogenética Molecular, Servicio de Investigación y Bienestar Animal de la UVA, equipo de Traumatología de Aurelio Vega (Hospital Clínico) y GIR de Ángel Gato.
Fecundación in vitro Generar una técnica y encontrar un medio (en una segunda fase, con Bioforge) que permitan aumentar significativamente el porcentaje de éxito en la implantación del embrión en el útero. Explica Gato: «Lo que hacemos es obtener el útero de ratona in vitro, lo mantenemos vivo pero con una peculiaridad. Ese útero tiene que estar en condiciones de receptividad para el embrión, que es una ventana de tiempo muy concreta y en unas condiciones hormonales específicas. Controlar todas esas condiciones in vitro nos ha llevado mucho tiempo. Tienes que tener una ratona preñada pero asegurándonos de que no tiene embriones, y el embrión, además, solo implanta en un momento determinado, en unas horas determinadas, y eso requiere unas condiciones hormonales específicas. Y jugar con esas condiciones nos está llevando mucho tiempo, por eso la técnica se está prolongando mucho. Ahora mismo tenemos resuelta la mayor parte de los problemas y queremos validar esa técnica». PARTICIPAN: Unidad de Reproducción Asistida del Hospital Clínico y GIR de Ángel Gato. En una segunda fase, también Bioforge.
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