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En los talleres de guarnicionería, el orden del día puede estar en coser el escudo de la agrupación en una de las mangas del uniforme, en bordar el apellido en una tira identificativa del empleo y arma, o en remachar y coser una lona de un tienda modular de campaña.
Se trata de una actividad «usual», al igual que la de realizar las fundas o 'tapa bocas' para los cañones del ejército o los protectores que llevan los carros de combate sobre los sensibles elementos de puntería de los propios tanques, y que también se confeccionan en los talleres de las Agrupaciones de Apoyo Logístico.
Sin embargo, durante los primeros días de la crisis provocada por el coronavirus, el cuartel del municipio de Santovenia, en Valladolid, añadió a la reparación de sus lonas, remaches, marcas o fundas, la confección de mascarillas de protección para sus soldados.
La Agrupación de Apoyo Logístico AALOG 61, ubicada en Valladolid, dedicó buena parte de sus esfuerzos a confeccionar protectores «de uso interno», para sus militares y civiles. «Había escasez y era muy complicado hacerse con este tipo de enseres, pero nosotros teníamos que estar en primera línea, así que personal voluntario de la agrupación propuso elaborar mascarillas», explican desde la Oficina de Comunicación de la Brigada Logística, de la que depende la AALOG 61.
En Valladolid, los grupos de trabajo de los talleres de guarnicionería estudiaron y aprendieron a hacer los protectores de tela para terminar elaborando una media de un centenar diario. Producción en cadena para que el personal de seguridad, que recibe a los proveedores en los cuarteles, o los soldados que deben salir estos días a distintas misiones, «puedan ir un poco más protegidos», afirman desde la BRILOG.
El trabajo de la unidad vallisoletana se sumó al de las agrupaciones homólogas en Zaragoza, donde está el mando de esta Brigada, de Colmenar Viejo, de Sevilla y de Tenerife para, que casi en tiempo récord, el Ejército contase con miles de mascarillas elaboradas por sus propios efectivos.
Los protectores de tela fueron los que utilizaron los soldados de la agrupación vallisoletana en un primer momento cuando montaron las carpas o tiendas de campaña en el garaje sotechado del Hospital Río Hortega, en la capital. «Las utilizan cuando están en lugares muy concurridos y salen a mandatos», inciden desde la Oficina de Comunicación. Precisamente, las carpas establecidas en el centro hospitalario también se reparan en los talleres de guarnicionería de la unidad en Santovenia.
La intensificación del trabajo provocada por la pandemia de la COVID-19 no solo se ha limitado a las mascarillas, en la agrupación también han elaborado gel hidroalcohólico, sobre todo en el inicio de la crisis. «Había escasez. Casi era imposible comprarlo o hacerse con él y, con personal especializado, aprendimos a realizarlo», añaden.
Parte de la producción, más de veinte litros del gel desinfectante, se cedió al Río Hortega, para contribuir con las necesidades del centro sanitario
La elaboración de enseres contra «el enemigo invisible» también se ha realizado en la unidad dependiente de la AALOG 61 en Burgos, en la Unidad de Servicios y Talleres 612. En esta, cuyo trabajo se centra habitualmente en las reparaciones en la Base Cid Campeador de la capital burgalesa, se ha sumado la confección de pantallas de plástico para las cabezas de los soldados.
Los profesionales de la unidad castellana han realizado protectores con vinilos, cintas de persiana y velcro, para elaborar máscaras artesanales que utilizan, en caso necesario, los soldados en las distintas misiones que reciben dentro de la Operación Balmis, coordinada por la Delegación del Gobierno, en el caso de Castilla y León.
Uno de los últimos ejemplos en los que se utilizaron estas pantallas de vinilo elaboradas en la Unidad de Servicios y Talleres de Burgos, fue en el dispositivo de la residencia de mayores Cardenal Marcelo de Valladolid. Los militares que se limitaron al contacto comunicativo, sin tener que realizar labores de desinfección, «y solo a tareas logísticas», utilizaron este tipo de máscara.
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Sara I. Belled y Leticia Aróstegui
Doménico Chiappe | Madrid
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