La esquela de El Norte del 28 de diciembre me hizo dudar acerca de si el finado era el personaje al que conocí durante mi breve estancia en el Ayuntamiento vallisoletano. El texto se refería a 'Don Mariano Antonio Gutiérrez-Cañas', lo que dificultaba relacionar ... al finado con Mariano Cañas, a secas, que así era conocido en el propio consistorio y en la ciudad. Lo que terminó de despistarme es que ningún medio informativo de los que tengo a mi alcance se ocupara de un funcionario que sirvió sin complejos a una decena de alcaldes de distinto pelaje y condición y mereció distinciones como la Medalla de Oro de la Ciudad, otras dos al Mérito Civil y al Militar y que lucía la condecoración de la Orden de Isabel la Católica.
Cuando entré en la Casa Consistorial como asesor del alcalde Rodríguez Bolaños, la primera persona con la que me topé fue con Mariano Cañas, el cancerbero de la puerta de acceso al despacho del regidor. Recuerdo que cuando estaba a punto de colarme, Cañas me frenó en seco con un ¿adónde va usted? Nada más identificarme me abrió paso, empezamos a tutearnos y comencé a aprender algunas cosas de él que todavía practico.
Según pasaban los días, su presencia se agrandaba porque era el hombre que mejor conocía los entresijos del Ayuntamiento y la puerta a la que había que llamar para que algunos compromisos del alcalde pudieran realizarse sin recurrir a interminables expedientes administrativos. Conversaciones parecidas a esta: «Mariano, el alcalde quiere que se cambie un cristal roto en tal colegio», eran respondidas desde la veteranía que da casi medio siglo de servicio: «vete a ver a Fulano y dile que te mando yo». Mano de santo y, por favor, no me pregunten cómo se resolvieron con urgencia aquellas pequeñeces tan enormes para los afectados.
Durante su larga estancia como portero titular del despacho del señor alcalde, trató con regidores de todo pelaje: desde la derecha civilizada a la montaraz, desde la educación exquisita de un regidor al 'desparrame' verbal de otros: para Cañas, todos fueron jefes accidentales que con un cancerbero distinto hubieran tenido una estancia menos cómoda. Hacía las cosas porque era su trabajo y, además, las hacía de buena gana, con buen gerol. Gracias a él salieron bien muchas actividades como las Ferias de San Mateo, los bailes de la Pérgola o prestando sus conocimientos a la primera exposición de Las Edades del Hombre, organizadas por José Velicia y Eloísa García de Wattenberg. O aguantando el tirón durante el golpe de Estado del 23-F sin abandonar su puesto de trabajo durante las interminables horas de aquel sainete.
Su hijo Moncho valora extraordinariamente que don Antonio Mariano García Gutiérrez-Cañas (Cañas para todos los que tuvimos la suerte de conocerlo), enseñara a sus descendientes a respetar a la gente más allá de las creencias, religiones y oficios porque «en su vida importaban todos». Descanse en paz el hombre discreto del que casi todos aprendimos algo.