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Antes de leer su historia conviene hacer un ejercicio. Asomarse a un espejo y decirse a uno mismo: 'Esto me podría pasar a mí'. Lo propone Carlos Cuenca, el protagonista de un episodio que él no desea para nadie y que le ha llevado a una situación límite a la que no está dispuesto a resignarse. Reconoce este madrileño de nacimiento, criado y vivido en Valladolid, que es «guerrero y reivindicativo». Y es que eso de ser indigente, aunque entre dentro de su realidad vital, le escuece. Mucho, además. «Estar en un albergue es el destierro social para una persona y nadie está libre de ello», advierte. Hubo un tiempo en el que ni se le pasaba por la cabeza poder llegar al punto en el que se encuentra. Trabajaba en las plantas de caballeros de El Corte Inglés, disfrutaba de un hogar... No le faltaba de nada.
Desde finales de octubre, junto con su pareja, Almudena Sandoval, ha ocupado cama en las instalaciones para los 'sin techo' de la capital, aunque su estancia está ya en la cuenta atrás. «Dicen que como tengo recursos puedo buscarme una habitación; cobramos 430 euros al mes de ayuda y siempre estamos a menos doscientos, porque pedimos un anticipo al banco para ir tirando», relata. Su novia, con la que tiene una hija de 6 años –ahora acogida por una familia en la Comunidad Valenciana– se recupera de su adicción al alcohol. Ella, en principio, mantendrá su plaza en el centro. «Está mucho mejor, pero yo tengo que estar pendiente las 24 horas para que tome la medicación y para que no le ofrezcan nada que la pueda perjudicar; necesitamos estar juntos», resume.
Nacido en el foro en 1963, llegó a la capital del Pisuerga a los siete años. A su padre le destinaron como directivo de la fábrica de Pegaso. Aquí vivió su infancia, su adolescencia y los primeros pasos en su carrera laboral. Comenzó a trabajar como comercial «a puerta fría» vendiendo aspiradores y acabó en los grandes almacenes en la calle Goya de Madrid. En 1988 regresó al complejo de El Corte Inglés en el Paseo de Zorrilla, más tarde trabajó como dependiente en Cortefiel hasta que sus dotes como comercial le llevaron a vender libros de texto a Nicaragua y Honduras. Pero aquella vida se le torció.
Fue a partir del año 2000 cuando se vio obligado a emprender un nuevo camino. Se trasladó a la costa, concretamente a Castellón. «Allí siempre hemos conseguido trabajo; en verano en hostelería y en invierno en la construcción, pero con la pandemia la cosa se puso muy mal y decidimos regresar a Valladolid, allí no encontraba nada», relata.
Carlos y Almudena buscan una nueva oportunidad aquí, pero les está costando. En unos folios fotocopiados promociona sus habilidades como jardinero. 'Hombre de 57 años, formal y trabajador, se ofrece para mantenimiento de piscinas, recogida de uva... Flexibilidad de horarios y disponibilidad absoluta', se lee en esos carteles que coloca por la ciudad. «Al final me saldrá algo», confía con media sonrisa. «Mantener el norte si vives en la calle es muy difícil, yo quiero trabajar, solo necesitamos un empujón», solicita. Le hablaron del programa de viviendas blancas de VIVA, destinado a personas vulnerables, pero para inscribirse en el registro de solicitantes necesita empadronarse. «Si no tengo domicilio, es imposible; he pedido ayuda a la Cruz Roja, pero nada», lamenta. En la ONG explican que si un usuario no está dispuesto a seguir los protocolos estipulados y cuenta con medios económicos para alquilar una habitación, su asistencia se acaba ahí.
Pero Carlos no está de acuerdo. Con una pancarta hecha por él, ayer mismo llamaba la atención del alcalde en la Plaza Mayor sobre su situación. «No te vale intentar ser educado, respetuoso y querer tener un porvenir, una vez que caes en esto, en la calle, es muy complicado salir y eso te llena de frustración, la realidad te golpea en la cara una y otra vez», señala. «Se puede aguantar el frío y el hambre, pero la humillación, no», remacha, al tiempo que matiza que él no bebe alcohol, ni consume drogas, ni tiene problemas psiquiátricos como muchos de sus colegas con los que ha compartido techo y amistad en el albergue.
Allí algunos le llaman 'Charly' y en él se apoyaron cuando los usuarios informaron a los medios de comunicación sobre el brote de coronavirus que se detectó en el centro. Pide a El Norte de Castilla que incluya su teléfono móvil en el reportaje. Quizá por ahí pudiera llegar un clavo al que agarrarse. Carlos Cuenca quiere una oportunidad y avisa de que no está dispuesto a cejar en ese empeño, que le ayudaría a poder recuperar su vida y a su hija Irene, que en abril cumplirá 7 años.
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Jon Garay e Isabel Toledo
J. Arrieta | J. Benítez | G. de las Heras | J. Fernández, Josemi Benítez, Gonzalo de las Heras y Julia Fernández
Josemi Benítez, Gonzalo de las Heras, Miguel Lorenci, Sara I. Belled y Julia Fernández
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