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Corría el año 1977 y Valladolid tenía 308.523 habitantes, el Gordo de la lotería de Navidad recaló en el número 34.571, el entrenador del Pucela era Paquito y Santos todavía era defensa. También en 1977 un joven vallisoletano de 19 años decidió abandonar ... el servicio militar obligatorio, donde ejercía de chófer del comandante de Sanidad, Peral Molina, un prestigioso cardiólogo, para comenzar su vida laboral en la gasolinera de la plaza de Poniente. Fernando Prados, nacido y criado en Valladolid, conocido ahora como 'el mangueras', sufrió la pérdida de su padrino de bautizo, quien trabajaba en la estación de servicio, y se le ofreció la posibilidad de ser él quien continuara con el negocio. Sin pensarlo dos veces volvió a la ciudad y comenzó en el que ha sido el único puesto de trabajo de su vida, que ahora abandona con la esperada llegada de su jubilación.
«Soy de Valladolid de toda la vida y he vivido en Batallas, pero desde hace treinta años resido en el barrio de la Pilarica junto a mi familia», relata Fernando, quien explica que se jubila «con ganas» y con una pensión de la que le restan un 9% al jubilarse con año y medio de antelación. «No es algo que me importe porque llevo mucho trabajado, ahora me toca pasear y estar tranquilo», recalca.
«Echar gasolina a la intemperie en Valladolid no es un trabajo fácil porque en invierno se pasa mucho frío y en verano mucho calor; si llueve me mojo porque no tengo siquiera un sotechado», cuenta Fernando, quien no ha faltado un solo día al trabajo en sus 44 años de servicio a excepción de una baja de quince días tras una operación. «He estado aquí todos los días menos el de Navidad, el de Año Nuevo y dos semanas de vacaciones anuales», cuenta. Con una jornada laboral de diez horas diarias, Fernando ha echado gasolina a la mayoría de los coches vallisoletanos y por su surtidor han pasado personajes importantes a los que recuerda, como Ana Belén y Víctor Manuel y a los jugadores de fútbol que han pasado por el equipo local.
La situación de la gasolinera le ha situado en una posición privilegiada para observar los cambios que ha experimentado la ciudad y su sociedad. Desde la evolución de los coches hasta el crecimiento de los adolescentes que estudian en el Núñez de Arce, Fernando también ha sido testigo de cómo se retiraron las estatuas de personajes infantiles repartidas por el parque de Poniente tras los numerosos actos vandálicos, los continuos cambios de negocios en los locales hosteleros de la plaza y el cambio de la fuente por el mercado y la vuelta al pequeño estanque con estatuas de la plaza. Estuvo presente aquel 24 de abril de 1996 cuando una Rosa Chacel de bronce fue sentada en el banco que tiene frente a la gasolinera. Desde entonces ha sido su fiel e inmóvil compañera. «A los críos que empiezan el instituto les veo luego hechos adultos y eso me gusta mucho, porque todos los recreos los pasan alrededor de la gasolinera y les veo día a día», precisa. «Ahí está, no se mueve, como yo», bromea.
Entre los recuerdos que guarda, cuenta con una página de El Norte con fecha de 8 de abril de 1995 en el que la foto que se encuentra sobre estas líneas protagonizaba la noticia de la subida de precios del carburante. La anécdota que Fernando destaca está relacionada con esto y, según explica, «antes el precio cambiaba una o dos veces al año y cuando bajaba la cola llegaba desde el surtidor hasta el puente desde las ocho de la mañana hasta la noche, que me tocaba poner un cartel en el último porque no podía atender a todos».
Su simpatía le ha llevado a entablar amistad con algunos de los comerciantes de la plaza y el culpable del mote 'el mangueras' es José Luis García, propietario de la peluquería de enfrente, quien reconoce que echará «mucho de menos pasar tiempo con él».
Ahora, a sus 63 años, sus manos dejarán de sufrir las inclemencias meteorológicas vallisoletanas y su mayor ocupación diaria será pasear y visitar a sus amigos. Casado y con una hija de 25 años, Fernando agradece que la gasolinera no haya pasado a manos de esta y que «pueda volar libre por los estudios en márketing que tiene». De momento, sonríe al recordar los días que ha pasado trabajando pero reconoce que tenía ganas de jubilarse. «Yo creo que ya he cumplido con mi deber laboral, ahora me toca disfrutar, dar paseos que es lo que más me gusta y echar alguna que otra ojeada al ordenador, que me entretiene también mucho. Pero sobre todo voy a aprovechar para caminar y ejercitar el cuerpo y la mente», concluye.
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