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Inmaculada Gómez Juanes era «generosa, humilde, honrada, conformista, siempre agradecida». Nunca fue enfermera titulada «pero nos cuidó como si lo hubiera sido». Precisamente por ... ese motivo «nosotras hemos heredado la vocación de dedicarnos a cuidar de las personas y de los animales», resumen sus tres hijas, Inma, Marga y Cristina, dos enfermeras y una bióloga. Todas han creado su propia familia y dieron siete nietos a Inma y a su apenado esposo, Ildefonso Santos.
Inmaculada comenzó el calvario que acabó con su vida al principio de la pandemia, apenas cuatro días después de decretarse el confinamiento. Estuvo cuatro meses dando positivo en los test PCR a los que la sometían, pero se recuperó. Las secuelas del virus dejaron tan dañados sus pulmones y el sistema respiratorio que terminó falleciendo el pasado 19 de octubre en el Clínico tras perder más de doce kilos y terminar sus días con apenas cuarenta de peso.
Inma Gómez padecía un linfoma de hodgkin y acudía a centros sanitarios con cierta frecuencia con el fin de avanzar con el tratamiento. A principios de marzo, en alguna de las pruebas pudo contagiarse. El día 18 de marzo se quejaba de un dolor inguinal en una pierna y tras llevarla a urgencias le detectaron una neumonía.Dio negativo en la prueba PCR y fue ingresada. No respondía al tratamiento y a finales de marzo fue trasladada al Río Hortega desde el Clínico Universitario al convertirse en una zona negra de riesgo.
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En el Hospital Río Hortega, el 30 de marzo, sí dio positivo. La sospecha de sus familiares es que era positiva desde el principio, pero el virus no dio la cara. Estuvo en aislamiento quince días con el tratamiento hasta que el 13 de abril recibió el alta y llegó a su casa. A partir de ahí se fue recuperando con los cuidados de sus tres hijas y su esposo, todo con atención domiciliaria, hasta el 13 de octubre. Tras esos seis meses, volvió a ir a urgencias porque había regresado la sintomatología de tos con disnea y dificultad respiratoria. Ingresó en el hospital Clínico, donde se le diagnosticó de nuevo neumonía. Inma había dado positivo durante todos los test realizados en el verano, cuatro largos meses, hasta finales de julio. Una de sus hijas, Cris, llegó a contagiarse del virus. «El mes de marzo fue desgarrador para los enfermos y sus familiares. Mi madre tuvo alucinaciones y visiones como consecuencia del aislamiento y la medicación, según nos explicaron los profesionales. Visualizó que sería noticia en El Norte de Castilla, que la hacían una entrevista y la daban un premio por ser la primera en recuperarse», explican sus hijas. Se recuperó y disfrutó de toda su familia.
Las tres hijas de Inma quieren enviar ahora un mensaje de ánimo y agradecimiento a cuantos sanitarios intervinieron en el tratamiento y cuidados de su madre. Especialmente hacia el neumólogo Vicente Roig, a Paloma de la Torre y a Silvia Hernansanz, médico de paliativos. «Aún estando en su domicilio iban a verla y tratarla, preocupándose por su estado durante estos meses».
Extienden el agradecimiento a la unidad de urgencias y hematología del Clínico, así como a la zona de trauma norte, donde falleció; al Río Hortega, al centro de salud de Alaejos y a la Gerencia de Salud Este, por permitir a su hija Marga, donde trabaja como enfermera, disponer de tiempo y turnos para cuidar de su madre. Lo mismo se puede decir respecto a Cris, la otra enfermera de la familia, tanto en urgencias del Clínico, y ahora en quirófano.
Inma Gómez era amable, siempre tenía buenas palabras para todas las personas. Era comprensiva y sabía escuchar, «sabía mantener la templanza aunque estuviera mal y daba ánimos a los demás. Era todo amor en mayúsculas». A pesar de ser consciente de que su vida no sería muy larga luchó con todas sus fuerzas para poder seguir viendo crecer «a sus niños, sus nietos, como ella los llamaba» el mayor tiempo posible, y eso le dio fuerza «para estar con nosotros unos meses más. Al final, cuando ya no podía más nos pidió que la dejáramos ya descansar. Nos hizo las cosas muy fáciles, nos animó, ayudó y dio muchas fuerzas».
Sus nietos Pablo, Ana, Víctor, Eva, Lidia, Leo e Inés han perdido a su abuela, eran «sus niños», como ella decía, pero ahora tienen la responsabilidad de cuidar a su abuelo Ildefonso, cuidador principal de la fallecida Inma durante los últimos siete meses. Sus tres yernos, Pedro, Andrés y José Carlos «la adoraban y ellos también han perdido a una madre».
«La covid está haciendo estragos. Mi madre nos ha regalado siete meses de su vida, los últimos. Cuando logran salir del hospital lo pasan todo en su casa, y para nosotras han sido un regalo estos siete meses. El virus deja dañados muchos órganos. Pido a todos que se cuiden mucho, cumplan las normas de distanciamiento y seguridad, que solo así podremos superar la pandemia», termina rogando su hija Margarita Santos.
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