Valladolid
La madre de un pandillero ingresado en el Zambrana: «Le comieron la cabeza»Valladolid
La madre de un pandillero ingresado en el Zambrana: «Le comieron la cabeza»«Se juntó con gente de 17, 18 o 19 años y le comieron la cabeza. Le mandan a hacer cosas que de hacerlas ellos podrían tener más problemas». Eso es lo que explica para la madre de Manuel, nombre ficticio, el cambio de comportamiento ... de su hijo desde que cumplió los 10 años. Hasta ese momento el joven llevaba una vida común a la de cualquier chaval de su edad, a pesar de ser un «chico rebelde», explica su progenitora, que no quiere desvelar su identidad para evitar posibles represalias: «Él era un chico normal, quedaba con los niños del barrio al lado de casa, jugaban a la play, a la bicicleta, iban juntos al fútbol. Eran niños de su clase». Su vida se torció a consecuencia de las malas compañías y hoy es uno de los muchos que están ingresados en el Centro de Menores Zambrana.
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Todo cambió cuando, a instancias de un familiar paterno que también pasó por el centro de internamiento, empezó a frecuentar otros ambientes: «Un día fue a buscarlo al fútbol y ahí ya se fastidió todo. Se desapuntó del equipo, ya no quería estudiar y dejó de ir al colegio. Fue entonces cuando las llamadas desde la comisaría y las visitas a casa de la Policía comenzaron a ser frecuentes: «Peleas, que si le han pillado con un cuchillo, con un machete, con esto, con lo otro…». Además de sus rutinas, sus compañías también cambiaron: «Empezó a juntarse con un grupo de cuatro o cinco chicos, tanto españoles como dominicanos, que no eran del barrio». Manuel, que tiene doble ascendencia, es vallisoletano de nacimiento.
La mujer sabe por la Policía que pertenece a una de las dos bandas de origen latino que están asentadas en Valladolid, Trinitarios y Dominican Don't Play (DDP), según las pesquisas llevadas a cabo por la Brigada Provincial de Información. Ella sospecha que su hijo, bien aleccionado, ha sido utilizado para involucrarse en peleas y menudeo de drogas, a sabiendas de que a efectos legales nada podía pasarle: «Él me decía, no me puede pasar nada, tengo menos de 14 años, soy inimputable», rememora la mujer, que a pesar sus advertencias y de los intentos junto con los trabajadores sociales por reconducir la situación, no pudo evitar que ingresara en el Zambrana al cumplir los 14 años por un episodio similar a los múltiples que ya había protagonizado con anterioridad.
Madre de Manuel
Aunque la mayor preocupación para la familia no son las implicaciones legales de sus acciones, sino el hecho de que pueda poner su vida en peligro como consecuencia de los enfrentamientos entre bandas rivales. «El siguiente puede ser él, que a lo mejor entre tres o cuatro le den un palo y lo queden en el sitio», lamenta la mujer.
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La vida de Manuel es una historia común, la de otros muchos chavales que también han sido internados en el centro de menores competencia de la Junta por hechos delictivos relacionados con su pertenencia a grupos criminales. Su presencia es cada vez mayor, según ha podido constatar el personal del centro, que apunta a un incremento de los internos miembros o afines a los Trinitarios y los Dominican Don't Play, desde hace aproximadamente un año. «Cuando ingresan te cuentan con quién se llevan, con quién no, a quién conocen», argumenta una representante sindical, que explica que a pesar de que están «bien aleccionados» para no reconocer abiertamente que forman parte de grupos criminales - la pertenencia constituye un delito en sí mismo-, «a veces se les escapan cosas»
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La estética y los gestos son también señales inequívocas, como reafirma otra trabajadora del centro. «Dibujan sietes y se llaman tigres», detalla la educadora, que prefiere no desvelar su identidad. «Algunos, que yo creo que pueden ser trinitarios, sí que hablan de tribus y patria», añade la trabajadora, que no sabe hasta qué punto forman parte de bandas ya constituidas, pero sí que emplean sus códigos y que no se trata solo de nacionalidades latinas, sino también españoles, marroquíes y otras procedencias: «Es gente muy joven que por alguna razón no encontraron su sitio». Para ella, la mayor de motivación de estos chavales es «la fiesta y la droga».
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La convivencia intramuros entre bandas rivales es pacífica, según explica la representante del comité, más allá de algún encontronazo inicial que se soluciona separándolos en distintas unidades. Saben bien, cómo así le manifiestan, que «allí dentro tienen que convivir y lo que tengan que solucionar lo hacen fuera». Pero el problema reside en que la creciente presencia de chicos de estas bandas agrava un problema de ocupación, por el aumento de internos y la falta de personal a causa de las bajas por la conflictividad, del que vienen tiempo advirtiendo. El aumento de la carga de trabajo implica que el paso de los jóvenes por el centro sea solo «un parche a nivel social» y que cuando salen fuera no estén reinsertados.
Fuera del recinto de menores, en las calles, el aumento de los grupos violentos juveniles se percibe como un «problema incipiente» que en un futuro podría recrudecerse de no tomarse medidas que favorezcan su integración, según expresan desde algunas de las asociaciones de vecinos de la zona de la Circular. En las inmediaciones, especialmente en los barrios de Vadillos y Pilarica, la Policía ha registrado incidentes violentos, tenencia de armas y robos entre los miembros de estos grupos durante los últimos años, siendo la plaza Encuentro de los Pueblos uno de los puntos habituales de reunión identificados.
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La existencia de bandas juveniles, cuyo asentamiento se está intensificando según la información que maneja la Policía, es también motivo de preocupación para la Fiscalía provincial. Así lo apuntaba a este periódico la Fiscal Jefe, Soledad Martín, que si bien considera que «no llega al impacto en otras ciudades», se trata de «un fenómeno preocupante de especial seguimiento».
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