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Pilar Martín Calonge, fallecida a los 83 años.
Coronavirus en Valladolid. «A mi madre no le dieron opción de ir al hospital a recuperarse»

«A mi madre no le dieron opción de ir al hospital a recuperarse»

Pilar Martín Calonge no abandonó la residencia Orpea hasta que ingresó en el Río Hortega para morir el 18 de abril a los 83 años víctima del virus, que contagió también a su marido

Miércoles, 3 de junio 2020, 07:57

Hay sociedades, culturas y países en que se valora a los maestros por encima de cualquier otra profesión, pues es su labor educativa la que forja desde la base hábitos, valores y responsabilidades, la que inculca aprendizajes y estímulos para el conocimiento de quienes años más tarde diseñaron puentes o aviones, juzgaron o defendieron ante un estrado, escribieron libros o salvaron vidas. Algunos de esos maestros que contribuyeron con sus enseñanzas a limpiar este país de cascotes, igual que otros lo hicieron con sus manos o su sudor en el campo o la industria, han tenido como pago final una reválida terriblemente exigente con su salud, la covid-19, que no entiende de compensación ante el sacrificio. Es el caso de Pilar Martín Calonge, docente de las de vocación, que falleció a los 83 años el pasado 18 de abril en el Río Hortega víctima del virus, centro hospitalario al que llegó desde la residencia Orpea ya sin opciones de luchar por su vida.

«Llevaba en la residencia un año escaso, sufría un severo deterioro cognitivo y necesitaba atención especializada», comenta su hija Ana, la pequeña de la familia, que explica cómo su padre y marido de Pilar, José Antonio Redondo, de 84 años, estaba bien de salud pero decidió ir a la residencia con su mujer «porque decía que no pintaba nada en casa y quería irse con ella». «Mi madre estaba en asistidos y mi padre en válidos, comían en comedores separados pero pasaban todas las horas que podían juntos», añade Ana, que de acuerdo con sus hermanas Pilar, Lourdes y Arancha, iban a verles «todos los días, si no era una, era la otra». Hasta que la pandemia cerró las puertas de Orpea.

«Les habían hecho las pruebas en Semana Santa, mi padre dio positivo el 13 de abril, aunque asintomático, según dijeron, y mi madre también un día después, que nos llamaron para decirnos que estaba grave. Nos llamó un médico de la Seguridad Social que estaba allí ayudando y nos dijo que no la trasladaban al hospital porque, lo que necesitaba, se lo daban en la residencia. Eso ha sido lo más terrible, que no le dieran la oportunidad de ir al hospital para recuperarse o a tratar al menos de intentarlo, que la dejaran allí a su suerte», afirma Ana.

«Debido a esa instrucción, que hemos visto estos últimos días que llegó a hacerse por escrito, de no trasladar a hospitales a mayores que vivían en residencias, se han perdido muchas vidas de personas que trabajaron mucho por sus familias y por los derechos que ahora disfrutamos», comenta la hija de Pilar Martín Calonge, que vivió los últimos días de su madre con una angustia tremenda.

«El miércoles 15 de abril seguía grave, el jueves no nos llamaron y el viernes lo hizo el médico de la residencia, que a las 10:30 horas dijo que estaba perfectamente y a las 12:00 volvió a llamarnos para hablarnos de morfina y de desenlaces», recuerda Ana, que incide en que solo entonces fue trasladada su madre al hospital Río Hortega, «con fallo multiorgánico», aunque pudo despedirse de ella. «Me facilitaron un EPI y pude pasar unas horas con ella en la habitación de una planta, estaba inconsciente pero tuve la tranquilidad de estar con ella casi hasta el final. En la madrugada del sábado 18 de abril, llamaron para decirnos que había muerto», agrega.

A su padre pudieron sacarle de la residencia el día 22 «después de remover Roma con Santiago», y a los tres días tuvieron que ir al hospital Clínico porque tenía una neumonía bilateral. «Estuvo doce días ingresado y pudo remontar físicamente, aunque no psicológicamente. Ahora está en su casa de la calle Portugal pero mal, muy desorientado, conociéndonos a ratos... Todavía no sabe lo de mi madre», apunta Ana con la voz entrecortada, aunque recupera la serenidad cuando relata la vida de sus padres.

«Mi madre era de Soria y a mi padre, que es de Valladolid, le conoció en unas fiestas en Cuéllar, porque ambos tenían familia allí. Cuando los dos aprobaron la oposición para maestro, se fueron a un pueblo de Soria, Aldealseñor, y en Soria nació Pilar, mi hermana mayor. Después se fueron al País Vasco y estuvieron en Rentería y en Andoain, y en San Sebastián nacimos Lourdes, Arancha y yo. En 1978 nos vinimos a Valladolid porque mis abuelos paternos vivían aquí y mis padres querían una ciudad con porvenir para nosotras. Ellos siguieron dando clase, mi padre sacó las oposiciones para director de colegio y mi madre se especializó en Educación Especial y estudió Logopedia», comenta Ana, que asegura que la vida de su madre «era su trabajo».

«Estuvo formándose hasta que se jubiló. Estuvo en un centro de Educación Especial en Boecillo que luego trasladaron a la Casa Cuna, en Arturo Eyries. Mi padre estuvo de director escolar en el colegio de Tordesillas y los últimos años en la Dirección Provincial de Educación, en la Unidad de Programas», añade Ana.

«Mi madre era una mujer con mucho sentido del humor, muy preparada y muy independiente para su tiempo, y nos lo inculcó a las cuatro hijas. Le encantaba la historia y el cine», recuerda Ana, que asegura que, siendo sus padres profesores, «el nivel de exigencia en casa siempre fue grande, aunque con los años sí que pudimos escabullirnos un poco».

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