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Los 315 empleados de El Corte Inglés que se incorporaban hoy del ERTE -los últimos que quedaban de los 1.200 que son en Valladolid- se toparon con un paisaje desconocido en la entrada por la que cada día acceden a su lugar de trabajo. ... Marcas en el suelo para guardar la distancia de dos metros, gel hidroalcohólico junto a la 'garita', atrincherada tras pantallas protectoras y un brazo que emerge desde detrás del plástico, termómetro digital en mano, para apuntarles a la frente y chivarse si hay décimas de más. «Aquí quien manda ahora es la médico de empresa», dice José Antonio Lobato, director de Comunicación, resumiendo de un modo muy gráfico el nuevo escenario que Castilla y León inaugura hoy.
Desde las 9:34 hay gente en la puerta del establecimiento en el Paseo de Zorrilla, dos mujeres y un hombre. Algo similar ocurre en Río Shopping y también se repite en Vallsur. No es un lunes más. Es un lunes post-cierre por pandemia. «La gente está loca por salir, por sentirse un poco libre», dice alguien en el barullo previo a la apertura. Los reencuentros de los trabajadores en la planta baja de El Corte Inglés resultan extraños. Efusivos a distancia. Por encima de las mascarillas se aprecian ojos chispeantes, cejas enarcadas que se traducen como «cuánto tiempo sin verte».
Dos mujeres se abrazan, no pueden evitarlo, con la cara vuelta hacia el otro lado por si acaso. Todos con mascarilla, algunas de 'diseño' o con 'cubremascarillas', que van a resultar la nueva tendencia de moda ahora que los pintalabios valen de poco o nada. La dependienta de Clarins, probablemente una de las 95 personas de otras firmas que también se reincorporan hoy, tiene unos guantes rojos a juego con el color corporativo y el uniforme. Los minutos pasan despacio mientras los trabajadores se van reuniendo en el vestíbulo de la entrada principal, por donde entrarán los primeros clientes.
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Fuera, la terraza del Bambú, habitualmente desparramada por la enorme acera, se ha quedado constreñida a unas cuantas mesas que permiten mantener las distancias reglamentadas. Un quiosco de la ONCE muestra su esqueleto sin cupones y un señor trajeado camina pausadamente con la pipa en la boca y la mascarilla por la barbilla. La cola de tres personas empieza a crecer. Hace un fresco de Valladolid, de ese que por la mañana anticipa que hoy va a hacer calor.
Dentro, alguien repara en las flechas del suelo. «Son las que teníamos para el supermercado, cuando solo se podía acceder a él, pero ahora no valen, porque la gente -hasta el 40% de aforo- puede moverse por donde quiera». Rápidamente, unos cuantos se agachan a arrancarlas, animados porque «salen bien» y porque hay una extraña sensación de alegría. No son unas rebajas con foto de protocolo. No es, aunque lo sea, una puesta en escena más. Hoy muchos de ellos vuelven al fin al trabajo y eso es un toque de normalidad que se aprecia.
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Cuenta atrás para abrir las puertas. Diez, nueve, ocho, el guardia de seguridad, mascarilla y gafas protectoras, libera los seguros, siete, seis, cinco, allí asoman ya los tres primeros de la cola, los que se colocaron en la fila y leyeron el «Bienvenidos de nuevo» en el letrero que indica que hay que entrar con mascarilla, lavarse las manos y mantener la distancia, cuatro, tres, dos, uno...
Aplausos de los trabajadores para las dos mujeres y el hombre. Una de ellas agacha la cabeza, «qué vergüenza», parece decir. Tras ellos comienzan a entrar los que llegaron después. Más aplausos. Y más gente. Algunos aceleran y no saben para dónde tirar, azorados por el recibimiento. Otros tienen la calma de pararse ante el gel hidroalcohólico y frotarse las manos. Una mujer se para en el medio y devuelve el aplauso, consciente de que no es un día de compras cualquiera. Sigue la ovación, fuerte. Tres minutos seguidos de gente entrando con salvas de aplausos. Y cuando pasa el último de la cola se oye un «a por ello», «vamos», pequeñas arengas que demuestran que esto no era solo un día más en el curro.
Más información sobre la desescalada en Castilla y León
En Rio Shopping, los responsables del centro han programado una visita con las autoridades de Arroyo para explicar todas las medidas de precaución que se van a tomar. Harán falta. Es lunes y hay tanta gente que parece mentira que lo sea. En Vallsur, un responsable de seguridad explica cómo hay que limpiarse las suelas a la entrada del centro comercial, con unas enormes alfombras. También aquí hay gente. Mucha. «Desde luego no es un lunes normal», admite el gerente, Pablo Pérez, que ya contaba con ese despliegue. Por eso han acabado poniendo más gente de información de la que preveían. Los primeros días son de acostumbrarse, de guardar cola, aprender el sentido de las flechas, respetar las distancias en las escaleras y rampas mecánicas. Alguna de las tiendas abre más tarde y frente a ella se acumula una cola descomunal.
A las 10:27 dos mujeres salen del probador de la planta de Señoras de El Corte Inglés. «Cóbranos», le dicen a la dependiente, «nos lo llevamos». «Perfecto, pueden ir a la caja», les invita la trabajadora, que acto seguido agarra el desinfectante «sin lejía» y repasa las paredes del probador, el asiento, los pomos. Al lado hay una plancha con la que deberá repasar, con vapor y desinfectante, cada prenda que se prueben. Y en la misma planta hay una máquina de luz ultravioleta para lo mismo. La cajera cobra tras una pantalla transparente que cubre todo el frontal de la caja, se despide y acto seguido sale bayeta en mano y limpia el lado en el que se encontraban las clientas. En la planta baja, una dependienta de Perfumería, aún sin gente, frota y refrota cada esquina del mostrador. Donde mires hay gente limpiando sobre lo aparentemente limpio. Todos, y lo saben, se juegan mucho. Tres cuartos de la plantilla de El Corte Inglés en Valladolid se habían reincorporado poco a poco, especialmente para ayudar en la preparación de pedidos a través de la web. En Vallsur y Rio Shopping aseguran que ningún local que viniera funcionando ha cerrado con este parón de tres meses. Pero saben que un rebrote llevaría a un paso atrás. Y las consecuencias de otro parón brutal como el que se ha vivido serían dramáticamente incalculables. «Estamos de vuelta, juntos y seguros», reza un cartel en el escapate de una tienda de ropa. Una frase que es, a la vez, un hecho y un deseo.
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