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«No se pueden tener planes, porque en cualquier momento todo puede romperse», reflexiona Luis Gómez, de 30 años, tras rememorar todas las dificultades a las que ha tenido que enfrentarse durante el último lustro. En el verano de 2018, después de finalizar el grado ... de Enfermería, Luis había comenzado a ejercer en varios centros de salud cuando una repentina epilepsia refractaria -que no responde a tratamientos- truncó su carrera: «Yo era un chico normal de 24 años, había terminado de estudiar y estaba trabajando como enfermero en Pediatría».
Desde aquel verano en el que estuvo a punto de perder la vida en la UCI del Hospital Río Hortega, Luis ha pasado por un coma, dos delicadas cirugías neuronales, años de rehabilitación física y cognitiva y numerosos tratamientos farmacológicos. Su batalla ahora pasa por recuperar su vida profesional, con la dificultad añadida que conllevan las secuelas de una travesía médica como la suya. Por eso su madre, Loreto Torres, pide ayuda para él, un «reciclaje profesional» que le brinde la oportunidad de reengancharse a la Enfermería de forma segura. Una puerta de entrada que, asegura, les ha sido cerrada: «Desde el Sindicato de Enfemería (SATSE) nos dicen que como no es funcionario no hay esa posibilidad».
Luis trabajó como enfermero por última vez un viernes de julio de 2018. Ese mismo día firmó otro contrato en el Centro de Salud de Rondilla que se haría efectivo al lunes siguiente, pero entonces ya no pudo incorporarse a su puesto de trabajo: «Cayó enfermo con unas fiebres muy altas. Fuimos dos o tres veces a Urgencias y no le veían nada. Como trabajaba en Pediatría lo achacaban a algún contagio». Por aquel entonces llevaba dos semanas ejerciendo en tres centros de salud de Valladolid, encadenando contratos por horas.
Loreto Torres
Madre de Luis Gómez
«Era una época de mucho estrés para él, cogía esos trabajos para poder salir de la Lista Cero -profesionales sin méritos recién graduados-», recuerda Loreto. La progenitora lamenta que la «precariedad laboral» en la que se encontraba en el momento que la epilepsia frenó su trayectoria, es una dificultad añadida para volver a ejercer. El último contrato que firmó ya no consta en su vida laboral y Luis «no tuvo derecho a baja ni a ningún tipo de compensación económica».
La familia explica que, al no tener una baja laboral, este recibía llamadas de las gerencias para hacer sustituciones, aún estando en coma. Y aseguran que el no coger esos trabajos le ha perjudicado. «Cuando me llamaban era como si Luis no quisiera, el tono era más o menos de, si no coge el contrato, va a ir otra vez al principio de la Lista Cero», cuenta su madre, que fue quien se encargó de comunicar en esas llamadas la situación de su hijo. Las ofertas no cesaron hasta que ella le presentó por escrito al servicio asistencial un justificante de la médica de cabecera del joven: «Resulta que la culpa era nuestra por no tramitar la baja cuando Luis estaba en el hospital y nosotros en shock. Cuando yo me pongo mala es mi empresa quien la tramita».
La epilepsia empezó a mostrar sus síntomas en la madrugada del sábado 21 de julio. «Empezó a convulsionar muchísimo y tuvimos que llamar a una ambulancia. Lo ingresaron en el Río Hortega y le indujeron un coma que duró 65 días», relata Loreto, que contiene las lágrimas al recordar aquellos momentos en los que la vida de su hijo corría serio peligro: «Desde el principio estuvo en estado crítico. No tenían ninguna esperanza de que saliera, entró en un estatus epiléptico del que es muy difícil salir».
La mujer recuerda con detalle los cuatro meses que pasaron en el hospital, dos de ellos en coma y otro en la UCI, marcados por un diagnóstico de encefalitis epiléptica que no llegaba a concretarse en su origen, probablemente causada por algún virus no identificado, y varios tratamientos sin eficacia: «No respondía a ningún medicamento. Dicen que casi seguro fue saliendo por sí mismo, hasta que lo pudieron despertar del coma un 24 de septiembre».
El joven salió del hospital en noviembre de 2018, con 20 kilos menos e importantes pérdidas de memoria como consecuencia del coma, que requerían rehabilitación física y cognitiva. «La primera cita que nos ofrecía la Seguridad Social tardaba como un mes y medio, solo para consulta. Un chico de 24 años no puede esperar ese tiempo así que lo llevamos por nuestra cuenta a una clínica privada». El coste de esta rehabilitación, que llevó a cabo durante cerca de dos años junto con algunas sesiones en la pública, era de unos 800€ mensuales.
Luis Gómez
La recuperación no ha sido el único gasto al que han tenido que hacer frente. En 2020, cuando a consecuencia de la pandemia dejaron de citarlo para sus revisiones médicas, el joven lidiaba con «unas crisis epilépticas extrañas en forma de quemazón, como si le metieran una antorcha en la garganta». Desde entonces su caso lo llevan en la clínica Teknon de Barcelona, un centro privado. Allí se ha sometido a dos intervenciones de electrodos intracraneales y están probando medicación para mejorar su calidad de vida: «En el Río Hortega nos dijeron que nos conformáramos porque no tenía muchas crisis». Entre la rehabilitación, las cirugías y los tratamientos, la familia ha tenido que desembolsar «más de 100.000 euros», algo que no habría sido posible sin el apoyo económico de sus abuelos maternos.
El rostro del treintañero cambia gradualmente mientras escucha el relato de su vida en boca de su madre. Ella narra con precisión detalles de los que Luis guarda un recuerdo vago tras una largo historial médico. Del silencio inicial pasa a la indignación: «La epilepsia ha roto mi vida». Este enfermero añora sus ahora lejanos planes de irse a Barcelona para compaginar la Enfermería con la música: por las mañanas, la bata; por las tardes, la guitarra eléctrica en algún grupo de música heavy. Luis acabó en la Ciudad Condal por otros motivos, pero conserva las ganas de volver a los escenarios y a las consultas de Enfermería.
El tratamiento va significando avances y la familia aspira a que recupere la vida laboral. «Lleva varios meses sin crisis epilépticas», celebran. Los fármacos tienen por efecto secundario cierto adormecimiento y lentitud, peajes que sus médicos confían en ir atenuando con el tiempo, aunque Luis, algo bloqueado ante las cámaras, comunica con normalidad y se expresa sin problemas.
Ambos consideran que para regresar a la Enfermería el joven necesitaría un «reciclaje», a fin de regenerar los conceptos olvidados antes de ejercer plenamente y recuperar el ritmo del oficio. «Tengo mis conocimientos, por lo que con un guía al lado sería más rápido», suspira el enfermero, consciente de la necesidad de apoyo en esa primera fase.
Luis y su madre han consultado las opciones del joven con el Sindicato de Enfermería, que, según cuentan, se reducen a partir de nuevo de la Lista Cero y pagar por cursos que le permitan sumar puntos. Pero ellos anhelan una oportunidad para que este pueda poner a prueba sus capacidades actuales sobre el terreno y reengancharse a la vida laboral de forma segura para él y sus pacientes: «Además de la rehablitación cognitiva, su recuperación también pasa por tener un trabajo, algo que hacer al levantarte por las mañanas».
La madre se rompe al finalizar la conversación. Recorrer de nuevo tanta dolor, frustración e incógnitas, la deja agotada. Sus lágrimas exudan indignación, ante lo que considera una injusticia: «Luis ha salido de una situación muy dura, ha tenido que echar mucha fuerza y valentía y ahora resulta que cuando quieres hacer una vida normal, no hay ninguna ayuda».
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