Javier Burrieza
Martes, 5 de marzo 2024, 10:37
La elección de presidente de la Conferencia Episcopal que ha recaído en el arzobispo de Valladolid, Luis Javier Argüello García, no se puede desvincular de aquel descubrimiento que para ciertos sectores de la Iglesia española supusieron sus cuatro años como secretario de este mismo ... órgano colegiado de los obispos españoles. Fue un 21 de noviembre de 2018. Aquella fecha, junto con la de este 5 de marzo de 2024, es el «paso del Rubicón» de un hombre inteligente y observador de la realidad, lector pero también de gran comprensión lectora, estudioso, con una extraordinaria capacidad de relacionar, vincular y cruzar datos; más predicador que escritor, un sacerdote de vocación tardía, de 70 años de camino a los 71 en mayo, que le gustan las canciones de Franco Battiato, que ha pasado antes por la Universidad civil y pública que por ser el eterno hombre del Seminario vallisoletano desde 1986 hasta que el cardenal Blázquez le eligió en 2011 como vicario general un año después de su llegada a Valladolid.
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También estaba cantado. Luis Argüello había sido hasta entonces una opinión indispensable para que en la diócesis algo se moviese con efectividad. Fue la mano derecha de Blázquez, en contacto con la Roma de Benedicto XVI y se intensificó todo ello cuando al arzobispo de Valladolid le eligieron por segunda vez presidente de la Conferencia Episcopal y el papa Francisco le creó cardenal. Y si al principio Blázquez pensaba que no iba a necesitar un obispo auxiliar, en poco tiempo cambió de opinión y desde abril de 2016, Luis Argüello –estaba cantado de nuevo su candidatura– fue su obispo auxiliar para la diócesis de Valladolid.
Su vida empezó un 16 de mayo de 1953 en Meneses de Campos, parroquia en la que fue bautizado, sin que faltasen relaciones familiares con el también palentino de Villerías. En el suyo natal era «Luisín». Su abuela materna, la de Montealegre de Campos, era la única que le llamó «Javier», su segundo nombre de bautismo. «A mí, me ha marcado muchísimo mi madre, yo no sería creyente sin mi madre». Tras haber cursado las primeras letras en este ámbito rural, Luis Argüello llegó a un ámbito que habría de ser decisivo en su vida: alumno interno del Colegio Nuestra Señora de Lourdes desde el curso 1964-1965 hasta la conclusión de aquel bachillerato en el de 1970-1971. Aquella experiencia la ha calificado como una «señal de fe».
Tras recibir el premio extraordinario nacional, se matriculó en la Facultad de Derecho, tiempos singulares en la vida política, social, académica y estudiantil. Forjó una especial sensibilidad social. Con el cierre de la Universidad de Valladolid hace cuarenta y nueve años por parte del ministro Cruz Martínez Esteruelas, surgió el deseo de movilizar a los estudiantes universitarios contra esa medida. La oposición política le puso un coche con el que pudo viajar a distintos puntos de España para entrevistarse con colectivos universitarios. Al mismo tiempo ese alumno finalista impartía clase de Economía de segundo en el bar Corinto. Nunca se había tenido que examinar en septiembre y lo tuvo que hacer en el de 1975. Su licenciatura llegó en 1976.
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Continuó en la Facultad, con la labor docente e investigadora en el Departamento de Derecho Administrativo. Después la Transición democrática: «Era la época de las primeras revueltas universitarias y ese mundo provocó en mí una especie de revolución que puso un poco de distancia con la experiencia religiosa –declaraba al semanario Alfa y Omega–. Entre 1975 y 1980 tanteé con algunas actividades políticas en las primeras elecciones democráticas y colaboré con alguno de los partidos sin militancia firme. Había participado antes en la Junta Democrática de España y en la Plataforma de Convergencia Democrática de España. La experiencia con los partidos políticos me produjo un desencanto y, en medio de todo, los hermanos de La Salle me llamaron para que explicara la nueva Constitución en las enseñanzas medias. Volví al colegio y tuve una experiencia de nueva conversión. No había abandonado la Iglesia pero sí tuve un encuentro personal con Jesucristo». Joaquín Ruiz Giménez le había pedido que se convirtiera en el primer presidente de la Comisión Justicia y Paz en Valladolid. Colaboraba además en proyectos de Cáritas Diocesana. Todo ello coincidió en un tiempo importante de búsqueda de su vocación. Era un laico comprometido pero los caminos lo estaban llevando a algo más.
En la Pascua celebrada en el monasterio lasaliano de Bujedo en 1983 –junto a Miranda de Ebro– fue el momento culminante. Durante la Adoración de la Cruz, uno de los instantes del oficio del Viernes Santo, sintió que todo ello se clarificaba: deseaba ser sacerdote y así se lo iba a comunicar, no sólo a los participantes de la misma sino, de manera inmediata, al arzobispo de Valladolid, José Delicado Baeza, el mismo lunes de Pascua. A partir de entonces, iba a comenzar su formación en el Seminario, realizó los estudios eclesiásticos en el Estudio Teológico Agustiniano de Valladolid y se ordenaba sacerdote el 27 de septiembre de 1986. El arzobispo consideró que era el hombre adecuado para integrarse en el grupo de formadores del seminario diocesano. Así lo hizo por espacio de veinticinco años y, además fue el primer rector del mismo como sacerdote perteneciente a la diócesis de Valladolid hasta 2011. Delegado de pastoral vocacional, impulsó la vocación laical y con Delicado Baeza fue coordinador de la Asamblea Diocesana entre 1994 y 1996. Muy cercano al mundo de la familia, de las familias en paro, atención a la drogadicción, pobrezas de diversa índole y a los jóvenes con la espiritualidad de comunión vinculada a la comunidad ecuménica de Taizé. Colaboró en la secretaría de los encuentros de Villagarcía de Campos que aunaba obispos, vicarios, arciprestes y agentes de pastoral de las diócesis de Castilla y León. Con el arzobispo Braulio Rodríguez fue vicario episcopal para la ciudad.
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Desde 2011 pasó a ser vicario general de la diócesis y dinamizador de la pastoral diocesana. Aquel número dos de la archidiócesis de Blázquez, desembocó en su ordenación episcopal. Las circunstancias eclesiales así lo dictaminaron. El cardenal, como presidente de la Conferencia, necesitaba un obispo auxiliar. La Catedral herreriana, que había sido escenario de la suya propia como sacerdote, presenció su ordenación episcopal. Era 3 de junio de 2016 y él se presentó con el lema episcopal «Veni lumen cordium». Al día siguiente, escogió la capilla de su Colegio y ante «su» Virgen de Lourdes celebró su primera Eucaristía como obispo. Las dificultades no cesaron. Se tuvo que hacer cargo eventualmente del seminario diocesano de nuevo tras la muerte de su rector y cuando parecía que todo se volvía a encauzar, la asamblea general de la Conferencia Episcopal le elegía su secretario. Una experiencia que le enriqueció profundamente, que le puso en contacto con la realidad de la Iglesia católica española y universal de manera más intensa. A esta secretaría renunció en noviembre de 2022, con el convencimiento de que un puesto tan ejecutivo como ese no era compatible con el de ser arzobispo de Valladolid. Desde el 17 de junio de 2022 se había convertido en decimoquinto arzobispo de la ciudad del Pisuerga y su diócesis –coincidente casi en su plenitud con la provincia– y cuadragésimo primero en el orden de sus obispos desde 1595.
El papa Francisco había valorado el importante conocimiento que tenía este obispo de la diócesis de Valladolid y de la Iglesia en Castilla: «Estás experimentado en el ministerio episcopal y sobresales verdaderamente enseñando a los fieles las directrices de la vida cristiana y estando también adornado con sólidas virtudes, convenientes para el ministerio episcopal, Nos pareces apto para asumir el cuidado pastoral en la Iglesia archidiocesana en la que ya como Auxiliar prestas diligentemente tu servicio». Tomaba posesión de la misma, de nuevo en la Catedral, el 30 de julio de ese mismo año. Recibió en ese momento del nuncio pontificio el palio de arzobispo metropolitano, cabeza de la provincia eclesiástica, tras haber visitado al Santo Padre en la basílica de San Pedro en la solemnidad de los Apóstoles.
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Su voz no ha dejado de oírse en la Iglesia española. Así se manifestaba al presentar en enero de 2023 el documento de los obispos españoles en el que había tenido tanto que ver: «El Dios fiel mantiene su alianza», un instrumento de trabajo pastoral sobre persona, familia y sociedad que se ofrece a la Iglesia y a la sociedad española desde la fe en Dios y la perspectiva del bien común, concepto tan presente en sus reflexiones y homilías. Bien reciente ha sido su participación en el último Sínodo de la Sinodalidad en octubre de 2023, en nombre de la propia Conferencia junto con otros obispos. Con esta nueva elección, monseñor Argüello, volverá a unir Valladolid y Madrid haciendo su particular trabajo pastoral con el mundo que le rodea, embarcado en un tren de Alta Velocidad donde ha derramado muchas palabras, un presidente para una Iglesia que no debe estar ajena a ese «tiempo eje, un cambio histórico sorprendente».
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