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El pasado verano, cuando Rosiris Samacá caminaba por las calles de Valladolid, su nueva ciudad, se detuvo un segundo y, después de tanta mala experiencia pasada, con esa mochila pesada que trajo desde su Venezuela natal, un pensamiento inesperado alcanzó su mente: «Qué lujo, qué maravilla poder pasear por las calles sin miedo, con absoluta tranquilidad. Sentarse en una terraza, tomar algo en un bar. Salir a la calle sin temor. Qué poco valoramos estos privilegios».
Y aquel pensamiento veraniego adquiere hoy, meses después, una nueva lectura, un extraño valor: qué lujo pisar las calles sin miedo.
Rosiris tuvo que abandonar las de su país por motivos de seguridad. Vivía en Ciudad Bolívar con su marido, Julio, y su hijo de 20 años, Luis Enrique. Pusieron primero rumbo a Estados Unidos. Después, a España. Llegaron el 16 de mayo del año pasado. Solicitaron asilo. Recibieron protección internacional. Hoy viven en Valladolid. Y justo cuando su vida comenzaba a encauzarse de nuevo, el coronavirus ha frenado en seco su reconstrucción.
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«Teníamos en Venezuela una empresa de Publicidad –yo hacía labores de administración y contabilidad– y un negocio de comidas tipo cátering. Allí la inseguridad es generalizada. Sales a la calle, pero no sabes en qué condiciones vas a regresar a casa, si es que lo haces. Y cuando tienes una casa que, después de mucho trabajo, llama por lo que sea la atención, puedes ser objeto de amenazas. La hija de mi marido fue interceptada, le cogieron a tiros la camioneta, estuvo amenaza de secuestro. Y tuvo que salir hacia Estados Unidos. A nosotros nos entraron en casa.Y no eran malandros de barrio. Por la forma de hablar, de interrogar, sabíamos que eran funcionarios, policías. Pensaban que podían sacar dólares con amenazas. Puede haber droga, inseguridad... pero cuando también hay que tenerle miedo a la autoridad. Empiezas a valorar la vida. Mucho más. Y decides dejarlo todo. Tienes tu negocio, vives de tu empleo y te alcanza, pero si no hay seguridad...».
Y por eso decidieron huir de su país. Abandonarlo todo y llegar a un nuevo lugar sin nada. Lo intentaron en Estados Unidos. Finalmente, por cultura, por idioma, recalaron en España. «En Valladolid tengo una comadre, somos casi hermanas», cuenta Rosiris. Y le animó a venirse aquí. Acá.
Durante sus primeros pasos contó con el acompañamiento de varias instituciones. «Con Cáritas hice un curso en la Escuela de Cocina y me encantó. Dije, este es mi camino. Voy a estudiar cocina española, me voy a formar». Participó en el programa Incorpora que gestiona Procomar. En enero obtuvo por fin la tarjeta roja, la autorización para ingresar en el mercado de trabajo. Y en febrero consiguió un puesto como cocinera, veinte horas los fines de semana, en un negocio hostelero de la plaza del Val. También en la cafetería del CDO.
Rosiris es una de las beneficiarias del programa Incorpora, con cursos de formación e inserción laboral que desarrolla Procomar. Durante el confinamiento, la entidad ha tenido que suspender las clases presenciales, pero sigue la formación a través de Internet.«Las clases se han dividido (antes eran de 20 alumnos, ahora son dos cursos de diez)para facilitar el seguimiento a través de las plataformas 'on line'». Procomar ha facilitado además vías (Whatsapp, correos electrónicos o llamadas telefónicas) para llegar a aquellos usuarios que no dispongan de conexiones con alta disposición de datos.
«Todo iba muy bien. Paso a paso empezábamos a disfrutar de nuestra nueva vida». Y el coronavirus llegó para trastocar todos los planes. «Es una situación complicada, porque además la hostelería es uno de los sectores que más sufren. Mi hijo también ha trabajado en un restaurante de la zona de la Plaza Mayor, estaba a punto de hacer prácticas de almacenista en un hipermercado. Y ahora...».
«Ahora estamos refugiados en casa. Sin trabajo. Estamos de alquiler y nuestra casera es maravillosa, ha sido muy condescendiente con la situación, nos ha dicho que no nos preocupemos, que lo primero es la salud. Nosotros confiamos en que esto se resuelva pronto y que yo pueda volver a trabajar. Los bares forman parte de la vida española, de su carácter, les encanta disfrutar de una terraza. Por eso esperamos que cuando esta situación se supere, nos podamos reintegrar a la situación anterior», confía Rosiris, quien mantiene contacto a diario con sus seres queridos en Venezuela y Estados Unidos.
«Al principio estaban con la situación que teníamos nosotros aquí cuando veíamos las noticias de Italia, mucho más de China, qué remota la idea. Pero ahora ven que es un problema que también les atañe a ellos.Y el problema es que en Venezuela no sabemos qué esperar, con ese sistema sanitario que tienen, tan débil. Si ya la situación es difícil, como el virus llegue allí con fuerza no quierno ni pensar», dice Rosiris, esperanzada en que el retorno a la normalidad permita que la esperanza de su familia en España eche de nuevo a rodar.
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