El «mejor» antídoto para vaciar la España rural es no disponer de Internet a alta velocidad. Lo dice Luis Ángel Chico, alcalde de Benafarces (72 habitantes) y presidente de la Asociación de Empresarios de Turismo Rural de Castilla y León, porque lo sufre. Cada vez ... que quiere enviar un correo electrónico tiene que armarse de paciencia. No le queda otra opción. En el «mejor de los casos», comenta, el fichero tardará más de media hora en llegar a su destinatario. Eso sí, el e-mail debe ser sencillo: nada de documentos adjuntos. De ser así, dice, «puede tardar toda la noche». «Lo que hago es cargar la información por la noche para ver si, con algo de suerte, cuando me levante se ha enviado», asegura el regidor, al tiempo que desvela el sentimiento existente en el mundo rural:«Nos sentimos ciudadanos de segunda». «Estas limitaciones que tenemos son muy complicadas, hacen que no estemos en igualdad de condiciones con otras zonas», lamenta.
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La conectividad es «fundamental» para el desarrollo del medio rural. Están desconectados. De hecho, según el Ministerio de Asuntos Económicos y Transformación Digital, en la provincia, el 9,3% de los municipios vive con dos o más megas sus conexiones a Internet, mientras que el 27% lo hace a ralentí con diez.
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Pero esta circunstancia se agrava en plena emergencia sanitaria. Son numerosos los hogares vallisoletanos que están viviendo una cuarentena analógica, confinados en sus domicilios y con un acceso a Internet que «deja mucho que desear». Muchos, además, tienen que teletrabajar; unos por que el estado de alarma les pilló en el pueblo y decidieron quedarse y otros porque son residentes habituales.
En cualquier caso, todos tienen en común un aspecto: las «hazañas» que tienen que gestar para poder desarrollar su labor en zonas donde la conexión a la red es mínima y, en ocasiones, «inexistente».
El propio Chico es uno de ellos. Vive en un teletrabajo continuo. Regenta un hotel rural en Benafarces, por lo que para «poder sacarlo adelante» tiene que estar continuamente publicando fotografías y vídeos en redes sociales y actualizando las fechas libres disponibles en diferentes plataformas. «Nadie va a venir expresamente a un pueblo, ya sea este u otro, a visitar una casa rural. Si no ponemos en conocimiento nuestros recursos y mostramos al cliente lo que podemos ofrecerle no vamos a ninguna parte».
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Habla en calidad de alcalde. También de presidente de los empresarios de turismo rural de la comunidad pero, «sobre todo», como autónomo «que vive en sus carnes el problema del acceso a Internet». Considera que, mientras los pequeños municipios no estén en igualdad de condiciones que las ciudades, mientras no tengan una conexión a la red «decente», resultará misión imposible atraer población al medio rural. «Creo que el confinamiento es una buena oportunidad para que la gente vea realmente lo que sufrimos en los pueblos con el Internet; tenemos el mismo derecho que los de las ciudades de poder mandar un correo electrónico desde casa sin estar pendiente si llegará a su destino o no», argumenta.
Además de él, cuatro mujeres que están pasando el aislamiento domiciliario en localidades que tienen menos de 300 empadronados prestan su voz para alzarla y reclamar «de una vez por todas un servicio digno para el medio rural». Están especializados en diferentes ámbitos, pero tienen en común el «problemón» que padecen: tienen que hacer malabares para poder completar su jornada laboral.
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Tenía una videoconferencia programada a las doce del mediodía con compañeros del equipo de la Biblioteca de la Universidad de La Rioja, donde trabaja desde hace dieciocho años, pero esta vez no pudo ser. El Internet «a pedales» existente en la localidad vallisoletana de Bolaños de Campos, donde está pasando la cuarentena para acompañar a su madre, impidió a Henar Serrano unirse a la reunión. Lo llevaba intentando desde primera hora de la mañana, pero finalmente desistió: «Es imposible. No hay manera de que funcione cinco minutos seguidos», lamenta.
Raquel Benito, vecina de Fompedraza, trabaja en el área de administración de Bodegas Matarromera. Cuenta que no lleva «nada mal» trabajar desde su domicilio. Tras casi dos meses de confinamiento se ha «acostumbrado». Sin embargo, reconoce que los primeros días fueron «complicados». Al no tener fibra óptica instalada en su casa –«y eso que es pequeñita, que Internet llega a todos los rincones», incide– la conexión «muchas veces funciona de aquella manera». Pero a pesar de ello, dice, «se puede» trabajar.
En Hornillos de Eresma, localidad situada a 11 kilómetros de Olmedo y con 165 habitantes empadronados, según el Instituto Nacional de Estadística (INE), laconexión a Internet es «malísima». Una «patata». Allí, quienes quieren teletrabajar, unos seis o siete residentes, tienen que ingeniárselas para conseguir que la red permanezca diez minutos seguida en línea.
Podía haber regresado a Valladolid, pero cuando el Gobierno decretó el estado de alarma, Henar Gallego decidió quedarse en Robladillo a pasar la cuarentena por «responsabilidad y para echar un ojo a mis padres». Ahora, dos meses después, y a pesar de que la forma de trabajar es «diferente, más difícil», dice no arrepentirse de la decisión. «Se lleva mucho mejor en el pueblo que en la ciudad, dónde va a parar. Claro que tengo problemas a la hora de trabajar, es todo mucho más lento, pero si miras todo, se agradece», asegura.
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