Que la mascarilla llegó para quedarse es una realidad. Durante cuánto tiempo tendremos que utilizarla continúa siendo una incógnita, pero para las personas con diversidad funcional auditiva es algo más que eso. Su vida y la forma de comunicarse depende de la lectura labial ... y los gestos faciales y, con ella puesta, no son capaces de realizarlo. La Asociación de Padres y Amigos del Sordo de Valladolid (ASPAS) cuenta con una gran comunidad a la que presta ayuda para integrarse en la vida cotidiana con «igualdad y respeto». Su coordinadora del servicio de atención y apoyo a familias, Ana María Ramos, explica que «desde el inicio de la pandemia las personas sordas han tenido muchos problemas de comunicación». La tecnología llegó, una vez más, como salvadora para que las personas sordas con implante coclear o audífono tuvieran una comunicación más fluida y completa. «Hemos recurrido al uso del bucle magnético o de inducción. Se trata de un cable que recorre la sala en la que se realiza una reunión presencial y, mediante un sistema parecido al bluetooth, transmite el audio directamente a mi implante coclear. Esto les permite escuchar lo que dice la persona que tiene el micrófono y gracias a ello son capaz de asistir a las reuniones o eventos», precisa Ramos. Pero no funciona para todos, porque los sordos signantes no pueden recibir los sonidos. Ramos asegura que «la lectura labial y la captación de la postura facial es necesaria para diferenciar palabras que se signan igual pero cuya única diferencia es la posición de la lengua y si no lo ven puede llevar a malentendidos».
Publicidad
La comunidad sorda ha tenido que comunicarse, igual que los que no padecen este déficit funcional, a través del ordenador durante la pandemia. «La mayoría de ellos no han sido capaces de seguir las reuniones o las clases online porque la distorsión del sonido hace imposible su captación por los audífonos o implantes. Para los signantes también se ha complicado porque la videollamada ha de estar bien enfocada y tener calidad para observar los gestos faciales», apunta Ana María Ramos.
Por ello, desde ASPAS se propusieron utilizar el bucle magnético y buscar cuántas instituciones y comercios de Valladolid contaban con esta tecnología. Su sorpresa fue «grata» al descubrir que «muchas administraciones, bancos y supermercados tienen instalado el bucle para que las personas sordas reciban las informaciones en su implante, lo que nos acerca más a la sociedad de integración que demandamos para las personas con sordera», destaca. También ha sido utilizado en colegios e institutos donde los niños tenían el complejo reto de seguir las clases con el profesor y sus compañeros utilizando la mascarilla o a través de las pantallas. Así, gracias a la tecnología muchos estudiantes han conseguido «salvar el curso y las dificultades añadidas a su aprendizaje».
Leandro Martínez y Alicia González
Leandro Martínez y Alicia González son pareja y ambos son sordos. Él es capaz de hablar y escuchar gracias al implante coclear, pero ella nunca llegó a adquirir el habla porque es sorda de nacimiento, tampoco realiza lectura labial y se comunica a través de la lengua de signos. Ambos se enfrentan a una nueva barrera desde que la mascarilla es obligatoria. «Cuando dijeron que teníamos que llevarla puesta por la calle nos sentimos aislados porque no podíamos entender si alguien nos saludaba o nos decía algo; al permitirse no llevarla en exteriores respiramos aliviados pero en interiores seguimos con problemas», reconocen. La simple y cotidiana pregunta de '¿necesita una bolsa?' en el supermercado no la responden porque no la escuchan ni leen los labios a la cajera al llevar puesta la mascarilla. Al salir a la calle empiezan los problemas porque, por ejemplo, si vamos a realizar alguna gestión en espacios interiores en los que quien nos atiende no puede retirarse la mascarilla, no podemos entender y se complica aún más cualquier cosa que tengamos que hacer», comenta Leandro. Su esposa, mediante lenguaje de signos, le solicita que añada que «no siempre ocurre, hay gente muy cordial que se la baja para que podamos entender, pero no siempre ocurre eso».
Publicidad
El problema de hacerse entender lo arrastran desde que tienen memoria pero recuerdan que antes de las mascarillas era más sencillo, pero ahora se ha agravado, aunque asumen con resignación que «no todos saben a lo que se enfrentan cuando hablan con una persona sorda y esta es la vida que nos ha tocado vivir, no podemos hacer mucho más». En su lucha por la integración de las personas sordas en la sociedad, apelan al «sentido común». Según explican, «si una persona sorda te pide que te bajes la mascarilla para leerte los labios porque no te entiende, qué menos que ponerse en su lugar porque nosotros entendemos a través de la gesticulación de los músculos faciales».
Juan Fontanillas
Este profesor vallisoletano es sordo y lleva un implante coclear. Su forma de trabajar cambió drásticamente con la pandemia y la obligatoriedad de las mascarillas, pero reconoce que «gracias a la tecnología y a la ayuda de compañeros y alumnos todo ha sido más fácil».
Publicidad
Con 19 años y en plenos estudios de Ciencias Físicas y preparándose para ser piloto militar sufrió una infección que destrozó su sentido del oído. Desde entonces, ha ido adaptándose a su nueva vida. «Aprendí a leer los labios y más tarde me operé para ponerme un implante coclear. Tuve que rehacer mi vida por completo y dejé de estudiar porque era incapaz de seguir las clases», recuerda. Desde la Asociación de Sordos le animaron a estudiar de nuevo y logró finalizar sus estudios de Magisterio en Educación Especial en la Universidad de Valladolid, tras lo que cursó Psicopedagogía y el Doctorado en Psicología. Ahora trabaja en el Instituto de Arroyo de la Encomienda dando clase a 30 alumnos en el mismo aula. «Si antes era complicado pero lograba entender algo ahora, con las mascarillas, es totalmente imposible. Si hablan todos a la vez, no entiendo lo que dicen», precisa.
La irrupción de la pandemia fue un «palo añadido» a las dificultades que presenta Juan para entender y hacerse entender en su trabajo. «De repente todo pasó a ser online y yo no captaba el sonido de un ordenador en una videollamada porque no cuentan con subtítulos en tiempo real. Pedí adaptaciones al puesto de trabajo porque no era capaz de seguir las clases ni los claustros.
Publicidad
Pero su gran aliado y «salvación para seguir trabajando» llegó de mano de la tecnología de bucle de inducción. «Gracias a esto he podido mantenerme en mi puesto laboral y acudir a las reuniones del claustro porque el sonido y las palabras me llegan directamente al implante y soy capaz de entenderlo. Es un gran invento y debería usarse en más lugares porque somos muchos los sordos que, sin tecnología como esta, vemos aumentado nuestro aislamiento», precisa.
Piedad Hernández
A sus 37 años, Piedad padece sordera de nacimiento, igual que sus tres hijos. Para ella, la obligatoriedad de llevar puesta la mascarilla ha generado «una barrera más porque no es posible identificar la expresión facial ni la lectura labial». Su día a día está repleto de muros que llevan años en pie y que la pandemia ha elevado aún más. Ir al médico ha supuesto «todo un reto» para ella y su familia porque al no contar con consultas presenciales había que hacerlo todo por teléfono. «Teníamos que concretar una hora con el médico a la que la intérprete pudiese estar conmigo para entender y que me entiendan, porque únicamente me comunico a través de la lengua de signos», explica. Un ingreso en plena pandemia le supuso «un desafío» porque no se permitía el acompañamiento del enfermo, pero ella solventó el problema comunicándose con el personal sanitario que la atendía mediante la escritura. «Yo escribía en un papel lo que quería decirles, ellos lo leían y me contestaban igual. Hay muy pocas personas que conocen la lengua de signos y es complicado en situaciones así, pero siempre hay soluciones», precisa.
Publicidad
La irrupción de las mascarillas y la larga trayectoria que se augura para estas supuso un «fuerte golpe» para la familia de Piedad. «Uno de mis hijos, menor de edad, dejó de acudir dejó de acudir al colegio porque no lograba entender a nadie durante las clases, ni a compañeros ni amigos; la barrera comunicativa que se levantó ante él le afectó muchísimo, pero la orientadora logró solucionarlo y estamos muy agradecidos por su intervención», recuerda con el inicio del nuevo curso a la vuelta de la esquina.
Ahora, su esperanza se centra en que «desaparezca el coronavirus y termine la obligatoriedad de llevar la mascarilla puesta en interiores para poder hacer vida normal». A lo que añade que «lo ideal sería que todo el mundo conociese la lengua de signos y los sordos fuésemos capaces de hablar con cualquier persona en un supermercado, una tienda o en el médico».
0,99€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.