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José Antonio Alonso, 59 años, mascarilla del Real Valladolid en la boca y el carrito de la compra, vacío, a sus pies, guarda cola en ... la calle Pólvora. Tiene quince personas por delante. Hay siete por detrás. Espera turno para conseguir la ayuda alimentaria que, una vez al mes, le entrega Cruz Roja. «Nunca pensé, en ningún momento, que tuviera que recurrir a esto», dice. Hasta hace dos años servía cañas y cafés en un bar en la calle La Vía, «al lado de la Circular». Las deudas comenzaron a comerle los pocos ahorros que tenía. «Hoy le debo dinero a Hacienda. Vivo solo. En una casa que no sé si podré conservar o me quitará el banco».
Cuenta que Cáritas le ayuda con el pago de las medicinas. Es diabético. Que gracias a Cruz Roja puede comer. Que el coronavirus ha sepultado cualquier tipo de esperanza. «Encontrar trabajo se ha puesto muy difícil. Mira cómo está la hostelería. Cómo está todo. Y encima, a mi edad».
José Antonio engrosa las colas que, a las puertas de parroquias, entidades solidarias y ONG, muestran las cicatrices económicas de la pandemia.La crisis desatada por la covid ha hurgado en la herida que muchos hogares ya tenían abierta, ha provocado nuevas dramas en familias que se han visto afectadas por los ERTE, sacudidas por despidos inesperados.
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Desde marzo, los servicios sociales del Ayuntamiento han registrado 959 altas de personas que requieren ayudas económicas (446.788,59 euros en total) para hacer frente a los efectos que la pandemia ha provocado en su casa. Esta misma semana, el Consistorio ha ampliado, con medio millón de euros, la partida destinada a «prestaciones económicas para la atención de necesidades básicas de subsistencia en situaciones de urgencia social».
Desde marzo, el Ayuntamiento ha concedido 2.217 ayudas (85 de ellas, por la vía de urgencia), de las cuales 2.169 ya han pasado por la comisión pertinente. Casi 1,3 millones. Los servicios sociales municipales hablan de 959 altas por covid. Casi la mitad (441) llegaron en abril, durante las semanas más duras del confinamiento, con la economía al borde de la parálisis. En mayo bajaron a 387. En junio, 195. El verano ha sido un pequeño colchón (una red sobre el abismo) para muchos hogares, con la desescalada en bares, restaurantes, la inyección de las campañas agrícolas, la recuperación del servicio doméstico.
«Después del confinamiento de primavera, tuvimos varias ofertas de empleo para trabajar en residencias (por sustituciones de bajas), para trabajar de nuevo en la atención a personas mayores en sus casas», cuenta Silvia Arribas de Red Íncola. «En la primera ola, registramos una subida importante de nuevos usuarios. Hemos llegado a atender a casi 18.000 al mes. Ahora la situación ha bajado, en torno a las 16.000», explica Jesús Mediavilla, presidente del Banco de Alimentos, quien recuerda que la situación fluctúa entre semanas. «Depende de los retrasos al cobrar los ERTE, de la lentitud en la tramitación de algunas prestaciones, de las negativas al ingreso mínimo vital, que parecía que iba a llegar a más gente», añade.
Las naves del Banco de Alimentos están hoy «medio vacías». Las restricciones han obligado a suspender desde marzo todas las operaciones kilo. Y eso se nota en los estantes, donde no hay remesas físicas de arroz o pasta. Pero no es necesariamente una mala noticia. La pandemia ha obligado a los bancos de alimentos a reinventarse. Estos meses han organizado campañas de recogida de fondos, han conseguido donaciones de empresas y particulares. Y ese dinero sirve para adquirir, todas las semanas, en grandes lotes, los productos que necesitan. «Estos días hemos tenido que comprar galletas, leche y cereales», cuenta Mediavilla, quien espera que a finales de noviembre llegue una importante inyección económica con las aportaciones de la campaña 'La gran recogida', que este año propone que las donaciones no sean en kilos de comida, sino en bonos de dinero (que se podrán adquirir, del 16 al 22 de este mes, en las cajas de los supermercados).
La situación parecía encarrilarse a principios del verano. «Durante el primer estado de alarma, atendíamos a 500 familias a la semana. Cerca de 2.000 al mes», resume Rosa Urbón, presidenta del comité provincial de Cruz Roja. «Ahora hay alrededor de 1.800 familias que necesitan nuestro apoyo para salir adelante con la entrega de alimentos. Hay otras 150 al mes en situación de urgencia, en una pobreza sobrevenida por la covid, que corre el riesgo de volverse crónica».
Y ante esto, lo que viene por delante no ayuda. No solo por las estrecheces económicas que auguran las restricciones normativas, como el nuevo parón en la hostelería. También va a influir el tiempo. Lo que queda de otoño será complicado. Se avecina un invierno duro. Con la desescalada se caminaba hacia la primavera. Hacia el calor. Ahora, la mirada se dirige a jornadas más frías, a días más oscuros. Y esto disparará el gasto de calefacción. En los recibos de la luz. La pobreza energética llega para desangrar unas economías ya muy debilitadas.
«La primera emergencia fue la alimentaria. Ahora es cuando empiezan a hacerse más evidentes los problemas vinculados con la vivienda, el pago de los alquileres, los retrasos hipotecarios, las dificultades para hacer frente a los recibos de suministros», apunta Rafi Romero, concejala de Servicios Sociales. La principal cuantía de las ayudas municipales aprobadas durante este año (481.369 euros) han sido para pago alquileres. Ha habido otros 144.071 para atender necesidades básicas del hogar, otros 47.980 para el pago de cuotas hipotecarias. Y habría que sumar ayudas par enseres básicos, para la reparación de pequeños electrodomésticos...
También Cruz Roja subraya esas ayudas asociadas al hogar, «no solo para los recibos de la luz o el gas, sino también con otras medidas, como la entrega de kits de ahorro energético, con burletes para puertas y ventanas o bombillas de bajo consumo». «Los gastos de vivienda son una de las cosas que más hemos notado después del verano», certifica Silvia Arribas, de Red Íncola. «Hay personas que están muy al límite, sin ingresos, que no pueden más. Han aguantado varios meses, pero la situación ya se les ha vuelto insostenible. Algunos no tienen acceso a ayudas de alquiler, al ingreso mínimo vital. Y nos llegan casos de personas a las que se les ha denegado la solicitud de protección internacional y que ahora no tienen empleo».
José ha cumplido 40 años. Hace cuatro meses, al principio del verano, cuando parecía que se salía de esta, llegó de Venezuela. Ha solicitado protección internacional «por amenazas, represión política, intento de secuestro». Decidió escapar del miedo y recalar en la incertidumbre. Aquí, en España, ya estaban su esposa y su hija de diez años. La mujer trabaja como teleoperadora. Pero su sueldo no es suficiente para sostener el hogar. Por eso hoy hace cola para recibir alimentos de Cruz Roja.
Está en la fila unos pasos por delante de María, 45 años, hasta hace unos meses cuidadora de personas mayores. Hoy está en el paro. Vive en Pajarillos con su hermano (también sin empleo) y su padre, cuya pensión, «poco más de 600 euros», es el único ingreso de su casa. Justo a su lado charlan Niván Díaz y Mileiry Martínez. Los dos tienen 51 años. Él es médico. Ella, licenciada en Comunicación. Cuando hace un año llegaron de Cuba, recurrieron a Cruz Roja para formarse (un curso de montacargas, clases para sacarse el carné de conducir). «Nuestro objetivo era trabajar. Con la pandemia no hemos tenido suerte. Y cada vez está más difícil conseguir algo», dicen en compañía de Ihosvany Regalado, 25 años, profesor de Inglés, también de Cuba, también en la fila alimentaria de Cruz Roja.
Como Ismael, 44 años, seis hijos (el mayor de 15, el pequeño de cinco meses), con trabajo hasta enero. Hacía mudanzas. «Cuando me quedé en el paro a principios de año pensé que sería cuestión de poco tiempo, que pronto conseguiría algo porque nunca me ha faltado, en la hostelería, el transporte, con una tienda de golosinas. Pero ahora, la cosa está muy difícil», dice Ismael.
«Creo que hay bastantes más casos de los que nos llegan», asegura Luis Miguel Rojo, delegado de Cáritas. «No sé el número, porque no dejan de ser percepciones, pero la crisis afecta a más hogares, no solo a los que llegan a nosotros. Hay una enorme capacidad de resistencia en muchas familias. Recortan gastos, acuden a familiares, a sus entornos sociales. Se ajustan el cinturón todo lo que pueden. Pero ese colchón, si la situación se prolonga, se acaba terminando», indica Rojo, quien subraya otro factor: «A diferencia de la crisis anterior, ahora los apoyos son más débiles. La pandemia ha afectado a más sectores que la crisis de 2008».
Desde Cáritas recomiendan recurrir a sus servicios cuando las dificultades ya muestran sus colmillos, sin esperar al mordisco en la yugular. «Es mejor afrontar los problemas poco a poco que encontrarse más tarde con una deuda insalvable».
Las entidades sociales recuerdan que, aunque lo más visible ahora son las colas de personas que solicitan ayuda alimentaria –para llenar sus neveras y despensas, para tener algo que comer a diario–, sus trabajos incluyen otras aristas no tan evidentes. «Programas de empleo, apoyo escolar y psicológico», enumera Luis Miguel Rojo, de Cáritas. En Cruz Roja, se han triplicado las atenciones vinculadas con el empleo. Muchas de ellas son consultas informativas, sobre cómo tramitar los ERTE, solicitar la renta garantizada o el ingreso mínimo vital, pero también hay demandas de quienes han perdido su trabajo por culpa del virus. Y el invierno se aventura duro.
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