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Mateo (nombre ficticio) llegó a Ajupareva hace cuatro años y tres meses, lo recuerda bien porque para él ha sido como empezar de cero emocional, familiar y económicamente. «Ahí te das cuenta que en realidad tu adicción empezó mucho antes de lo que piensas», relata ... este hombre de 40 años ya rehabilitado. En su caso, sitúa los inicios en los nueve años. «Fue con la videoconsola, me podía tirar horas y horas, después pasé a las máquinas recreativas con 12 años y ya con 18 di el salto a las tragaperras de bar aunque también he jugado 'on line'», continúa Mateo, comercial de profesión.
La primera vez que jugó fue en un bar y junto a varios amigos. «Sé que nos tocó, el premio era en pesetas pero no recuerdo cuánto», dice. Ahí fue cuando cambió su percepción ante el juego.
Aunque le tocase el mayor premio, el de 500 euros, lo volvía a perder. «Me gustaba jugar, a mí el cubata en un bar podía durarme dos horas, porque solo estaba centrado en jugar», admite. Asegura que a nivel personal o familiar nunca le ha faltado de nada, no ha tenido carencias ni en su infancia ni en su juventud, tampoco en su círculo social. «Usaba el juego como una evasión a un mal día, a una discusión tonta con la pareja o con mis padres y vas entrando en un bucle que no sabes gestionar».
La situación se empezó a agravar cuando tenía 30 años: «Se me fue de las manos y entendía que no era normal pero en ese momento no eres consciente del problema. Me jugaba la nómina en un día y luego me mantenía el resto del mes con engaños, con robos a mi familia, a mi abuela», admite en su testimonio.
Hace un ejercicio generoso, el de compartir su intimidad, «esto forma parte de mi vida, siempre conviviré con ello porque es algo que me va acompañar siempre, gracias a que hace cuatro años y tres meses que puse orden en mi vida», asegura. Calcula que a lo largo de toda su vida como adicto al juego se habrá gastado «unos 100.000 euros porque acabé con los ahorros que tenía y con cada nómina que me ingresaban».
Agradece no haber tenido nunca problemas judiciales. «Podría haberse dado la situación, pero no ha sido así. Afortunadamente, llegué a la asociación con una adicción pero sin deudas, hay testimonios mucho más duros que el mío, de gente que incluso acaba en la cárcel o piensa en el suicidio».
Sabe que un adicto es capaz de ocultar durante años la falta de dinero, «a base de engaños, de mentiras diciendo que si le tienes que pagar el coche a tu padre, que si se te ha estropeado ese mes, pidiendo dinero o préstamos». En su caso, la llamada de una de esas compañías a casa preguntando por él fue la que destapó todo. «Ni mi familia ni mi pareja reaccionaron bien, caen en la cuenta de que les haces mentido, les has decepcionado y es muy doloroso, esa confianza tarda años en recuperarse», cuenta Mateo.
En Ajupareva le dan herramientas a él y a su familia para andar el largo camino de la rehabilitación. «Todos los días te tienes que repetir hoy no juego y mañana tampoco, porque esto es una enfermedad que te va a acompañar toda la vida».
Desde que pasó por Ajupareva admite que no le gusta ir al bar solo, «no lo veo como antes y cuando miro a alguien que está jugando durante tiempo, como sé lo que es se me revuelve el estómago. No se deben normalizar ningún tipo de adicción, pero las que son sin sustancias son realmente jodidas».
Agradece a sus padres y a su pareja el que hayan permanecido a su lado y que le hayan acompañado en este proceso, «al final, en Ajupareva nos han enseñado a todos a vivir, tanto a mí, como adicto, como a mi familia como el entorno que lo ha padecido», expone.
Celebra su nuevo vicio, «el deporte, jamás pensé que llegaría a correr y ahora estoy una hora disfrutando»- Celebra también que la nómina le dure lo normal, «como a todo el mundo, incluso puedo ahorrar». Celebra sus rutinas, «la de disfrutar después del trabajo con mi pareja de cualquier pequeño plan, aunque sea de ver algo en Netflix». Celebra , en definitiva, «haber vuelto a nacer».
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