«A mí me da pánico caer enfermo ahora mismo no ya del coronavirus, que también, sino de cualquier cosa», reconoce abiertamente José Luis del Rey, un soltero jubilado de 71 años, que vive solo en su pueblo, Herrín de Campos, aunque con familia ... cercana. Y lo dice con conocimiento de causa. «Una tía mía tuvo una neumonía, la mandaron a la residencia y nunca volvimos a verla; a un compañero le pasó algo parecido con una hermana....», relata antes de incidir en que la prudencia, y el miedo, le invitan ahora a tomar más precauciones si cabe que la población en general para evitar acabar más solo aún en el hospital. Y todo ello en un contexto especialmente complicado para las personas mayores, que han visto reducidas al mínimo sus vidas sociales en la era posterior al confinamiento. «Siento que me han quitado la libertad, salgo con mascarilla, sí, aunque no logro acostumbrarme, y echas de menos un montón de cosas que hacías antes de esta situación», reconoce. No es el único. Las partidas de cartas con los amigos, las comidas con la familia, los viajes de jubilados, los bingos... Todo ha cambiado para los mayores, inmersos en un grupo de riesgo innegable ante la pandemia, que les obliga a limitar más que el resto sus movimientos por «precaución».
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«La situación es muy dura para los mayores y especialmente para los que viven solos», lamenta la presidenta de la Federación Vallisoletana de Jubilados y Pensionistas, Adela Cabezas, de 76 años, quien advierte de que las consecuencias de este aislamiento social «van a traer graves consecuencias psicológicas a medio plazo que aún están por ver». Su federación, integrada por más de un centenar de pequeñas agrupaciones en la provincia, tuvo que «suspenderlo todo lógicamente a partir del mes de febrero». Ahora intentar retomar una relativa normalidad, la que hay, «volviendo a poner en marcha talleres de envejecimiento activo, charlas para intentar explicar la situación y cómo afrontarla...». El problema es que muchas de estas actividades chocan con el «miedo» de los mayores a volver juntarse en espacios cerrados. «Siempre se buscan espacios adecuados con grupos reducidos y las debidas medidas de seguridad, pero es cierto que muchos pueblos han dicho que no por miedo», explica Adela, quien considera que «los mayores necesitamos volver a relacionarnos lo más posible e ir poco a poco saliendo de casa». De ahí que su intención sea continuar proponiento actividades. «Mientras se pueda...», suspira.
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Uno de los que sí que asisten a este tipo de actividades, en su caso gimnasia para mayores, es Daniel Escalante, un jubilado de Fasa de 77 años, teniente de alcalde de su pueblo, Santibáñez de Valcorba, e 'hiperactivo'. «La vida nos ha cambiado mucho, ya que la pandemia nos llevó a suspenderlo todo», relata antes de recordar que la situación actual les llevó a «dejar de hacer las meriendas con los amigos que llevábamos haciendo 45 años». Ya no juega a la brisca, dijo adiós a los vermús de después de la misa de los domingos, este año no habrá viaje de jubilados... «Hemos dejado de hacer muchas cosas, muchas, porque la gente tiene miedo a juntarse», lamenta. Y eso que él, pese a todo, reconoce que es una persona «muy activa» que siempre encuentra ocupaciones. Viudo desde hace unos años, Daniel vive ahora solo, aunque con los cuidados habituales de su hija, afincada en Valladolid, y las visitas en verano de su otro hijo y nietos residentes en Cuenca. «No estoy ya solo», aclara.
«En el pueblo», añade este jubilado de 77 años, «se vive mejor que en la ciudad». Tanto es así que apenas pasa por la capital, donde tiene casa. «Intento ir lo menos posible, la verdad, cada vez menos». Su hija, que le visita cada sábado, se encarga de «pasar de vez en cuando» por su casa. Al que sí le gustaría ir a la suya, en su caso en la capital palentina, donde trabajó hasta jubilarse, es a José Luis, el vecino de Herrín, «pero ahora como está confinada la ciudad ni siquiera puedo ir».
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También cómoda en su pueblo vive Teresa Gutiérrez, una mujer viuda de 76 años, vecina de La Parrilla. «Aquí tenemos mucho pinar para pasear y salgo a diario», explica antes de reconocer que en su caso también echa «muchísimo de menos las partidas de los fines de semana en el bar con la cuadrilla, los bingos, las aulas de cultura...». Todo eso se acabó. «Vives con miedo, claro, porque temes ponerte mala al ser un grupo de riesgo», confiesa antes de aclarar que recientemente han recuperado, al menos, «unos talleres de memoria».
Teresa tiene dos hijos, uno de ellos residente en el pueblo, y nietos. Ahora los ve también menos. «Quedas con miedo, sobre todo, desde que han vuelto a clase, y andamos con mascarillas cuando pasan a verme», relata antes de suspirar que «a ver a partir de ahora». Y lo dice en alusión a una situación que, según coinciden en señalar el resto de jubilados consultados, «no pinta nada bien».
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«Veo un porvenir muy malo y no tanto para nosotros los mayores sino, sobre todo, para los jóvenes», anticipa Teresa, quien considera que «cuando todo esto termine pinta un panorama muy negro para ellos». A ellos, recuerda, les «tocó vivir la posguerra, pero entonces nos conformábamos con muy poco, pero ahora...».
José Luis, Daniel y Teresa reconocen que, a pesar del miedo evidente a la pandemia, están bien de ánimo e intentan, como recomienda Adela, mantenerse activos. «Es lo que hay».
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