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Lo que pasó, confiesa una vecina de Becilla de Valderaduey a la salida de la Audiencia de Valladolid, es que «se nos fue de las manos. Lo que queríamos es que alguien tomara medidas porque necesitaba ayuda, pero no llegar hasta aquí» ... , se lamentaba, mientras acompañaba a la madre del acusado, que estuvo todo el tiempo deshecha en lágrimas. «Mi hijo no es un delincuente», indicaba a los periodistas mientras la fiscal y la defensa trataban de llegar a un acuerdo previo al juicio para que el joven, de 30 años y con un trastorno mental diagnosticado, no tuviera que ir a la cárcel por interrumpir dos misas en su pueblo.
Tras una hora de negociación, las partes alcanzaron un acuerdo de conformidad y la presidencia de la Sala Segunda de la Audiencia leyó la sentencia de viva voz: a R. G. R. se le ha impuesto una pena, por cada uno de los dos delitos contra los sentimientos religiosos, de 98 días de prisión, que se le sustituye por 178 días de multa, en cuotas diarias de cuatro euros. Eso significa que tendrá que abonar 1.424 euros, pero el tribunal ha admitido la petición de que pueda asumir el pago en 24 mensualidades.
«Se nos fue de las manos», repetían los testigos tras conocer el fallo y visiblemente aliviados por la sentencia y porque no hubo que celebrar el juicio. La Audiencia iba a juzgar a R. G. R. básicamente, por «montar el número» mientras se celebraba una misa principal, la víspera de la festividad del Cristo de las Aguas, el 5 de mayo de 2018, con el templo hasta la bandera de fieles.
Ese día, el acusado acudió a la iglesia de San Miguel en el momento en el que se estaba celebrando la eucarístía e irrumpió en el oficio religioso fumando, con los cascos puestos y comenzó a grabar a los fieles con su teléfono móvil, «causando entre estos gran inquietud y desasosiego», según relata el escrito de acusación. El sacerdote, al terminar la lectura del Evangelio, se vio obligado a interrumpir la ceremonia y se dirigió al acusado para indicarle que esas no eran formas de comportarse durante el culto. Este le respondió que quería hablar con él y el cura le dijo que le esperase fuera.
El vecino salió, pero al poco volvió a entrar y «reanudó su perturbador proceder, deambulando entre la gente y acercándose al sagrario», de modo que volvió a interrumpirse la ceremonia hasta que uno de los feligreses logró convencerle para que volviera a salir, lo que permitió continuar la misa hasta el final.
Tres días después del incidente, el 8 de mayo, el acusado acudió a la iglesia de Santa María, también de la localidad, donde se estaba celebrando otra misa. Dentro del templo, se dirigió a voces al sacerdote, diciéndole que quería hablar con él. Relata el escrito de conclusiones del fiscal que «como no le respondiera y continuara oficiando con normalidad», el acusado comenzó a deambular entre los bancos, cogiendo los libros de cánticos preguntándole si se los podía llevar, se subió al púlpito, fotografió el sagrario, cogió las velas encendidas del portacandelas y las fue reubicando por la iglesia... El párroco habló con él para que se tranquilizara y lo consiguió solo de momento, ya que poco después R. G. R. se levantó del banco en el que estaba sentado y se incorporó a la fila de comulgantes, llegando hasta el cura con la pretensión de recibir la comunión. Finalmente, el joven se sentó y la misa pudo concluir.
Trastorno de personalidad
La Fiscalía le atribuye un delito del artículo 523 del Código Penal. El acusado está diagnosticado de trastorno de la personalidad de tipo B (antisocial, narcisista y egocéntrico). En 2016 tuvo que ser internado involuntariamente por descompensaciones psicopatológicas. Por ello, aunque se le acusa de dos delitos contra los sentimientos religiosos, se le aplica la atenuante analógica «muy cualificada» de alteración psíquica. La acusación pública había solicitado inicialmente seis meses de prisión por cada uno de los dos delitos y de inhabilitación para el derecho de sufragio pasivo durante la condena privativa de libertad.
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