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Jesús Sastre posa junto a la barra de La Mejillonera del Atrio de Santiago. Fotografía y vídeo de José C. Castillo

Jesús, el de «¡al fondo hay sitio!», se jubila de La Mejillonera

El conocido camarero del templo de las bravas, los bivalvos y los calamares culmina su carrera después de treinta años detrás de la barra

J. Asua

Valladolid

Sábado, 16 de octubre 2021, 08:16

No sonará igual ese ¡¡¡al fondo al sitio!!! para que el personal se reparta y deje libre la entrada. Ni tampoco el ¡¡¡aguanta la presión!!! cuando en la barra se agolpen tres o cuatro filas de clientes ansiosos para pedir sus bravas con unas cañas. Ese es un 'copyright' de Jesús Sastre Velasco, pura polvorilla entre grifos de cerveza y platos con bocadillos de calamares y raciones de bivalvos en variadas salsas. Con su personal tono, con ese deje de los taberneros auténticos, que manejan con soltura mostradores con altísima rotación de parroquianos.

Sí, Jesús, ese camarero del reconocible bigote y actitud hiperactiva, que durante treinta años ha sido insignia de uno de los establecimientos hosteleros más populares de la ciudad, si no el más. En La Mejillonera, ya le echan de menos. Se jubiló el pasado miércoles, pero ha dejado un vacío de esos que se notan. «Para mí ha sido un orgullo trabajar aquí, siempre he intentando atender bien a los clientes y ser un buen compañero; seguro que más de una vez me he equivocado y desde aquí pido perdón y doy las gracias por haberme aguantado todo este tiempo», dice humilde entre las bromas de sus excolegas, quienes le desean con toneladas de cachondeo y cariño «el descanso eterno». Alejandro, Luis, Fernando o Yona, los que han echado horas a su lado, aseguran que como él no hay otro. En el tajo y en la distancia corta.

Este zamorano de Peñausende, nacido en 1958 y amante de la vida rural en la Sanabria de su esposa, atiende al periódico antes de ir a recoger a sus nietos al colegio de Las Huelgas Reales. Unai y Einar, de 8 y 4 años. Son su pasión. Asumir esta tarea, inédita hasta ahora para Jesús, es un auténtico goce. Es lo que tiene dedicar la vida a la hostelería, que conlleva un sacrificio en horas y ausencias, que él quiere compensar y disfrutar al máximo a partir de ahora. Porque en la conversación la palabra familia no deja de aparecer.

Del pueblo a Madrid

«Comencé de camarero en la cafetería Rosfe de Madrid, allí estuve diez años. Me fui a la capital para conseguir un trabajo que me permitiera ayudar a mis padres», relata. Y es que en su pueblo había entonces mucha necesidad. «No había luz, ni agua corriente, los colchones era de paja de centeno...», rememora este profesional, que de niño jugaba entre vacas y ayudaba a su progenitor en las labores del campo. Aquel viaje a la gran ciudad le inició en un oficio que ha disfrutado y sufrido al mismo tiempo, porque en este negocio hay que afilar la paciencia y saber trabajar bajo los aprietos de comandas que no pueden esperar. Más, en templo vallisoletano del molusco español por antonomasia, donde detrás la barra hay correr sin perder nunca el temple. «Atender rápido y bien es lo principal», recalca en varias ocasiones durante la charla cuando se le pregunta por las claves de un trabajo en el que hay que combinar aptitudes físicas y voluntad de servicio al público.

Fue una boda en Cabezón de Pisuerga la que le devolvió a su tierra, bueno a Valladolid. En aquel enlace se enamoró de la que hoy es su mujer, Carmen. Se asentaron y arrancó su andadura en La Mejillonera y también su carrera como padre, con Jenifer y Melisa. Ojo, porque Jesús Sastre tuvo durante mucho tiempo una doble vida. Como lo leen. «Mi suegro tenía una churrería en San Juan y a las cinco de la mañana ya estaba allí echándole una mano. A las once acababa y me veía», cuenta. Y así durante muchos años. «Algunos me decían si era Dios o si tenía un doble, porque por la mañana me veían cuando desayunaban en el local de mi suegro y a la hora del almuerzo, trabajando en La Mejillonera», recuerda hoy con sentida nostalgia.

Cientos de maratones

De hecho, su jefe, el propietario de esta marca, Javier González Abadía, que ayer tomaba un vino en la terraza del establecimiento del Atrio de Santiago, se refiere a él como Jesús 'el churrero'. «De estos ya no existen, no solo porque ha sido un excelente camarero, sino porque es una persona leal, fiel y en la que se puede confiar», destacaba el empresario mientras su exempleado agradecía con una sonrisa los sinceros piropos.

En sus piernas hay miles de kilómetros, cientos de maratones en espacio reducido. Ese trajín le ha pasado alguna factura –le han operado de las dos extremidades y ha tenido alguna complicación cardiaca–, de la que ahora quiere recuperarse. Con calma. Yendo a por boletus a Sanabria – «el otro día salí, pero nada»– o pegándose algún capricho con su querida Carmen. «Ahora estoy trabajando de corredor de bolsa», bromea al referirse a una tareas domésticas que desempeña con el máximo cariño y que no son nuevas para él. «Siempre he ayudado a mi mujer en casa cuando he salido del trabajo, lo mismo te paso la mopa, que te friego los baños...». Corresponsabilidad de la de verdad.

Llega el descanso. Merecido. «Tenía ganas, la verdad». Antes de despedirse lo dice por última vez para El Norte: «¡al fondo hay sitio!». Y por delante, mucha vida para disfrutar y, ahora, sin presión. Dice que volverá al que ha sido su segundo hogar durante tres décadas, porque eso de que 'en casa de herrero, cuchillo de palo' no vale para Jesús. «Nunca me canso de las bravas, de los mejillones... Me encantan». Compromiso con la marca, incluso de pensionista, oigan. Desde aquí, enhorabuena. Y gracias.

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