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La indómita figura de Paco Umbral, un ser de lejanías afincado en ValladolidFrancisco Umbral trabajó durante muchos años codo con codo con Miguel Delibes en El Norte de Castilla y juntos dieron forma al movimiento neocostumbrista, donde el naturalismo y el realismo rasgaban la superficie de la sensibilidad.
Nos asomamos a la ventana del pasado de El Norte de Castilla, donde comenzaba a despuntar una de las figuras olvidadas del panorama onomástico español: Francisco Umbral.
Ya siempre umbrátil tras la muerte prematura de su querido hijo 'Pincho', a Paco Umbral se le conoce tan solo por aquella popular frase pregonada en tantas conversaciones: «Yo he venido a hablar de mi libro», y sin embargo, es el autor de novelas antológicas y de ensayos disolutos que, con animoso ímpetu, pueden ser reconocidos entre los más bellos de la literatura española.
Paco Umbral fue protegido de Delibes, aunque la leyenda cuenta que entre ellos no existía una profunda amistad. Es en El Norte de Castilla donde Umbral desarrolla toda su verborrea literaria, para practicar su facundia y su forma de dirigirse al interesado lector; su público no sería numeroso, pues son pocos los que, conociendo la polémica figura mediática, aguantaban las líneas de esos Helechos Arborescentes y su tan alambicada y lírica narrativa.
Allí donde viven las ninfas, siempre queda el espíritu de Umbral, quien nos cuenta con pasión sus comienzos periodísticos, entre los que se encuentran aquellos relacionados con este periódico. Por desgracia, su vida cambia tras la muerte de su hijo, enfermo de leucemia, y su vinculación con la literatura trasmuta para siempre, adoptando un cariz oscuro y melancólico que vuelca sobre su eterno Mortal y Rosa, donde 'Pincho' ocupa el lugar en el que el alma del autor debería impregnar las páginas del maravilloso libro de Umbral.
Años después, comenzamos se comprende por qué Umbral se sentía siempre como aquella frase de Heidegger: el hombre es un ser de lejanías.
Publica esta breve obra al albor del nuevo milenio, cuando su salud comienza a deteriorarse debido a una serie de operaciones que se complican y que dificultan su recuperación. Umbral diría sobre su inspiración: «A esa luz vive uno, escribe uno, luz baja de la mujer íntima, soledad populosa de la nadas, cada una con su nombre, su cuerpo que voy haciendo realísimo a fuerza de recordar cicatrices, llagas, lozanías, pétalos, ligeras arrugas de la flor o deslumbrantes muslos de la matera pura».
Francisco Umbral comenzó escribiendo en Valladolid, en la Revista Cisne, para luego incorporarse a El Norte de Castilla en 1958, continuando desde entonces con su prolífica carrera literaria. Después viviría también en León y en otras ciudades de España, donde dejaría una huella imborrable. Algo que él ya había previsto cuando, en sus horas más bajas, reflexionaba sobre el pasado y el futuro:
«Mis libros—escribía en Un ser de lejanías– me vivirán cuando yo muera; vivirán en mí o viviré de ellos. Ese libro abierto y cualquiera que quedará abierto sobre mi mesa cuando yo deje de leer o lea hacia adentro, como los muertos, ese libro póstumo que no lo toque nadie, maldito el que lo toque, que no lo cierre nadie, porque entre sus páginas mudas yace la mariposa de mi mirada miope, descompuesta en colores, metáforas o fórmulas».
Pero, ¿por qué escribía Umbral? ¿Qué llevó a Umbral a continuar la estela de los inmortales y a permanecer en el olimpo de aquellos vallisoletanos que, aunque no nacieron en la capital, siempre llevaron la ciudad en el corazón, en la pluma y en el pensamiento? El dolor pudo ser ese combustible, esa predestinación hacia la sensibilidad del hombre y hacia la idiosincrasia del mortal. Umbral bien lo describe en su mágico Un ser de lejanías:
«No hablo ni escribo para convencer, sino para fascinar. La literatura no es pedagogía sino magia». […] «No tengo continuidad, debo admitirlo. Todos somos discontinuos. La continuidad hay que inventársela mediante el trabajo, el amor, la imaginación, el poder. Lo que me duele no es la clavícula sino la discontinuidad. Los viejos existencialistas dirían que somos fragmentarios. La supuesta continuidad nos viene de fuera, nos la dan los demás. Por eso hay vida social».
El ser lejano que siempre fue Umbral queda desembarazado del subconsciente del esclarecedor existencialismo de Camus o Sartre, y pretende dar forma a su dolor a través de la legibilidad, la lírica y el surrealismo bretoniano y su «odiosa predeterminación de la novela». Nadja estaría orgullosa de ese Umbral más surrealista y de su vertiente impresionista, captando los momentos de su infancia a través de sus crónicas periodísticas y literarias elementales.
Y repleto de solaz nos muestra su lado más cercano este escritor umbrátil del siglo XX y XXI, quien nos demostró, a través de la vigilia y el duelo, que el amor, y la belleza son capaces de vivir en los recuerdos y en la nostalgia de aquel niño que fuimos, y que se proyectó en lo que nunca llegaríamos a ser:
«Todo lo que yo toco tiene un resol de muerte. No escribo este libro para despedirme de las cosas, pero en mi escribir hay un tono de despedida que, cuando lo invade la alegría, tiende a [despedida]. El hombre es un ser de lejanías, escribió Heidegger. Esta frase tiene muchos sentidos, como todas las suyas, pero yo le aplico el más modesto y usual. Ir muriéndose es ir alejándose de las cosas, o ver cómo las cosas se alejan. Así, acudo a fiestas, tareas, usos cotidianos, inmediatos, y me parece venir desde muy lejos, desde mis lejanías de hombre que agota a grandes pasos su biografía. A uno le queda ya poco, pero no poco o mucho de vida o de muerte, sino poco de uno mismo, poco de lo que fue, de lo que fui».
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