«Impresiona ver trenes casi vacíos cuando antes iban 240 pasajeros»
Laura González, supervisora de Renfe ·
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Laura González, supervisora de Renfe ·
«En trayectos de media distancia estamos más desprotegidos porque tenemos que validar los billetes o coger el dinero de los viajeros», afirmaDesde hace dos meses, el andén de la estación Campo Grande está prácticamente desierto. Desde que se decretara el estado de alarma, sus baldosas apenas sufren el paso firme y acelerado de pasajeros que buscan la vía que les lleve hasta sus destinos. Nadie se ... sienta en los asientos de la zona de espera. De las tripas de sus trenes casi no salen viajeros. Tampoco entran. De hecho, comenta Laura González, supervisora de Renfe, la mayoría de días hay más empleados y agentes de seguridad que usuarios. «Se ha notado muchísimo el descenso de clientes; impresiona ver trenes que van casi vacíos, a veces con solo seis personas, cuando antes iban repletos, con 240 pasajeros», asegura esta vallisoletana, interventora desde hace nueve meses aunque en la compañía ferroviaria desde 2016.
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Óscar Chamorro / Álex Sánchez
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No obstante, reconoce que «desde mediados» de abril, aproximadamente, se ha producido un ligero incremento de usuarios que se desplazan a otras ciudades, principalmente Madrid, para trabajar. Aunque sigue sin «tener nada que ver con lo que era antes». «En los primeros trenes de la mañana, los de alta velocidad, sí que va algo más de gente, muchos de ellos sanitarios, pero como mucho irán cincuenta personas», continúa.
Son «pocos», pero aún así la seguridad está «garantizada». Son los propios empleados los encargados de ubicar estratégicamente a los pasajeros en los asientos para «asegurar que se guarda la distancia de seguridad». «Al no haber venta anticipada ni numeración de asientos nos encargamos nosotros de ello, y también nos da cierta tranquilidad saber que hay más de dos metros entre unos y otros y no tenemos que ir comprobándolo cuando ya están sentados, con lo que eso conlleva», afirma.
González trata de llevar la situación «lo mejor posible», aunque desvela sentir una sensación «entre el miedo y el respeto». El motivo, según justifica, es porque el riesgo de contagiarse «existe». «Está ahí». Tanto ella como sus compañeros extreman precauciones –llevan guantes, mascarilla y usan gel hidroalcohólico «cada dos por tres»–, pero estar en «espacios reducidos» como los de los convoyes «complica las cosas». «Te limita bastante a la hora de mantener la distancia de seguridad incluso entre nosotros; nos exponemos casi sin quererlo porque es imposible guardar más de un metro de distancia con un viajero», añade.
En el caso de los trenes convencionales el riesgo es aún mayor. Mientras que en alta velocidad un equipo específico comprueba y valida los billetes, en los de media distancia, los tradicionales, son los propios supervisores los que deben realizar esta labor. «En alta velocidad hay mucha seguridad y control de accesos, pero en los de media estamos un pelín más desprotegidos. Tenemos que pedir el billete como toda la vida y tienes que acercarte al viajero, preguntarle y es imposible hacerlo a más de dos metros, tienes que aproximarte a él sí o sí», comenta. Sin embargo, lo afronta con «respeto y sentido común», siendo «consciente del riesgo» que implica. «En taquilla se puede poner un biombo para separar, pero en un trayecto usual intentamos tener todas las precauciones del mundo, aunque quieras que no te acercas a la persona en cuestión, le coges el dinero, le validas el ticket...».
Con esta mayor seguridad, esta vallisoletana hace referencia al hecho de estar acompañado durante los recorridos. En los de media distancia van prácticamente solos, por lo que si viven un «posible enfrentamiento» con usuarios «no tienes más viajeros que te puedan echar una mano que puedan estar contigo». «Se han dado casos estos días de intentos de agresión o que te dicen que te van a contagiar el virus, y ya no sabes si lo tienen o no», subraya. «Hemos tenido que retrasar alguno de media distancia por un altercado que en circunstancias normales se puede llevar con normalidad, pero por esta situación hay que tener especial seguridad y cuidado y hay unos protocolos que debemos cumplir», incide.
Especiales coronavirus
En caso de que suceda algo similar, de que haya un sospechoso de la covid-19 a bordo del tren, los trabajadores de Renfe siguen un protocolo. Lo primero es aislarlo y avisar a las autoridades. «Normalmente no hay problema porque van prácticamente vacíos», apostilla González. Entre tanto, alertan al maquinista y esperan a la llegada de los agentes de seguridad. «El tren se para y se llama a un centro interno de gestión, que son los que se encargan de que a esta persona se la presten los servicios oportunos», concluye esta supervisora.
Antes del estado de alarma, entre trayecto y trayecto, la vallisoletana Laura González solía «matar» los ciclos de espera tomándose un café en la estación de turno. Ahora, revela, aunque cuentan con salas habilitadas dentro de la terminal, prefiere quedarse en el interior del tren ya no solo por «seguridad», sino porque fuera, dice, «no hay nada que hacer». «Puedes bajarte y quedarte en las salas descansando, pero ¿para qué? Si no podemos hacer nada más que esperar, no puedes tomarte ni un café para reponer energías», asevera.
Por lo demás, reconoce que lleva la emergencia sanitaria «bastante bien». Con «algo de miedo» y, sobre todo, «respeto». Sabe que está expuesta y es susceptible de contagiarse, aunque «no será porque no tomamos medidas de seguridad». La fortaleza mental es una cuestión que lleva «un poco peor». Han pasado dos meses desde que se paralizara el país, ha viajado prácticamente cada día a Madrid, pero aún no asimila ver la capital desierta. «Choca bastante llegar a una ciudad como Madrid, con la vida que tiene, que te cruzabas con miles de personas en cuestión de segundos, y ver que está completamente deshabitada», concluye esta supervisora.
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