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Los estragos materiales y humanos de los bombardeos republicanos, imponentes desfiles en honor al general Franco, la manifestación multitudinaria que despidió los restos de Onésimo Redondo, la llegada de los regulares a la ciudad, las tropas que partían hacia el frente… Son cientos de instantáneas de la Guerra Civil en Valladolid que desde el pasado mes de mayo pueden consultarse en la página web de la Biblioteca Nacional, gracias a un ingente trabajo de digitalización que, hasta la fecha, comprende cerca de 11.000 fotografías relacionadas con la contienda.
Custodiado en el Departamento de Bellas Artes y Fotografía, este conjunto documental, que incorpora más de 44.000 imágenes, lleva siendo inventariado y catalogado por personal de la Biblioteca Nacional desde 1988; y de esas 11.000 fotografías disponibles en la página de la Biblioteca Digital Hispánica, varios centenares corresponden a Valladolid. Muchas aparecen firmadas por Patricio Cacho, miembro de una conocida familia de fotógrafos que entonces trabajaba para El Norte de Castilla, y recrean escenas de la vida cotidiana en el Valladolid en guerra, si bien abundan aquellos acontecimientos que el bando sublevado utilizó como arma propagandística.
Las 11.000 fotografías de la Biblioteca Digital Hispánica corresponden principalmente a escenas de retaguardia con la población civil como protagonista y a la vida de los soldados en el frente.
No faltan, por lo que atañe a Castilla y León, instantáneas del frente leonés, destrozos en varias ciudades, prisioneros republicanos en el monasterio burgalés de San Pedro de Cardeña, convertido en campo de concentración, y multitudinarias manifestaciones pro-franquistas en ciudades como Ávila y Salamanca.
Entre ellos, los terribles bombardeos del 8 de abril de 1937 y del 25 de enero de 1938, dos de los diez que sufrió la ciudad por parte de la aviación republicana. El primero, el más dañino de todos, causó 40 muertos y 65 heridos como consecuencia de las siete bombas arrojadas en la estación de ferrocarril, en las inmediaciones de la Academia de Caballería y junto al colegio de las Carmelitas del Campo Grande, coincidiendo con la salida de los niños; de ahí que 16 fallecidos tuvieran edades comprendidas entre los dieciséis meses y los trece años: «De los muertos aproximadamente eran niños la mitad, que salían de la escuela, y que llevados de la ingenuidad propia de sus años, no buscaron protección alguna contra las bombas marxistas. Y en cuanto a los heridos, la mayoría lo fueron levemente al alcanzarles los cristales rotos que salían de los edificios», informaba este periódico.
Lo más curioso es que aquel bombardeo cogió de improviso a los vallisoletanos de a pie y a las mismas autoridades, pues, como señalaba este periódico en su edición del 12 de abril de 1937, el avión que lo ejecutó «llevaba bandera nacional y volaba a escasa altura, evolucionando sobre la población, lo que pudo realizar merced a esa estratagema inicua y descalificada de ostentar los colores de nuestra gloriosa enseña. Cuando los transeúntes y el público le contemplaban sin cuidado alguno, el avión, que resultó ser enemigo, lanzó en un brevísimo espacio de tiempo siete bombas, las cuales produjeron grandes desperfectos en las casas próximas a la Academia de Caballería». El fotógrafo dejó testimonio de los destrozos causados en las calles de Miguel Íscar (especialmente en la Casa Mantila), Joaquín Costa y Marina Escobar, en la delegación de Hacienda de la calle Dos de Mayo y, lo que era aún más conmovedor, en algunas víctimas, incluidos varios niños hospitalizados.
El del 25 de enero de 1938 fue el último bombardeo que sufrió la ciudad. Aquel día, la aviación republicana cargó sobre Sevilla y Valladolid en una operación auspiciada por el general ruso 'Duglas' e Hidalgo de Cisneros, comandante en jefe del arma. En la ciudad del Pisuerga se cobró la vida de 14 personas e hirió a otras 70. Las instantáneas de la Biblioteca Digital Hispánica dan cuenta de los destrozos causados en las calles Gamazo y Manuel Sánchez, en edificios de la carretera de Madrid, en la Fábrica de Harinas y en la Inspección de la Guardia Civil. 48 horas después, los «nacionalistas» respondían al ataque republicano con un violento raid sobre Barcelona que produjo 150 muertos y 500 heridos.
Especial impacto tuvo, por otro lado, la muerte del líder falangista Onésimo Redondo en la localidad segoviana de Labajos, el 24 de julio de 1936, de manos de milicianos anarquistas, como acreditan los funerales celebrados en la Catedral y, sobre todo, la manifestación de duelo que acompañó su féretro desde el Ayuntamiento hasta el cementerio: «Nadie recuerda en Valladolid un acto más emocionante que el entierro de Onésimo Redondo. Diríase toda la emoción de estos días concentrada en el recuerdo de un hombre que realizó el máximo esfuerzo humano para preparar los acontecimientos históricos que estamos viviendo», informaba El Norte de Castilla.
En todo caso, al no ser la capital vallisoletana frente de guerra y al triunfar en ella rápidamente la sublevación militar antirrepublicana, abundan los testimonios gráficos de eventos multitudinarios a favor de la misma. Así aparecen, por ejemplo, «manifestaciones patrióticas» frente al Ayuntamiento con motivo de algún triunfo del ejército franquista y la significativa conmemoración, el 2 de mayo de 1938, del levantamiento en armas del pueblo español contra las tropas napoleónicas en 1808, que la Organización Juvenil de Falange convirtió en inflamado elogio a este otro levantamiento antirrepublicano. Por eso en el obelisco levantado en la Acera Recoletos –bautizada, por cierto, como Avenida del General Franco–, podía leerse: «2 de mayo de 1808: 18 de julio de 1936: Héroes de la Independencia Española, ¡Presentes!». Son varias las fotografías que atestiguan dicha efeméride, incluido un llamativo desfile de la Centuria juvenil 'Ruiz de Alda'.
Mucho más impactante resultó la concentración celebrada con motivo del «II aniversario del Alzamiento Nacional», el 18 de julio de 1938, que congregó en la Campa de San Isidro a 40.000 miembros de la Marina, Ejército y Milicias. Millán Astray y Raimundo Fernández Cuesta, en ese momento ministro de Agricultura, impartieron encendidos discursos desde una tribuna en la que, con grandes letras, podía leerse: «18 de julio. España libre». Ese día tampoco faltó el pertinente desfile militar por la Avenida del General Franco (hoy Acera de Recoletos), como atestiguan las fotografías de la Biblioteca Nacional.
Cacho y la agencia Cifra también inmortalizaron las primeras visitas del general Franco a nuestra ciudad. Entre ellas sobresalieron la del 24 de septiembre de 1939 con motivo de la Exposición Nacional de la Vivienda, con acto incluido en el Teatro Calderón, y la del 4 de noviembre de 1940 para presidir el comienzo oficial del curso universitario, que, en buena lid nacionalcatólica, vino precedida de una misa en la Catedral y una solemne «procesión que llevó al Santísimo a la Universidad».
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