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El «preocupante» desgaste de San Pablo que ha obligado a intervenir de forma urgenteLas precipitaciones y sus consecuentes humedades junto con el crecimiento de vegetación que invita a anidar a numerosas aves además de los agentes contaminantes de la atmósfera vallisoletana están motivando un «continuo y preocupante» desgaste de la piedra y de distintos elementos ornamentales de la ... iglesia de San Pablo que, en la actualidad, ha motivado una intervención urgente en todos los paños del cuerpo poligonal del ábside, así como la fachada norte del templo. Se trata de un deterioro generalizado detectado hace años en el conjunto de esta iglesia dominica pero que requiere de inversiones muy importantes por lo que van acometiéndose por fases desde las zonas aparentemente con mayor degradación dado que, realmente, hasta que los andamios no cogen altura los técnicos, arquitectos y aparejadores desconocen a qué se tienen que enfrentar dado el monumental tamaño de sus muros aunque no es menos cierto que las principales patologías detectadas tienen en este caso un enemigo común: las filtraciones y humedades del agua.
Y contener su avance por la fachada norte es la principal actuación que está desarrollando en la actualidad un equipo especializado en este tipo de actuaciones sobre conjuntos monumentales con una primera evaluación de lo que se han encontrado en la zona superior: «Superficies en toda la altura de la iglesia con un avanzado estado de deterioro, restauraciones en época moderna que incluso han motivado el origen de nuevos problemas y con alarmantes patologías sobre algunos elementos que han provocado desconchones y desprendimientos de piedras tanto en el interior como en el exterior del templo».
San Pablo aparentemente luce en todo su esplendor, cual selfi de naturales o forasteros orgullosos de la fachada más representativa de la ciudad e histórica que fue restaurada justo ahora tres lustros, «pero lo cierto es que tiene mucho trabajo por hacer, mucho por conservar y consolidar aunque es verdad que en el último cuarto de siglo las administraciones están haciendo mucho porque recobre su máximo esplendor». Eduardo González Fraile es el arquitecto responsable de la restauración que también prefiere utilizar un eufemismo al hablar del deterioro y estado alarmante de algunas zonas: «Nos hemos encontrado un ancianito que tenía muchas enfermedades pero que es muy resistente» a lo que insiste que «el paso del tiempo no ha alterado en demasía esta edificación porque su construcción es muy buena».
Promovida por la Consejería de Cultura, Turismo y Deporte y financiada por los fondos del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia dentro del Programa Next Generation de la Unión Europea, la restauración del ábside y la fachada del crucero norte ha revelado que, por ejemplo, los paños del cuerpo poligonal de la bóveda presentan pérdidas de volumen en sus molduras y aleros destacando la rotura de los botaguas y cornisas lo que a su vez están motivando que el agua de lluvia discurra por la fachada creando escorrentías y suciedad y, por tanto, está provocando un deterioro generalizado de las superficies de esa altura del templo.
Se trata de una degradación por idénticas patologías que alcanza otras muchas zonas como ha explicado el arquitecto como en los paramentos y contrafuertes situados entre la capilla del Museo Nacional de Escultura y el relicario, en la torre de la escalera de caracol y el paramento situado sobre el crucero sur de la iglesia. Así, tras un exhaustivo reconocimiento del área ahora intervenido, fuentes de la propia Dirección General de Patrimonio advierten: «Es especialmente alarmante la rotura de botaguas, aleros, canalones y gárgolas». Y precisamente este casi inexistente mantenimiento ha derivado con el paso de los años, los técnicos lo fechan desde finales de los años 60 coincidentes con el incendio que arrasó parte de las cubiertas, en la pérdida de la función de aliviadero de las aguas de los tejados.
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El preocupante estado de conservación como también precisan Raquel Hurtado y María Victoria Valero, arquitectas colaboradora y de apoyo de la obra, derivan en los citados desprendimientos hacia la zona del interior, en la zona del crucero, exactamente en el muro que separa el crucero con el resto de la nave principal, como consecuencia de filtraciones por la cubierta «que es necesario solventar», coinciden todos. En este brazo corto de la iglesia, asimismo, que está flanqueado por contrafuertes, también se ha observado un deterioro generalizado en una cubierta a un nivel muy por debajo del alero de la nave que al tiempo lleva a observar, de nuevo, escorrentías de lluvias, pequeñas balsas, humedades, microbiologías y vegetación en los rincones formados por los contrafuertes y el paramento de piedra y bajo el alfeizar de los ventanales. Es más, en esta localización se ha detectado pérdida de volumen en la piedra y en los propios contrafuertes de ladrillo con incluso piedras en mal estado con oquedades o exfoliación. Como consecuencia directa, el mal estado de esta zona del cuerpo superior deriva en un riesgo manifiesto de desprendimiento de las piedras de los contrafuertes de ladrillo.
En definitiva, una evaluación preocupante y una intervención necesaria con una inversión europea de 463.000 euros, como reconoce el arquitecto, que tampoco evita el calificativo de «urgente» también para otras zonas de este conjunto original del siglo XIII con numerosas reformas posteriores, aunque incluso va más allá: «Lo sensato sería, cuando se pueda, restaurar el ábside completo». Hasta entonces, el objetivo de la actual intervención que empezó en septiembre con la colocación de la compleja estructura de andamios por el interior y el exterior del templo, es la recuperación de la estanqueidad del cuerpo del crucero norte y puesta en valor del ábside de la iglesia tratando de solventar los problemas detectados en las zonas este y sur, precisamente localizaciones que no habían sido intervenidas en restauraciones anteriores. El crucero norte y los contrafuertes de ladrillo, que tienen bastante preocupado a los técnicos porque se desprendan sus piezas al exterior, es el otro gran trabajo a restaurar en una obra que se prolongará durante unos seis meses.
Esta vez la restauración pasa un tanto desapercibida a los viandantes dado que los andamios se levantan en la zona posterior a la plaza de San Pablo, en la cabecera del templo, pero sin embargo es uno de los proyectos más relevantes de las últimas décadas para afianzar cubiertas, contrafuertes y otros elementos como consecuencia de la erosión generalizada provocada en mayor medida por el libre discurrir del agua por las cubiertas empapando al tiempo muros, accediendo al interior e incluso creando grietas y aberturas en las piedras, en los centenarios sillares. Con todo, la ejecución de esta obra avanza con la mayor premura posible porque las heladas también perjudican en demasía los males detectados.
El dramatismo y las emociones creadas por la entrada de la luz solar en un templo inspira y sobrecoge las almas a la vez consigue múltiples relatos por el lenguaje cambiante de colores que entran a través de las vidrieras. Y esto es lo que se quiere recuperar en la iglesia de San Pablo con la restauración de estos grandes ventanales del ábside para poner en valor la cabecera del templo con motivos que corresponderán con el escudo dominico en una repetida sucesión por cada uno de los cuerpos de siete metros cuadrados de extensión.
El incendio en las cubiertas en 1968 motivó su derrumbe afectando también a los cinco vanos de vidrieras del cuerpo superior dado que el inferior había sido modificado y cegado en otro momento de la dilatada historia de este monumento que comenzó en el siglo XIII y donde, por cierto, aparecieron en 2018 unas pinturas originales que también esperan una restauración. De aquel fuego, la orden conventual, feligresía y ciudadanía empezaron a trabajar para rescatar el templo de una posible ruina «con un buen trabajo, por ejemplo, de recuperación de los nervios», como explica el arquitecto responsable del proyecto, Eduardo González Fraile. Sin embargo, los cristales de las vidrieras contaron con una actuación no tan meticulosa.
Medio siglo después, los Fondos Next Generation de la UE permitirán recuperar el esplendor de estas vidrieras gracias a varios años de investigaciones del equipo de Rodríguez Fraile con simulaciones por ordenador. Ahora, desde el andamio a 24 metros de altura, el taller Opal Vidrieras está llevando a cabo milimétricas pruebas con cristales de tonalidades y codificaciones diferentes para conseguir la mejor y mayor presencia de cromatismos y contrastes a medida que la vista recorra el ábside desde la nave del Evangelio hacia la Epístola. El objetivo es igualar la intensidad de entrada solar por cualquier ventana, explica Puri Vicente, socia del taller que también ha realizado trabajos en las catedrales de Salamanca o Ávila.
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