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Juan Gabriel Payá se derrumba ante la cámara una vez que se pone a rememorar la última semana. Se le caen la lágrimas a la par que abandona unas cocinas que ha puesto en funcionamiento en tiempo récord después de que la DANA del 29 ... de octubre le dejara sin nada. Sus fogones quedaron inservibles después de que el agua y barro anegaran su restaurante, el que montó hace doce años para ganarse la vida. Se quedaba sin nada y con una incertidumbre que aún le asola porque, como todos los negocios de la zona, no tienen fecha de regreso.
Pero Payá no quiso ni supo quedarse con los brazos cruzados. Cogió varias bombonas de butano, las enchufó y fregó las cazuelas que aún se podían utilizar. Y a los cuatro días ya estaba otra vez liado para preparar comidas. Empezó con los vecinos de la zona. Amigos muchos de ellos que vieron sus vidas truncadas cuando sus calles de Aldaia eran auténticos ríos. Ofrecía lo que tenían hasta que un día empezó a ver el despliegue de efectivos de emergencias de Castilla y León. Y también los de Ceuta.
Se asomó a la puerta de su restaurante Los Arcos y a un lado vio a los Bomberos de Palencia mientras achicaban agua de uno de los túneles. Giró el cuello y se encontró con un equipo de Bomberos de la Diputación de Valladolid mientras iniciaban el vaciado de uno de los garajes. No se lo pensó dos veces y empezó a preparar más comida para dar de comer a todos ellos. Hasta el punto de que este miércoles algún efectivo ha andado más de medio kilómetro para comer sus platos calientes de cuchara.
El martes, Juan Gabriel, junto a su hija y el resto de operarios, trabajaron gratis para que cien personas pudieran comer en mitad de las labores de rescate y de limpieza. Y este miércoles, la escena se repetía. «Somos hosteleros, cocineros, nuestra manera de ayudar es dar de comer a la peña, lo que no puede ser es que vengan bomberos de Valladolid, de Ceuta, de Palencia... Cómo voy a dejar a esa gente sin comer», insiste el hostelero valenciano.
Así que tiró de varias perolas de lentejas, un potaje con chorizo de León y macarrones con atún para que todo especialista que pisase su zona se llevara o se sentara a comer en su restaurante con una limpieza ya optima.
Porque Juan Gabriel asegura que no puede hacer otra cosa. Que su «granito de arena» es dar de comer mientras espera a que todo pase. «Es una catástrofe. La gente se ha quedado sin casa, no tiene cama, no tiene cocina, no tiene donde cagar», se lamenta mientras da vueltas a la comida.
Su hija, una más en el restaurante, muestra el mismo semblante. Reconoce que ya hay mucha gente limpiando las calles y que ellos, desde la cocina, pueden ofrecer algo distinto. «Estamos recibiendo mucha colaboración y nos están aportando mucho género, pero también ponemos cosas nuestras», agrega Paula Payá.
Porque ella, como su padre, ha perdido todo, pero saca fuerzas para que las personas que les devuelven a la normalidad no les falte de nada. Hasta café.
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