![Coronavirus en Castilla y León: Las 48 horas que nos cambiaron la vida: así sufrió Valladolid hace un año el inicio del confinamiento](https://s3.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202103/14/media/cortadas/plazamayordia14alasdosgabi-kzIG-U130826924859oFB-1248x770@El%20Norte.jpg)
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Las señales parecían claras desde hacía días: las comunidades autónomas anunciaban el cierre de los colegios, las empresas comenzaban a mandar a sus empleados a casa, en los supermercados eran larguísimas las colas para hacer acopio de productos y, aunque el sector garantizaba el suministro, ... era difícil encontrar artículos como el papel higiénico. El incremento de contagios, las noticias de los primeros muertos, la aún tímida presencia en las calles de personas con mascarilla presagiaban una situación complicada que nadie pensó que fuera a durar tanto. Ni mucho menos, la crisis sanitaria y económica que ha desatado después.
Este domingo, 14 de marzo de 2021, se cumple un año desde que nuestras vidas cambiaron para siempre. Tal día como este, un 14 de marzo, del año 2020, Valladolid se preparaba para estrenar el confinamiento. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, anunció el día anterior el inicio de un estado de alarma que restringía movimientos y obligaba a un confinamiento total, salvo para los sectores esenciales. Por aquel entonces, con muchísimas menos pruebas diagnósticas, había 169 casos detectados en Castilla y León (once de ellos en Valladolid) y habían fallecido tres personas en la región (120 en toda España). Un año después, 47.915 personas han dado positivo por coronavirus desde el inicio de la pandemia y ha habido 5.486 fallecidos por covid en la comunidad.
Aquel sábado por la mañana fueron las últimas horas de relativa normalidad... y de una gran incertidumbre, porque muy poco se había concretado bajo el epígrafe del estado de alarma. El Ayuntamiento y la Junta reconocían que no sabían muy bien en qué se traducían esas medidas que se adoptaban, en principio, para dos semanas. Las imágenes que guarda la hemeroteca de aquel día exhiben puestos de fruta que se desmontan en la plaza de España, comercios que echan la verja «hasta nuevo aviso», hosteleros que dejan secos los grifos de cerveza mientras recogen las mesas de sus terrazas.
«La ciudad intenta un simulacro de normalidad», contaba el periodista Arturo Posada en su crónica del día, después de pasear por Valladolid. «Los repartidores de mensajería ordenan sus paquetes en una furgoneta de la plaza de la Universidad. Un hombre lee el periódico en un banco. Hay colas y tensión en los supermercados de Mercadona, donde se limitan los accesos para evitar problemas. No son las dos de la tarde y aún circulan autobuses de viajeros. Pero todo es un espejismo: a partir de esa hora el rugido de los motores de Auvasa queda suprimido y ya solo se escucha el canto de los pájaros, ladridos y sirenas. Valladolid inicia el repliegue», escribía. Ese mismo sábado, por la mañana, en la iglesia de San Martín, el cardenal Ricardo Blázquez y el obispo auxiliar, Luis Argüello, se reunían con representantes de las cofradías para analizar el futuro de la Semana Santa de ese año. A esas alturas, ya parecía claro: se suspnedían todas las procesiones.
Era un día agradable, 22 grados, y el Servicio de Emergencias 112 de Castilla y León ya invitaba, aunque la medida no sería efectiva hasta pasadas unas horas, a quedarse en casa. «No salir a la calle, salvo que sea imprescindible», decía a través de sus redes sociales.
El nuevo estado de alarma establecía que los ciudadanos «solo podrán circular por las calles y carreteras para dquirir alimentos, medicamentos y productos básicos de primera necesidad (prensa, estancos, alimentación)». Eran horas confusas sobre lo que se podía y no se podía hacer. En un primer momento, por ejemplo, se etiquetó a las peluquerías como servicio esencial. Luego, tampoco ellos pudieron abrir. «Causa de fuerza mayor» era la única permitida para salir a la calle. Y Valladolid lo asumió desde primera hora de la tarde del sábado.
Los fotógrafos de El Norte de Castilla recorrieron la ciudad aquellas horas previas a la entrada en vigor del estado de alarma. No había ni rastro del bullicio que sería habitual cualquier sábado de marzo, con la primavera a la vuelta de la esquina y una temperatura más que agradable. El periódico salió al día siguiente con una imagen desierta de la Plaza Mayor en su portada, la calle Santiago al fondo, pero el recorrido fotográfico permite ver también Teresa Gil, Regalado o la plaza de España sin un alma. Era el primer síntoma de que algo había empezado a cambiar para siempre. Se avecinaban días, muchos días de encierro en casa para intentar vencer al virus.
Y el miedo. También el miedo que hoy parece haberse perdido. No hay más que echar la vista atrás y recordar lo que sentíamos hace un año cuando había que salir forzosamente a la calle para comprar el pan, para llenar el frigorífico. Salir a la calle era una excursión al miedo. Si había suerte, se podía ir con guantes o mascarillas, porque el suministro no estaba garantizado y las autoridades aún no habían convertido en obligatorio el tapabocas.
«La clave está en frenar el ritmo de propagación, pero hay que asumir que el virus no desaparecerá», advertía ya entonces, hace un año, el virólogo Adolfo García-Sastre, en las páginas de El Norte de Castilla. La ciudadanía confiaba en un confinamiento corto («ojalá solo sean dos semanas», pensábamos), pero los expertos ya nos alertaban de que esto iba a ir para largo.
De entrada, ese fin de semana se sucedía una cascada de anuncios en Valladolid. Sacyl activó el sábado por la noche el nivel III de su plan asistencial frente al coronavirus: se suspendían las consultas en la Sanidad Primaria y Especializada. La Policía Municipal precintaba los columpios y parques infantiles. Las redes sociales invitaban a salir a los balcones (el primer día a las 22:00 horas, a partir del segundo día, a las 20:00 horas) para aplaudir a los sanitarios.
El domingo por la mañana, ya con el confinamiento en vigor, la Policía Local puso las primeras multas a personas que no cumplieron con esa obligación de quedarse en casa: las primeras sanciones, a «viandantes en el parque de Las Moreras o ciclistas que pretendían mantener paseo dominical», contaba el periodistas Juan José López. Ese primer fin de semana, los agentes impusieron 43 sanciones por saltarse las restricciones. Entre ellas, a nueve bares que permanecieron abiertos, pese a que estaba prohibido, así como un centro de lavado ecológico y una clínica de fisioterapia. Y también a un grupo de seis jóvenes que estaban «concentrados y fumando marihuana en la zona de la carretera de Rueda», además de otras reuniones en Puente Colgante y la calle Penitencia.
En los comercios, había colas a las puertas de las panaderías y de los quioscos y guardar la distancia de seguridad se había convertido ya en un comportamiento habitual. La ciudadanía empezaba a acostumbrarse a vivir en la distancia. Y comenzaban las primeras muestra de solidaridad. El periodista Agapito Ojosnegros contaba en el periódico cómo una pareja de hosteleros de Cogeces del Monte se ofrecía para hacer la compra a las personas mayores del pueblo y que así no tuvieran que salir de casa. Esa mecha prendió pronto y fueron muchos los voluntarios (que a título particular o a través de asociaciones como Cruz Roja) se ofrecieron para atender a las personas más vulnerables. El lema imperante era 'Yo me quedo en casa'.
Ese día, por la tarde, la Junta se reconocía sobrepasada por la situación y el vicepresidente, Francisco Igea, hacía un llamamiento para entregar en los hospitales equipos de protección (mascarillas, epis) para los profesionales sanitarios.
Aquel fue el primer domingo sin misas (posiblemente en siglos), el primer domingo sin competiciones deportivas, el primer domingo sin vermú, sin grandes comidas familiares.
El lunes 16 de marzo, España cerraba sus fronteras. Antonio G. Encinas ya anunciaba en el titular de su crónica (la primera de muchas a lo largo de este año). «Un estado de alarma que será más largo». Se habían anunciado dos semanas. «Posiblemente alcanzará un mes», se advertía ya en aquellas primeras horas. La Unidad Militar de Emergencias (UME) se desplegó por la ciudad (103 efectivos en Valladolid) para garantizar que se cumplía con el confinamiento. Además, desinfectaron las estaciones de trenes y autobús, así como los accesos a los hospitales, así como el albergue y el comedor social. «El objetivo de este despliegue es la labor de concienciación a la ciudadanía y el trabajo de desinfección de algunos centros», explicó el delegado del Gobierno, Javier Izquierdo.
Fueron las estampas vividas en unas primeras horas de incertidumbre, en las que nuestra vida cambió para siempre. De repente, entró en casa el miedo, pero también las videollamadas. Quedaron fuera los encuentros familiares y se apostó por el teletrabajo o la educación a distancia. Este domingo, 14 de marzo, se cumple un año del confinamiento. Y el virus sigue ahí, suelto, con la amenaza de una cuarta ola que complique de nuevo la situación sanitaria y agrave una ya muy larga crisis económica.
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