«Los niños y las niñas consumen pornografía desde edades muy tempranas», dice Carmen Ruiz Repullo, doctora en Sociología, especialista en violencia de género entre adolescentes, participante en las séptimas jornadas de Educación Sexual que este martes y miércoles celebra la organización vallisoletana Dialogasex ... en Valladolid.
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¿Qué es temprano?, le preguntan. Y ella dice un número. Diez años. Y luego otro, «a veces ocho también».
Así que piense en su hijo de ocho años. Su sobrina. Recuerde cómo era usted con ocho años. Incluso con diez. Y ahora, imagine a ese niño que solo, sin referentes ni contextos, se pone delante de una pantalla que le muestra escenas de sexo y pornografía.
«No tienen que ser vídeos porno. Al principio, de hecho, no lo son», explica Ruiz Repullo. «Pero cuando tú le das a una criatura un móvil, una tableta, una consola… ya tiene acceso a todo eso, aunque tú no lo quieras ver, aunque pienses: 'No, no, mi hijo no'».
Y sí, muchos hijos sí.
La experta habla, por ejemplo, de 'stickers' de actrices porno, de dibujos o fotos sacadas de Internet «que se comparten con los amigos de diez años para reírse un rato». De videojuegos, como el GTA, donde uno de los escenarios es un puticlub y puedes interactuar con las prostitutas.
«Eso lleva a la inquietud de pensar qué hay detrás, qué más hay». Y entonces, sí, llega la pornografía. «Al final, acceden a sitios donde no hay límites, donde hasta el incesto se erotiza. Páginas web donde hay categorías ('padres con su hijastra') que tienen miles de visualizaciones. Las criaturas, cuando entran ahí, la primera vez dicen, qué asco, qué susto. Pero luego lo van normalizando», dice Carmen Ruiz Repullo.
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«Y lo llevan a la vida real».
La experta, que este miércoles participará en las jornadas de la Facultad de Educación, trabaja en una investigación sobre cómo impacta el consumo de pornografía en chicos y chicas de entre 18 y 25 años. ¿Y cómo lo hace? «Nos hemos encontrado con que ahorcar, escupir y abofetear se aprecian como prácticas cotidianas. No anecdóticas. Normales. Esto es fuerte, ¿eh?».
Y el problema, cuentan, es cuando nadie le dice a ese chaval de diez años, a ese niño de ocho, que eso que ven en las pantallas es irreal. Que el sexo no es violencia. Que el sexo no es cosificar al otro. «Hay que deserotizar la violencia y erotizar la relación en igualdad», receta Ruiz Repullo, quien pone un ejemplo.
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«Si un chico construye su erótica viendo que la chica, en las relaciones hetero, tiene que hacer lo que él quiera… imagínate que ella le dice: 'No, no, esto no me apetece, no lo quiero hacer'. Y él dice, pues a mí no me excita, si yo no mando, no me pone». Eso pasa.
«Necesitamos adelantarnos para que los chicos puedan afrontar esa información con la que se les está bombardeando», propone Raquel Hurtado, psicóloga, sexóloga, subdirectora de Sedra, la federación de planificación familiar de España. «No podemos permitir que la información sobre sexualidad esté dominada por Internet, donde mucha es errónea, confusa, engañosa… Y no debemos fijarnos solo en el porno. Hay que pensar también en cómo están impactando las redes sociales en el modelo de belleza que tienen los chicos, cómo afecta a su autoestima, qué está pasando en las consultas de medicina estética que se llenan de chicas que quieren parecerse a una foto de un avatar con filtro».
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¿Cuál es la alternativa? «Educación sexual», dice Yeni Martín, presidenta de Dialogasex, entidad que organiza estas jornadas en la que se han inscrito 350 asistentes, entre ellos, muchos estudiantes de Educación, futuros maestros y profesores.
«Es imposible que no exista educación sexual», apunta Raquel Hurtado, quien evoca un recuerdo familiar de su infancia. «Cuando era pequeña, a mi padre siempre le daba la tos cuando salía una escena subida de tono en la tele. Y eso también era una forma de educar en sexualidad. El mensaje que trasladaba era: de esto no se habla. Así que, si tiene que haber educación sexual, ¿por qué no hacerlo bien?», se pregunta.
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Las leyes educativas ya contemplan la necesidad de que haya educación sexual en los colegios y los institutos. «El problema es que no se lleva a la práctica… y tampoco se forma a los profesores», dice Carmen Ruiz Repullo, quien recuerda que «cada etapa tiene unos contenidos y una metodología» apropiada para cada edad. «Cuando a las familias les explicas lo que vas a trabajar, difícilmente te vas a encontrar con que te digan que no. Pero hay muchos bulos, mucha desinformación, campañas que desde determinados colectivos se impulsan para que no exista esta educación sexual».
¿Qué tipo de bulos? «Se creen que con seis años les vamos a explicar el Kamasutra. O que con tres años vamos a hablar de masturbación. Nooo. Cada edad tiene lo suyo. En Infantil hay que trabajar mucho el tema de los límites del cuerpo, el consentimiento, que no se dan besos a la fuerza. Hay que trabajar las partes del cuerpo con total naturalidad. Enseñar a la niña de tres años que cuando dice toto, se llama vulva. Lo mismo que otras partes del cuerpo se llaman codo o rodilla. Hay que trabajar la diversidad familiar, los estereotipos de género… eso es educación sexual», explica Ruiz Repullo.
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«Se dice que la educación sexual es adoctrinamiento cuando se profundiza en valores universales, como la igualdad. Y porque se tiene una falsa idea sobre la educación sexual. Hay mucho trabajo que se puede hacer en el aula sin necesidad de hablar de preservativos. Con los afectos, reconocer el cuerpo, la autoestima, establecer límites. Y en Secundaria, lo importante no es enseñar cómo se pone un preservativo, sino que tiene que ver con negociarlo, con proponerlo, consensuarlo en la pareja. Todas esas habilidades interpersonales no se están dando». Y si en los centros educativos, la familia, los medios de comunicación, el ámbito sanitario no se habla con claridad de sexualidad… la información llegará por el porno e Internet.
«Se dice que la educación sexual sexualiza y lo que nos dice la evidencia, y en esto hay muchas investigaciones, es que cuando el joven participa en actividades de educación sexual, tiende a retrasar esos encuentros, porque ya no responden a ningún tipo de obligación ni personal ni social, no es una 'checklist' que deben tachar, sino que responde a sus verdaderos deseos y toma de decisiones», indica Hurtado. «Son prácticas no solo más tardías, sino con menor riesgo», abunda Ruiz Repullo, quien en su intervención también ahonda en la idea de violencia sexual («que tu pareja te obligue a hacer cosas que no quieres es una agresión sexual») y la 'romantización' de los agresores: «A veces se construye la idea de que si el chico es guapo, no puede violar, o que un futbolista famoso no puede ser agresor».
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