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«Lo más duro de la pandemia es lo que no se ve». Quien habla es Aquilino Antón, hermano de La Salle y director de la residencia Arcas Reales de Valladolid, una de las ocho que la congregación tiene en España. Y lo hace ... parapetado tras una mascarilla que él considera un «gran salvavidas». Su prioridad, desde que el virus irrumpió en el país, es protegerse y proteger a los 31 hermanos lasalianos de avanzada edad que viven allí, y que son su familia. «Ya han fallecido 540 religiosos en España a causa del coronavirus. Nos hemos propuesto blindarnos y evitar que entre en nuestra casa. Lo hemos tomado muy en serio y gracias a las exigentes medidas de seguridad que hemos implantado no hemos tenido que lamentar ninguna infección. Esperamos que siga siendo así», explica.
Su día a día transcurre de forma tranquila, con un horario que cumplen «religiosamente». A las siete y media de la mañana ya están todos los hermanos levantados. Una hora más tarde se dan cita en la capilla para rezar los laudes. Después realizan tareas, disfrutan de actividades lúdicas, salidas culturales y gastronómicas y también tienen tiempo para plácidos paseos y ratos de descanso en los amplios espacios con los que cuenta la residencia. Esa realidad ahora se ha visto limitada. Para ellos, el confinamiento resultó «muy duro», y para hacerlo más llevadero, la racionalización del tiempo resultó clave. «El cambio ha sido brutal. Los horarios siguen siendo los mismos, pero muchas de las actividades programadas han desaparecido de nuestro calendario. Hacemos una programación cuatrimestral en la que todas las salidas, reuniones y encuentros han sido cancelados», explica el hermano Aquilino Antón.
Su eficaz vacuna frente al coronavirus se compone de un férreo aislamiento, un excelente trabajo preventivo, de muchas dosis de cariño y positividad. No obstante, reconocen que a muchos de estos hermanos de avanzada edad les ha resultado difícil asumir esta nueva realidad. «Buscamos el confort y seguridad de los nuestros, logrando que se sientan felices y defendidos en todos los aspectos. Lo cierto es que esta situación ha sido dura. Aquellos que cognitivamente funcionan en un nivel mucho más bajo no lo terminan de entender y actúan como si no hubiese pasado nada. Tenemos que estar especialmente atentos con ellos», dice el hermano Antón.
Eduardo Luengo nació en Torrelobatón. En esa patria que es la infancia se forjó su fe y se asentaron las bases de unos compromisos que, como profesor, le han acompañado toda la vida. 77 de sus 91 años los ha pasado unido a los hermanos de La Salle. Hijo de mecánico de aviación, se formó como ingeniero técnico en electrónica, lo que le sirvió para dar clase de electricidad, dibujo y tecnología en la escuela profesional hasta su jubilación. Siempre atento y cercano, sus clases resultaban atractivas y con una metodología propia, algo que no estaba reñido con los altos niveles de exigencia que tenía. Hace 13 años que llegó a la residencia de Arcas Reales desde Ujo (Asturias), donde lleva una vida feliz y apacible, siempre dispuesto a ayudar a los demás. Para todos tiene una palabra amable y hasta hace bien poco, él se encargaba de sacar a pasear a los hermanos que iban en silla de ruedas. Hoy es él el que maneja con gran soltura una silla a motor con la que se desplaza por la residencia. Dice que lleva bastante bien la mascarilla y que principalmente la usa en la capilla y siempre con las visitas. «A algunos hermanos esta situación les resulta difícil de entender. Otros la llevamos con más filosofía. No queda otra que llevarlo de la mejor manera posible. Hay que ser optimistas. El pesimismo hay que echarlo fuera», afirma. «Si el virus entrara en nuestra comunidad, viendo la relación tan estrecha que tenemos entre nosotros, a buen seguro que sería un contagio muy rápido y casi general. Estamos preocupados por esta circunstancia», concluye el hermano Eduardo.
La del hermano Marcos Alonso es una vida cuajada de anécdotas y buen hacer. Una vida entregada a los demás que deja tras de sí muchas horas de trabajo, de esfuerzo y una dedicación incansable a la enseñanza de niños de Primaria. Este hermano lasaliano, al que se le intuye una sonrisa permanente tras la mascarilla, en diciembre cumplirá los 81. Nació en San Cristóbal de la Polantera, un pequeño pueblo de la provincia de León, y con tan solo 15 años emigró a Cambrils, donde cursó sus estudios y donde entró a formar parte de los hermanos de La Salle. Desde hace cinco años vive en esta residencia vallisoletana, donde todos le aprecian por su carácter servicial y generoso. «Aquí me encuentro estupendamente. Mi día a día es muy tranquilo. Después de rezar laudes acompaño durante dos horas a un hermano que es mayor y va en silla de ruedas. Desde el mes de marzo no salgo a la calle y eso lo llevo regular, porque de vez en cuando me gusta ir a la ciudad, pero no debo quejarme, porque aquí tenemos mucho espacio para caminar entre la naturaleza», cuenta este hermano al que le gusta seguir escrupulosamente todas las normas de higiene y seguridad. Para él, lo más complicado es mantener las distancias con aquellos que aprecia. «Entiendo que es fundamental hacerlo así. Estoy al corriente de todas las noticias a través de los medios de comunicación y las sigo con tristeza. Me da mucha pena que haya gente que lo esté pasando muy mal por el coronavirus y sobre todo, siento todos los fallecidos que hay. En nuestra residencia, gracias a Dios, no hemos tenido ningún positivo», afirma el hermano Marcos.
Y aunque han logrado mantener a la covid a raya, la pandemia les ha afectado en muchos otros aspectos, como el miedo. «Las noches son complicadas. Algunos hermanos han presentado problemas de sueño. Han tenido pesadillas nocturnas y esto les afecta muchísimo. Son cosas que no se ven, de las que no se habla y que desagraciadamente no entran en las estadísticas. Pero es una realidad que está ahí y que es de las más duras. Por eso digo que lo más difícil de la pandemia es lo que no se ve. No sabemos hasta dónde nos puede llevar la herencia psíquica que nos va a dejar este virus. Yo intuyo que será muy grande y muy dañina, incluso en personas que no son de la tercera edad. No poder tocarnos y abrazarnos es muy triste e incluso pienso que a todos nos hace estar más agresivos. Es una pena, pero se está empezando a imponer la cultura del sálvese quien pueda», añade.
Panorama de la covid en gráficos
Preocupados por cómo el coronavirus y el confinamiento podía afectar a la salud mental de los hermanos, el equipo médico de esta residencia lasaliana tuvo que redoblar esfuerzos durante el estado de alarma. «Intentamos contactar con neurólogos y psiquiatras, pero había una demora de seis meses. Así que, durante el confinamiento, junto con el equipo sanitario de la residencia, hicimos lo que buenamente pudimos. Hemos batallado mucho y el resultado, afortunadamente, ha sido positivo en ese aspecto», apunta el director.
Salvo casos excepcionales, desde marzo, el contacto que han mantenido los hermanos con sus familias ha sido telefónico. «Los más hábiles han utilizado Internet para hablar con los suyos. Tenemos un protocolo muy estricto para las familias que ha sido consensuado por el equipo que formamos el área médica. Las pocas visitas que recibimos se hacen bajo un estricto protocolo».
Aquilino AntóN, Director de la residencia Arcas Reales
Solo él y el hermano Saturnino Corral salen de la residencia. Uno se encarga de realizar las gestiones relacionadas con el centro de salud y la farmacia, mientras el otro hace las compras más indispensables y traslada a los que lo necesiten a las consultas médicas en el Hospital Río Hortega. «Eso nos obliga a estar separados del resto de la comunidad para evitar cualquier posible contagio. Por ello, el hermano Saturnino y yo estamos todo el día con mascarilla, y en el comedor nos sentamos separados del resto. Lo mismo ocurre con otro hermano que acude a diálisis tres veces por semana. Somos muy cuidadosos con la mascarilla y con la distancia».
Los estrictos protocolos de seguridad afectan también a las empresas y a la docena de trabajadores que les prestan servicios. Las instalaciones de esta residencia son envidiables e invitan a dar largos paseos. Su gran espacio exterior durante los meses primeros meses de la pandemia resultó fundamental para la salud física y mental de estos mayores. Hay días, incluso, que se animan a coger setas que luego comparten en comunidad. «Poco a poco hemos ido recuperando alguna de las actividades». Otra de sus actividades favoritas es la educación física. El hermano Pablo Castillo es el encargado de impartir las clases. Su reducida movilidad no le impide animar a sus hermanos para que estos se mantengan en forma.
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